En esta zona del planeta, al noroeste de la provincia de Santa Cruz, a unos 300 km de El Calafate, es más útil una brújula que un celular. La señal es poco probable y el ripio, asegurado. Por aquí se ven más ovejas, guanacos y ñandúes que gente. La noción de límite se desvanece, el infinito queda más cerca y los paisajes son tan desolados que no es raro sentir ganas de abrazar a cada persona que uno se cruza en el camino. Un viaje por aquí implica largas horas en auto. Las estaciones de servicio no sirven sólo para cargar bencina: son lugares de encuentro y conversación. Las paradas duran mucho más de lo que tarda en llenarse el estanque.

Se escuchan historias de hombres arrastrados por el destino hasta esta tierra salvaje, o venidos por voluntad propia en busca de una vida nueva. Historias como la de Peto Rivera, el ermitaño nieto de tehuelches que vivía en un torito -refugio de troncos-, y cuando le preguntaban si tenía frío respondía: "Escuché hablar del frío, pero no lo conozco". O la de Manuel Pardo, gaucho rudo que de viejo se enamoró y hoy tiene mujer e hija francesas.

Anote: a partir de aquí, siempre que aparezca el Perito Moreno no será el glaciar sino el parque nacional, donde no hay hielo pero sí lagos turquesas, cerros y cóndores. Desde este párrafo, el cerro San Lorenzo (3.706 m) es una referencia en el camino, un anhelo que sólo algunos escaladores conquistan. Como el padre Alberto De Agostini, el cura explorador, el primero en hacer cumbre, en 1943.

Un desvío poco transitado

Lo más probable es que esta tarde no llueva. Eso cree Ángel Costa, chofer desde hace más de 20 años y gran conocedor de las rutas de Santa Cruz. Pero el cielo se ve azul petróleo, casi negro, y parece que se desmoronará en cualquier momento.

Quedaron atrás los lagos Cardiel y Strobel, y el empalme hacia Gobernador Gregores. Después de varias horas de ruta, el desvío por la ruta provincial 37 lleva al Parque Nacional Perito Moreno. La relativa inaccesibilidad, la escasa promoción y una temporada corta -de noviembre a abril- lo convierten en una de las reservas menos visitadas de Argentina, con unos mil turistas por año.

El nombre Perito Moreno confunde. Edit Bibiloni, la cocinera de Sierra Andía, un nuevo parador sobre la Ruta 37, que a propósito tiene vistas espectaculares sobre el valle del río Belgrano y vende combustible las 24 horas, lo sabe bien. Una madrugada la despertaron unos extranjeros con golpes en la ventana. Estaban nerviosos y desorientados buscando ¡los glaciares! Ella tuvo que explicarles lo del nombre repetido y que el glaciar Perito Moreno estaba lejos… y en otra dirección.

Por el desvío de la 37 se llega a tres estancias: Sierra Andía, Menelik y, dentro del parque, La Oriental. Alojarse en establecimientos de campo es la mejor forma de entrar en esta Patagonia áspera y no sólo mirarla por la ventana. En una estancia se puede salir a caballo, subir un cerro, caminar hasta un lago, ver armadillos y zorros colorados, conocer algo de historia y algo del mito de la Patagonia y sentarse a una mesa donde es probable que cada comensal sea de un lugar distinto.

En la entrada al parque es necesario parar y registrarse. De una casita de madera sale un guardaparques, anota los datos y comenta las características de esta área protegida de 115.000 hectáreas: caminatas de distintos niveles de dificultad y duración; vistas panorámicas, siete lagos de los cuales sólo uno, el Burmeister, desemboca en el Atlántico; el Cerro León y un alero con pinturas rupestres. Hay huemules, shoam para los tehuelches que aprovechaban su carne, cuero, astas y huesos, pero son animales peregrinos, en peligro de extinción. Es más probable ganar el loto que ver un huemul. Tan difícil es que lo llaman el fantasma de la Patagonia. En seis años, el guardaparques vio uno pero tiene prohibido decir dónde. Ángel Costa tenía razón, esa tarde no llovió.

