Henri Krasnopolski (74) no recuerda a sus padres. Tenía tres años cuando su papá, un judío polaco radicado en París, fue capturado por la Gestapo y enviado a Auschwitz. Un mes después, el 16 de julio de 1942, la policía francesa, controlada por las autoridades nazis, detuvo a su madre y trasladó a ambos a Vel d'Hiver (Velódromo de Invierno), a cuadras de la Torre Eiffel. Para el anochecer, 12.884 judíos de todas las edades habían sido arrestados. El hacinamiento y las precarias condiciones sanitarias hicieron enfermar a muchos niños durante los cinco días que duró el encierro. Krasnopolski fue uno de ellos. Aunque lo separaron de su mamá para hospitalizarlo, asegura que no lloró en todo el camino. Mientras estuvo internado, su madre y el resto de los prisioneros fueron derivados a diversos campos de concentración; sólo 25 regresaron.
Dentro de este terrible ambiente, el niño tuvo suerte. En el Hospital Rothschild conoció a las dos mujeres que le salvaron la vida: Claire Heymann, una asistente social judío-francesa, y María Errázuriz, una chilena que llevaba más de 20 años en París y cuyo nombre de soltera era María Edwards. Ambas colaboraban de forma encubierta con la resistencia a la ocupación alemana y se propusieron salvar del exterminio a la mayor cantidad de niños posible. La explicación que recibía la policía era que los pequeños habían muerto, cuando en realidad eran sacados de la clínica y entregados a padres adoptivos u orfanatos que los reubicaban en lugares seguros.
Los primeros recuerdos de Krasnopolski son de la época cuando la guerra se acercaba al fin. Vivía en los suburbios de París junto a los Vanlaer, una familia católica. Hasta que cumplió los 18 años, visitó habitualmente a Errázuriz sin saber el rol que había desempeñado en su vida, pues sólo la conocía como amiga de sus padres. Ella tenía un departamento amplio en Avenida Presidente Wilson, repleto de libros y decorado con elegancia, donde él se entretenía examinando la enciclopedia Larousse y admirando las obras de arte que colgaban de las paredes.
-A la tía María la veía un par de veces al año. Recuerdo mucho una pintura de Mariette Lydis que ella tenía. Desde hace tiempo he estado buscando ese cuadro. Cada vez que veo una obra suya, me acuerdo de María- cuenta Krasnopolski, quien se desempeña como pintor.
Hace seis meses, el artista empezó a investigar su pasado y encontró a Marcel Frydmann, otro de los niños liberados por María, que ya había recorrido el mismo camino. Este le apuntó una dirección de correo electrónico. María Angélica Puga (43), bisnieta de María Errázuriz, recibió el mail unos días después. Entonces entendió que su trabajo, una investigación sobre su tía que comenzó hace tres años, estaba lejos de terminar.
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-La historia es alucinante- dice con entusiasmo el escritor y embajador de Chile en Francia, Jorge Edwards.
-¿Da como para una novela, o no?- pregunta María Angélica Puga.
-Lógico- replica el ganador del Premio Cervantes de 1999.
El diálogo ocurrió en agosto de 2010, durante el primer viaje de Puga a París. Su padre, Bernardo, le había aconsejado que, en caso de que necesitara algo, se reuniera con el escritor, un familiar lejano por el lado Edwards, pero amigo de los Puga. Sin demasiado interés, mandó el correo a la embajada explicando su proyecto de investigación: reconstruir la vida de su bisabuela, María Edwards Mac-Clure, como se llamaba María Errázuriz de soltera. En Francia la llamaban así, o simplemente Tante Marie o Madame E. Pese a que no tenía ninguna experiencia como escritora, Puga sentía la responsabilidad de redactar la historia.
La respuesta del novelista no demoró más de un par de días. Estaba interesado en la historia, de la cual ya tenía algunos antecedentes gracias a Agustín Edwards Eastman, sobrino nieto de María. Al autor le había llamado la atención la enorme biblioteca de María que Edwards había trasladado a Graneros y un par de libros con dedicatorias de la escritora francesa Collete.
-Las conversaciones con María Angélica me dieron muchas ideas, aunque siempre pensé que tenía que inventar los personajes. Ella me hizo ver el gran interés del tema. Fue la primera persona de la familia que se ha ocupado con atención y generosidad de la historia. La novela ya está terminada. Se llama Retrato de María- comenta Jorge Edwards.
