Hay gente a la que el riesgo le atrae como el azúcar a las moscas. Tipos que se lanzan desde puentes atados a un elástico por el tobillo; individuos que bajan torrentosos ríos en kayaks diminutos; personas que escalan paredes de roca sin más protección que un casco; pilotos de motocicletas o automóviles que alcanzan velocidades impresionantes en frágiles vehículos.
El chileno Alonso Ceardi cae de lleno en esa minoría de quienes se sienten fascinados por el peligro y las situaciones extremas. El goza como pocos en la Fiesta de San Fermín en Pamplona, con su célebre encierro, esa actividad en la que un grupo de toros recorre las calles de la ciudad mientras un puñado de valientes -o insensatos, según sea el cristal con que se mire- corre delante de los cuernos de los bovinos desbocados.
Ceardi ha participado nueve veces en la corrida. El miércoles, el toro "Gavioto" lo embistió, perforándole el abdomen y lesionándole la cadera. El intrépido joven de 23 años ya perdió a su polola por su peligrosa afición, pero no las ganas de seguir participando. Desde ya anuncia que espera volver el año entrante, y recalca que él se prepara y no es irresponsable.
La enorme mayoría de los que se exponen de esta manera al peligro dice cosas parecidas. Afirma que el riesgo está controlado. Pero el resto de los mortales sabemos que cualquier riesgo está controlado sólo hasta que se descontrola. Y que, cuando eso ocurre, el mejor remedio es encomendarse y comenzar a rezar. (IIS)
¿Riesgo controlado?
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