A FINES del siglo XV un dominico llamado Giacomo Savonarola se hizo conocido por sus prédicas que denunciaban la inmoralidad tanto de la vida pagana, como de la corte de Lorenzo de Medici y de la propia Iglesia. Para Savonarola, Florencia debía ser el punto de partida de una regeneración moral de la sociedad. Sus prédicas tuvieron la originalidad, para su tiempo, de vincular el pecado de los hombres con la sociedad que él veía tanto o más pecaminosa y que era verdadera causa del mal individual. Esto lo llevó a centrarse en la regeneración social, como el único camino para que los hombres pudieran enfrentar el inminente juicio de Dios.

La vida disoluta de los nobles, que eran los ricos de la época, junto a la permisividad e incluso complicidad de la curia con sus perversiones, debía combatirse con urgencia.  Esto llevó a Savonarola a influir fuertemente en la política y aunque él nunca ejerció ese poder, apoyó decididamente en la conformación de una suerte de teocracia que rigió en Florencia por un corto tiempo.

El problema de lo que representa el pensamiento de este monje dominico es que conduce a una fusión, más bien a una confusión, de la moral con la política, perdiendo de vista que la primera busca el bien deseable, que se predica de diversas maneras, pero que es voluntario; con el bien necesario para la convivencia y que es, por lo tanto, exigible coercitivamente por el Estado.  El problema de suyo es complejo, pero lo vuelve aún más el que todos tenemos la tendencia a extender nuestra visión de lo bueno a los demás y nada es más frecuente que la tentación de usar la política, con el poder que le es inherente, para imponer esa visión particular y propia del bien a toda la sociedad.

Savonarola fue encendiendo con sus prédicas a la sociedad de su época, porque progresivamente, y probablemente sin percatarse de ello, fue transformando la prédica en un discurso social, promoviendo finalmente un cambio político que fuera instrumental a su visión del bien y del mal.

La figura de Savonarola no sólo refleja la parte oscura del mundo medieval, sino que está más presente de lo que pensamos.  Los Savonarolas del siglo XXI no predican el inminente fin del mundo o el terror al juicio final, pero basta leer el diario o ver televisión para encontrarnos con ellos. Verdaderos auditores del bien y del mal, nos dicen a partir de qué cota construir una clínica o tener una universidad es inmoral y lo hacen no con la intención de motivarnos a ser mejor, sino con el evidente propósito de impulsar la opción política que pretende obligarnos a serlo.

Soy escéptico de los que se presentan como versiones modernas de la religión, pero caen en el más antiguo de los vicios del clericalismo, que es cambiar el púlpito por el podio. Ahí está disfrazada la peor intolerancia, la del que no puede evitar dividir el mundo entre los “buenos”, a quienes identifica con su idea de una sociedad moral como expresión política, y  los “malos” que promueven esa sociedad inmoral que Savonarola siempre condenará al fuego eterno.

Gonzalo Cordero
Abogado