En uno de los cuentos del último libro protagonizado por el lacónico Frank Bascombe, éste recuerda una vez que su segunda esposa le preguntó si ha pensado escribir unas memorias pues, según ella, su vida "tiene una trayectoria bastante interesante". Esto no es cierto en absoluto, piensa él y hace todo un razonamiento. Porque si Bascombe habla poco, en cambio, piensa mucho, piensa demasiado, y ese constante diálogo consigo mismo es el que ha configurado su voz particular y su vida literaria, iniciada por Richard Ford, su creador, hace casi 30 años.

Hombre sin atributos, ciudadano cualquiera, estadounidense típico de su tiempo, su "trayectoria" vital aparecía en un trío de novelas: El periodista deportivo (1986), El día de la independencia (1995) y Acción de gracias (2006), en que un novelista fracasado se convierte en periodista deportivo y luego se hace agente inmobiliario. Ha tenido complicados problemas familiares, algunos creados por él mismo. La pérdida de su hijo, el rompimiento de su primer matrimonio, sus no siempre plácidas relaciones con sus otros dos hijos, su segundo matrimonio, en fin, aquello que llamó "la común vida sin aplausos de todos".

Como si Ford no hubiera resistido dejarlo confinado a una trilogía, un cuarto libro sobre Bascombe ha aparecido. Desde el título sabemos que algo no anda bien, es un juego de palabras, que el Bascombe más joven no se hubiera permitido: Let Me Be Frank With You, "Déjame ser Frank (o franco) contigo", que el traductor al castellano ha convertido en Francamente, Frank.

Bascombe ahora tiene 68 años, es un corredor de bienes raíces retirado y un sobreviviente del cáncer de próstata. El estado de su propio cuerpo, como el del cuerpo político, está en decadencia. Hay, quizá, una razón para que los paisajes externos e internos le parezcan desolados: el libro tiene lugar poco después del paso del huracán Sandy en 2012.

Un yo predeterminado

Son cuatro nouvelles o cuentos largos, vinculados, a veces de modo algo artificial, considerando que todo el libro ocurre en un breve lapso (cerca de la Navidad de 2012) y en un espacio pequeño, pues ha regresado a Haddam, el suburbio de New Jersey donde vivía en los tiempos de su primera aparición y está sólo, su actual esposa, mayormente ausente, colabora como consejera para los sobrevivientes del huracán. Así, por ejemplo, el primer relato concluye con estas palabras: "Todo podría ser mucho peor. Mucho, mucho peor ...; el título del próximo es: "Todo podría ser peor ". En el tercer relato, su ex-esposa está tomando un curso llamado "Muertes de otros" y el siguiente relato es "Muertes de otros".

Cada uno de ellos gira en torno de un hecho central: en el primero, Bascombe es presionado para ir a ver la casa en que vivía por el hombre al que se la vendió: ahora está convertida en ruinas, destruida por el huracán. En el segundo, recibe la visita de una mujer negra, quien le dice que ella ocupó antes esa casa; ella, por cierto, tiene una amarga historia familiar que contar (un asesinato múltiple en 1969). En el tercer relato, Bascombe visita a su ex-esposa, quien vive en una casa de reposo de ultralujo; ella sufre de Parkinson y él le lleva un cojín ortopédico de regalo. En el último relato, Bascombe responde a una llamada telefónica de un antiguo amigo (con quien formaba parte del Club de Hombres Divorciados), quien ahora está muriendo de cáncer al páncreas y a quien, en principio, preferiría no ver; pero lo visita, y su amigo le confiesa una traición del pasado que lo involucra.

Bascombe toca temas como la raza, la política, la economía, la vejez y en muchas de ellas se aproxima apresudaramente al estatuto de viejo mañoso. Pareciera pensar que es el único en la zona que apoya a Obama. Cita al "viejo James" (Henry), así como al viejo Emerson y al viejo Trollope. Cree que visitar las antiguas casas es cosa de personas de más de 50, pues los más jovenes tienen todo grabado en el smartphone. Se enoja cuando descubre que su primera esposa se había quitado un par de años de edad al casarse con él. Lee como voluntario para los ciegos en la estación de radio comunitaria y recibe a los soldados de vuelta del Medio Oriente. A su primera esposa le ofrece en sus visitas lo que llama su "Yo predeterminado", aquellos aspectos de él que creía que a ella más le gustaban.

La sátira sobre las sutilezas incómodas de la conversación interracial entre desconocidos no siempre le resulta: como con la mujer que antes vivió en su casa cuando piensa que en casi todas las conversaciones con afroamericanos se recae en un tono falso y una charla racialmente neutra por mejorar el mundo; menos aún, con un guardia transgénero vestido de Santa Claus.

Exhibe, con todo, un envidiable sentido común: una de sus divisas, dice, es mejor no saber mucho; un par de veces afirma que la vida es cuestión de restas. A veces, claro, es demasiado común. En el tercer relato, al visitar a su primera mujer enferma, cuando ella menciona la posibilidad del suicidio asistido, él se muestra menos dramático y dice que todo es cuestión de espacio: "En algún momento sólo se tiene que abandonar el teatro, de manera que el próximo grupo puede ver la película".