Es sólo una estación de Metro. La tercera más concurrida de Washington D.C. y la que posee los cielos de concreto más bajos. Un túnel claustrofóbico del que es difícil salir. Pero allá arriba, en la superficie, entre las avenidas Connecticut, L Street y K Street se encuentran algunos de los comités asesores y oficinas de partidos más importantes de Estados Unidos. En algún momento los hombres y mujeres que trabajan todo el día en aquellos despachos confluyen en esta estación de Metro. Su nombre es Farragut North, el mismo que le sirvió al joven dramaturgo Beau Willimon para titular su obra teatral.

Estrenada en Nueva York en el 2008, en el año de las elecciones que llevaron a Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos, la pieza recibió elocuentes críticas y una gran recepción de público. Por esa misma época la vio el actor y director George Clooney, una de las estrellas más políticas de Hollywood. Con un cálculo que parece más bien el de un asesor presidencial realizó Secretos de Estado (2011), una adaptación cinematográfica que ha ido llegando a las salas del mundo justo cuando Obama va a la reelección.

La película, en cualquier caso, no tiene nada que ver con la lucha entre republicanos y demócratas. Por el contrario, Secretos de Estado exhibe las miserias y las bajezas sólo al interior de uno de estos partidos: el Demócrata, el de Clooney. Las conexiones con la realidad de esta cinta que se estrena el 22 de marzo en Chile vienen desde hace por lo menos ocho años. Beau Willimon, el autor de la obra en que se basó el filme, trabajó en el año 2004 como asesor de prensa en la campaña del gobernador de Vermont, Howard Dean. Este médico, considerado una suerte de populista dentro del Partido Demócrata, se ubicó sorpresivamente entre los favoritos de las primarias demócratas en el año 2003. En el 2004, sin embargo, comenzó a decaer frente a John Kerry y John Edwards, que tenían todo el pragmatismo que le faltaba a Dean. Willimon además colaboró en la campaña de Hillary Clinton.

Pero Secretos de Estado, que fue estrenada en el Festival de Venecia 2011, no es contada desde el punto de vista del candidato. El protagonista aquí es Stephen Meyers (Ryan Gosling), uno de los asesores del gobernador de Pennsylvania, Mike Morris (George Clooney), quien se enfrenta contra el deslucido senador Pullman por ser el candidato a las elecciones generales. Meyers tiene 30 años, no se acobarda ante nada, cree en Morris como en un Dios y su único pequeño gran defecto es ser una presa fácil de los halagos. Cualquier anzuelo que le tiendan dentro del comité de Morris o en el rival de Pullman irá dirigido a ese punto débil.

Joven y con escasa experiencia, Meyers es la mano derecha de Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), el principal estratega de Morris. Zara es un trabajador incansable, conoce los viejos trucos y trampas de la política y valora que sus colaboradores no se ufanen y tengan la cabeza fría. En el bando contrario a Zara y Meyers se ubica Tom Duffy (Paul Giamatti), otro consejero de la vieja escuela y quien no puede ocultar su resentimiento al estar trabajando en la campaña del deslucido senador Pullman.

Herencia familiar

Aunque la película tiene su base en la dramaturgia de Willimon, el guión fue escrito entre George Clooney y su colaborador habitual, Grant Heslov. En este sentido, las desilusiones políticas que recorren todo el filme le deben algo a lo que Clooney conoce de primera mano. En el año 2004 su propio padre, el periodista y conductor de televisión Nick Clooney, buscó infructuosamente un sillón en el congreso de Kentucky. "Dejó un mal sabor en su boca", afirmó Clooney el año pasado a The New York Times sobre las altas exigencias que su padre se impuso en su breve carrera política. "¿Tal vez si hubiera tomado decisiones más fáciles habría llegado más lejos?", se preguntaba el actor y director en la misma entrevista.

Considerada una película cuya mayor fuerza reside en las actuaciones -"Ryan Gosling otra vez interpreta a un personaje con gran presencia", dijo Roger Ebert, del Chicago SunTimes-, Secretos de Estado es también una pieza de escepticismo, sin mensajes. "No damos ninguna respuesta. Más bien esperamos a que la gente saque sus conclusiones", ha dicho Clooney.

El interés de los políticos demóctratas por ver la película se propagó rápidamente. Muchos salieron desilusionados. El propio Presidente Obama le preguntó a Clooney si es que era aconsejable exhibirla en la Casa Blanca. "Le dije que por ningún motivo", fue la respuesta de Clooney.