Señor director:

El destacado historiador Alfredo Jocelyn-Holt incurre en importantes errores de apreciación en su columna del domingo referida a Oscar Niemeyer.

Sería difícil buscar a Brasilia en las profundidades de la selva según la imagina (coincidiendo con ciertos críticos europeos que no se dieron la  molestia de visitarla) simplemente porque el Planalto, su territorio, es una estepa arbustiva. Es equívoco juzgar a Oscar Niemeyer por las estructuras urbanas que en realidad fueron de entera responsabilidad de su brillante colega, Lucio Costa. En cuanto a encontrar un cepillo de dientes, hoy en día -lo aseguro- se lo puede elegir a gusto.

Ciertamente Brasilia no es perfecta (¿cómo podría una ciudad nueva satisfacer todas las expectativas?), tampoco lo fue la arquitectura de Niemeyer, cuya extraordinaria producción es anterior a su reciente fama mediática, la cual coincide con proyectos de mala calidad. Sin embargo, Brasilia y especialmente el denominado Plan Piloto ideado por Costa, gozan de buena salud y del afecto y orgullo de sus habitantes, lo que se refleja, por ejemplo, en el reconocimiento del notable edificio del Congreso ideado por Niemeyer como ícono nacional.

No hay muchas obras de arquitectura que logren esa aceptación. Quizá  el mayor desafío de Brasilia sea el cómo extender esos beneficios urbanos a su amplia conurbación, en donde campean vicios asociados a un urbanismo desregulado y abusivo similar, por lo demás, a lo que vemos en nuestras ciudades. Lucio Costa lamentaba profundamente esos atentados a la urbanidad.

Rodrigo Pérez de Arce
Arquitecto