Después de juntarse con el embajador, Puga estaba lista para la cita más importante. En ella conocería a Marcel Frydmann, cuyo testimonio fue clave para que Yad Vashem, la organización judía encargada de conmemorar a las víctimas del holocausto, le otorgara a su bisabuela la distinción "Justa entre las Naciones" en noviembre de 2006. El contacto inicial con Frydmann había sido realizado en junio de ese año por David Feuerstein (88), presidente de la Sociedad Chilena para Yad Vashem y sobreviviente de Auschwitz.
-Desde que me llamaron de Jerusalén no escatimé esfuerzos para que esta gran mujer chilena fuera reconocida. Sería justo dedicarle un monumento o una plaza- dice Feuerstein.
El encuentro se concretó en la Allée des Justes, donde el nombre de "María Errázuriz" figura en el muro de los 2.693 "justos" reconocidos en Francia. Frydmann, costurero jubilado de 73 años, se veía nervioso al conocer a una descendiente directa de su salvadora y hablaba más rápido de lo normal. Después de mirar a Puga fijamente, se desahogó.
-¿Le puedo dar un abrazo?- preguntó con cierta timidez. Puga sonrió y respondió afirmativamente. A partir de entonces, se juntaron todas las tardes a conversar y hoy mantienen contacto regularmente.
-Casi que nos enamoramos. Estaba muy emocionado, porque sentía que cerraba un ciclo. Necesitaba agradecerle a la familia de la persona que lo salvó. Es la última motivación de su vida- recuerda ella.
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María Errázuriz enviudó en París cuando tenía 29 años. Su marido, el diplomático Guillermo Errázuriz, se había enamorado de la actriz estadounidense Peggy Hopkins Joyce y se suicidó en 1922, tras ser rechazado. Pese a que su familia le recomendó volver a Chile con su única hija, María Angélica, ella apreciaba su libertad y se quedó. La vida social que le ofrecía la capital francesa era intensa y no tenía intenciones de abandonarla. Escritores e intelectuales participaban en tertulias en su lujoso departamento. Por una de esas reuniones salvaría la vida más tarde. También trabajaba como asistente social en el Hospital Rothschild. Al poco tiempo, se enamoró del comediante Jacques Feydeau, con quien se casó en 1926, sólo para separarse poco tiempo después. Más tarde se hizo amiga de René Núñez, un judío español que había sido prisionero en un campo de concentración franquista por ser homosexual. Lo recibió en su casa. Después, se inició la Segunda Guerra Mundial.
Tal como hizo con Krasnopolski, María reubicó a un sinnúmero de niños judíos con nuevas familias, falsificando los registros del hospital. Frydmann, los hermanos André y Jean Elkouby y Samy Tenelboim fueron algunos de los pequeños que refugió en su departamento. Una de las más cercanas a María fue Berta Fradjrach, de tres años. Sabiendo que serían enviadas al campo de concentración de Drancy, su madre decidió dejar a la pequeña al cuidado de María. Las primeras horas fueron terribles, pues ni ella ni Núñez podían consolar a la niña. Hasta que la pequeña Berta vio a Caupolicán, un loro de madera que adornaba una mesa, lo tomó entre las manos y se calmó. Unos días después, algo más tranquila, la llevaron a uno de los orfanatos de confianza.
Hacia fines de 1943, la Gestapo aumentó la presión sobre el Hospital Rothschild y descubrió las actividades clandestinas de María, cada vez más atrevidas. La madrugada del 16 de diciembre, ella albergaba en su departamento a Françoise, una rebelde que era buscada intensamente por la policía nazi. Una tropa de soldados franceses y alemanes se presentó esa misma noche en su puerta. Capturaron a Françoise, golpearon a Núñez y comenzaron a torturar a María. Hundieron su cabeza repetidamente en el inodoro para obtener información de la Resistencia, pero ella no habló. A la mañana siguiente, los tres fueron trasladados al cuartel de la Abwehr, la unidad de inteligencia nazi.
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Puga volvió a Chile llena de energía. Además de las muestras de gratitud de Frydmann, había logrado entrevistarse en Estraburgo con Berta Fradjrach-Grumbach. La mujer aún conservaba un anillo de diamantes que se hizo de un reloj que María Errázuriz le regaló en una visita que le hizo cuando la niña ya tenía ocho años. Berta había escrito sus memorias y las había titulado El Pájaro del recuerdo. Puga lo sabía y, por eso, le llevó una foto enmarcada de Caupolicán, el loro de madera que una de sus tías aún conserva en Santiago. Al verlo, Berta chilló de emoción.
