NO FUE hace mucho cuando Semuc Champey entró de lleno a la ruta turística guatemalteca. Acostumbrado el país a brillar por sus atractivos coloniales como la famosa Antigua, patrimonio de la Unesco gracias a sus perfectamente bien conservadas calles de adoquines y casas de fachada multicolor, o también por las tradicionales ferias dominicales, dueñas de una de las mejores artesanías del mundo en el pequeño pueblo de Chichicastenango, aún faltaba un "algo" que hiciera que el ir a Guatemala fuera un viaje redondo.

Ese algo tenía que ver con las alternativas; con la posibilidad de mezclar la aplaudida ruta cultural con un paréntesis de sol y descanso; un buen lugar para hacer de las vacaciones una aventura redonda, con la ecuación que las agencias de turismo venden como pan caliente: cultura y relajo.

Y ese lugar, claro que existía, solo que nadie, más allá de uno que otro aventurero perdido, le había puesto el ojo como una posible atracción masiva, hasta ahora. Porque Semuc Champey, repentinamente se hizo popular y hoy basta con pisar tierra guatemalteca, para que los otros visitantes le comiencen a comentar como hipnotizados sobre las bondades de esta reserva natural situada en el valle de Lanquín, insistiéndole que es un imperdible y casi un pecado pasarlo por alto.

Los turistas que ya hayan vivido la experiencia de conocer el lugar, le hablarán con toda seguridad también del paradisíaco río Cahabón, que lo cruza formando espectaculares piscinas naturales de agua subterránea y de intenso color turquesa, producto de su suelo de piedra caliza. Y no solo eso, sino que también lo convencerán de una visita con descripciones de las cascadas que se forman en el río y que llenan la seguidilla de pozones naturales. Todo rodeado de un imponente y muy verde bosque tropical.

Y con tanta recomendación es bastante difícil no tentarse, incluso siendo sus caminos lo suficientemente imposibles como para agotar a cualquiera. Pero lo cierto es que las seis horas que lo separan de la caótica Ciudad de Guatemala valen la pena, no solo por el verde de sus paisajes y por su microclima que mantiene el departamento de Alta Verapaz soleado casi todo el año, sino porque al llegar a destino la conexión se vuelve total y absoluta.

Sin señal de celular, escaso acceso a internet y solo pájaros y agua corriendo río abajo como sonido ambiente, Semuc Champey garantiza a cualquier visitante una estadía donde las preocupaciones quedan fuera de la lista. Y si a esto agregamos que las escasas instalaciones hoteleras se remiten a rústicas -pero comodísimas- cabañas de madera perdidas en el bosque, en donde el sauna es parte del paquete básico y las hamacas sufren de sobreoferta, las posibilidades de un enamoramiento a primera vista se vuelven una certeza absoluta.

De eso se trata un viaje a Semuc Champey, de olvidarse de todo y salir del lugar renovado a una fracción de precio de cualquier spa conocido. Así, con solo algunos días de visita, podrá perder la conciencia flotando en el agua mineral subterránea de sus famosas piscinas naturales o pedir un masaje de expertas manos locales, mientras agradece el buen dato de los que ya pasaron por esta experiencia.

Y también si se quiere, se puede salir a explorar la zona por su cuenta o acompañado de un local, ya que la única promesa de paseo turístico se reduce a la visita de las publicitadas Cuevas de Lanquín que, como gracia, están plagadas de murciélagos. Los mamíferos -cabe aclarar- solo pueden ser vistos por la luz de una humilde vela que el guía entrega como único complemento al paseo, dejando la vestimenta apropiada o los elementos de seguridad solamente en las buenas intenciones.

Pero. para ser honestos, a Semuc Champey se viene por una cuota de relajo, para ver un paisaje único y para respirar los aires más puros de Guatemala. Y también quizás a probar la exquisitamente rústica cocina local, en la que el pollo tiene gusto a pollo y las tortillas de maíz recién molido lo harán olvidarse de cualquier plato más sofisticado. ¿O acaso se necesita algo más?