Paisajes y anfitriones

La Oriental está al final del camino, cerca del límite con Chile. Pero no del límite formal con aduana y Gendarmería, sino de ese cerro, que "del otro lado" es Chile. Con 16.000 hectáreas, es la única estancia turística dentro del parque nacional. Desde la puerta de la casa se puede salir caminando para subir al cerro León (1.470 m). Hay que atravesar los campos amarillos, caminar por un bosque de lengas no muy lejos de una condorera, y después animarse a una subida pelada, donde sólo crecen florcitas silvestres, mínimas, violetas y azules. La subida es empinada y quita el aire, pero las vistas desde la cumbre hacia el lago y la península Belgrano son una clase de geografía viva: el lago turquesa abraza a la península arrugada. Al norte, al sur, al este, al oeste, background andino. En la cumbre siempre hay nubes, siempre hay viento, siempre hace frío.

La mayoría de los viejos empleados de las estancias de esta zona es chilena. Como Salustio Márquez, más conocido como Lules, que llegó de Chile en los 70 y trabajaba en la esquila. Alberto Martínez viene de Cochrane. Es fácil reconocerlo: siempre lleva una boina del ejército suizo que le regaló un turista. Durante mucho tiempo vivió de matar pumas con un 22. Se lo encargaban los dueños de los campos en tiempos en los que no se hablaba de conservación. Dice que habrá matado 100 y comido unos cuantos: con un puma tenía víveres para dos o tres meses.

El amanecer del puma

Menelik es una de las estancias de Cielos Patagónicos, sociedad argentina de desarrollos inmobiliarios y turísticos en la Patagonia, con más de 300 socios y conciencia ambientalista. La población de Menelik está casi ingresando al parque, son varias casas, un museo y galpones de techos colorados.

Es curioso que esta estancia patagónica lleve el nombre de un emperador etíope. Al parecer, la historia nació en un barco. Juan Brodner, quien compró el establecimiento en 1920, era un sajón de tez trigueña y en el barco que lo trajo a Paraguay, su primer destino en América, lo bautizaron con el nombre del que en ese momento era el emperador de Etiopía, Menelik II, el hombre de tez oscura que fundó Addis Abeba, la capital hasta hoy.

Amanece. Las nubes se ven rosadas, de un rosado fuerte más típico de un cartel publicitario de Miami que de esta tierra esteparia. Manuel Pardo -el gaucho de Menelik- lleva la delantera, con cinco perros. Cuando puede, galopa entre las matas negras, unos arbustos tiesos como alambres que resisten la dureza de este lugar, igual que él. En el horizonte asoma el cerro de Mie, con parches de nieve. Mi caballo sigue al de Pardo, parece la sombra. Bastante más atrás vienen otros dos jinetes al paso. Me detengo a sacar unas fotos. De repente, los perros ladran y se largan a subir el cerro. Me pregunto si habrán visto una libre o un zorro. El perro más oscuro permanece abajo, con las patas estiradas y la cabeza erguida, en guardia. Entonces, levanto la vista y lo veo. Dominando la meseta desde la altura, un león mira con desgano la escena de los perros y los caballos, y se da la vuelta. No somos suficientes para él, uno de los felinos más grandes del mundo. En la Patagonia le dicen león, pero el nombre oficial es puma americano. Habita en todo el continente, desde Canadá hasta Argentina y Chile, y no tiene predadores. Debe ser por eso que se siente lo máximo.

La visión dura 10 segundos, qué digo 10, fueron dos o tres.

Es todo tan rápido. Cuando vuelvo a mirar, el león ya no está. Alborotada, llamo al resto de los jinetes para explicar lo ocurrido. De repente, me siento como una de esas pastorcitas que vio a la virgen. Creen que miento. Me miran como si fuera una chica de la capital que leyó que hay pumas y está tan obsesionada por ver uno que lo inventa. "Debe ser un guanaco", dice un incrédulo. "Pero tenía la cola larga", replico. "¿No le sacaste una foto", dice otro y siguen andando. Ya no escuchan, no les interesa mi descubrimiento. Hace tiempo que la foto es la prueba de la verdad. Ahora voy atrás, los perros también se fueron. Me quedo sola en el campo vasto. Aunque no tan sola, sé que mi puma privado anda por acá.

Guía

Más cerca de Chile que del resto de Argentina queda esta zona, ya que hay unos 700 km hasta el aeropuerto Cmdro. Rivadavia. Cruzar la cordillera por tierra es la mejor opción.