A punto de cumplirse el 50º aniversario de su muerte, el próximo 1 de julio, la figura de Louis-Ferdinand Céline (Courbevoie, 1894-París, 1961) sigue instalada en el misterio. Celebrado como uno de los grandes escritores del siglo XX, por su sobrecogedor Viaje al fin de la noche, y condenado a la eterna polémica por sus violentos panfletos antisemitas de los años 30, su nombre fue retirado de la lista de celebraciones nacionales oficiales de este año en el último momento. En lo que podría interpretarse como un acto de venganza poética, la casa Artcurial puso en subasta 36 cartas inéditas de su período más oscuro, entre 1939 y 1948, durante la Segunda Guerra Mundial y su exilio forzado tras la liberación.
Las cartas están dirigidas a su amigo el doctor Alexandre Gentil, al que conoció tras la Primera Guerra Mundial. Algunas las firma Céline con el seudónimo de Henri Courtial, personaje de su novela Muerte a crédito, o con el nombre de su esposa, Lucette Almanzor.
La correspondencia descubierta suma unas 120 páginas manuscritas en las que el escritor expresa abiertamente su desgarro por el exilio y por su caída en desgracia. "Aquí no le intereso a nadie... les importa bastante poco un chupatintas extranjero", escribe en una carta fechada en octubre de 1945 en Copenhague. "Es la más cruel de las condiciones, cuando a los 52 años, enfermo, tu suerte te es arrancada sin perspectiva de jamás poder encontrar otra", se lamenta unos años más tarde.
Céline huyó de Francia tras el desembarco aliado de Normandía, en junio de 1945, por temor a las represalias. Gentil es uno de los pocos amigos a los que avisó de su salida del país. El exilio duró siete años, esencialmente en Copenhague, donde pasó un año y medio en una cárcel y cuatro bajo arresto domiciliario. "En otra vida, te aseguro que no volveré a sacrificarme por nadie. Me haré un pasaporte animal. Iré a cuatro patas. Renegaré de los hombres", afirma en septiembre de 1945.
En sus escritos, Céline hace justicia a su fama de misógino y de antisemita que agita el fantasma de la conspiración judeo-masónica. Se reserva también palabras durísimas para sí mismo. Reflexiona sobre el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. "¿Para qué tanto esfuerzo en la primera para acabar de forma tan penosa? ¡Vomito mi vida cuando lo pienso, me vomito de estupidez crédula de sacrificio perdido!". Y concluye: "Soy el monumento de lo que no hay que hacer. El imbécil".