Fue en una cena en el Palacio de la Revolución de La Habana. Primero lo vio entrar al salón, luego lo tuvo frente a él. El encuentro entre el escritor Edgardo Rodríguez Juliá y Fidel Castro fue el 2000, año en que el autor puertorriqueño llegó a Cuba como jurado del premio Casa de Las Américas. "De pronto apareció Fidel. Francamente, lo encontré menos alto de lo que pensaba y un poco encorvado; era el tío que uno dejó de ver por mucho tiempo", escribe Rodríguez Juliá, en Cenando con Nietzsche y Fidel. La crónica, que habla de Castro y del presente de los cubanos, es parte de la antología Mejor que ficción (Anagrama, 2012), que reúne a los cronistas más destacados de habla hispana.

Ayer, el autor estuvo en la Cátedra abierta Roberto Bolaño, de la UDP. Rodríguez Juliá leyó el ensayo En búsqueda de la voz escondida y definió la crónica como un género fronterizo: "Tiene algo del ensayo, el reportaje y la semblanza. Es una especie de vigilante de los tiempos". Habló de la influencia en su obra de García Márquez y recordó también a Bolaño, con quien fue jurado del Premio Rómulo Gallegos. "No lo conocí personalmente, pero creo que las últimas 100 páginas de Los detectives salvajes es lo mejor que se ha escrito nunca", señaló.