Al año siguiente, en 2011, Puga hizo dos viajes más para completar su proyecto. Desde Chile había localizado a otro niño salvado por María, Etienne Verlet, un violinista que alguna vez se llamó Samy Tenelboim. También asistió a la inauguración de una placa conmemorativa en el ala de maternidad del Hospital Rothschild y siguió asesorando a Jorge Edwards en su novela, a pesar de que su familia no estaba de acuerdo. Para los Puga, el autor se estaba aprovechando de la investigación de ella para escribir su novela. Y, de paso, ella perdía el material para el ensayo que tenía programado escribir desde el inicio de su trabajo.
-A mí me interesa que la historia se conozca. Si Jorge consigue eso, muy bien. El ha sido honesto conmigo y me ha pagado por las colaboraciones- responde Puga cuando se le pregunta por las críticas de su familia.
Jorge Edwards, quien sabe de esos recelos, responde:
-En Santander, hablé de María Angélica, pero los periodistas fueron a lo suyo y lanzaron la noticia de una novela sobre 'una Schindler chilena'. Si me apuraran, podría decir "yo soy María", como Gustave Flaubert sobre Madame Bovary, pero no quiero molestar a ninguna familia y no me creo Flaubert.
Puga, en todo caso, mantiene abierto el proyecto del ensayo. Su retraso, cuenta ella, es que en 2011 cuando comenzaría a escribirlo sufrió un desafortunado incidente. Mientras manejaba hacia su casa de Pirque, se vio atrapada en medio de un tiroteo. Este hecho le provocó estrés postraumático. Puga renunció al trabajo que tenía en Cencosud y se abocó de lleno al tratamiento. Sólo alcanzó a dejar registro en el Departamento de Derechos Intelectuales a comienzos de 2012.
Hoy, sólo espera poder actualizar su trabajo con nuevos testimonios, como el de Krasnopolski, para poder publicarlo y cumplir así con la tarea, aunque sabe que será imposible encontrar a todos los niños salvados por María.
De ella conserva objetos como un chal de cuadros azules y rosados que su bisabuela le bordó antes de saber si ella sería niño o niña. También guarda el objeto más simbólico: la medalla que la acredita como "Justa entre las Naciones".
-Ella murió cuando yo tenía tres años. Me hubiera gustado conocerla. Investigando todo esto he aprendido acerca de la resiliencia y a enorgullecerme de quién soy- sentencia Puga, su segunda bisnieta, pero la única que conserva su nombre.
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Una de esas tertulias y el venir de Chile le salvaron la vida a María. Antes de ser el jefe de la Abwehr, el almirante Wilhelm Canaris había estado en el departamento de ella. Entonces, le contó a María, en perfecto español, que había sido tripulante del Dresden, un buque que peleó contra una flota británica en las costas chilenas durante la Primera Guerra Mundial, en 1914. En diciembre del 43, cuando se entera de que María está detenida en sus calabozos, Canaris exigió la inmediata liberación de ella y René. Françoise no corrió la misma suerte. Y hacia el final de la guerra, Canaris tampoco: fue enviado a la horca por Hitler por su participación en la Operación Valkiria, un atentado fallido en contra del Führer.
María dejó la Resistencia, pero igualmente fue premiada con la Legión de Honor en 1953 por su lealtad a Francia. Varios de los niños que había salvado estuvieron en la ceremonia. Siete años después, regresó a Chile junto con su amigo Núñez. Estaba prácticamente en la quiebra después de ser estafada por un chileno conocido como Polanco. Con el apoyo familiar se instaló en un departamento de calle Bucarest, en Providencia.
La última etapa de su vida estuvo marcada por dos grandes penas: la muerte de su hija María Angélica, en 1966, y el suicidio de Núñez, quien ingirió una cápsula de cianuro delante suyo, en 1970. Por insistencia de María, fue enterrado en el mausoleo familiar del Cementerio General.
María falleció el 8 de junio de 1972, a los 78 años. A sus tres nietas nunca les quiso contar detalles sobre su rol en la Resistencia. Cuando le preguntaban, siempre recibían la misma respuesta:
-Era lo que correspondía hacer.