La primera vez que Ignacio Agüero apareció en un libro fue en calidad de ayudante de investigación de Re-visión del cine chileno (1979). En la página 7 del volumen figura, de jeans y sonriente, junto a la autora, Alicia Vega, y a cuatro compañeros de la carrera de cine Escuela de Artes de la Comunicación UC: Carlos Besa, Cristián Lorca, Gerardo Cáceres y Roberto Roth. La última vez fue hace dos días, y ahora su propia obra es el tema. En medio de ambas apariciones, Agüero construyó una de las filmografías destacadas de la historia del cine chileno, ficción o no ficción.

El 26 de septiembre pasado, en el GAM, y al amparo del 19° Fidocs, se presentó El cine de Ignacio Agüero. El documental como la lectura de un espacio, de Valeria de los Ríos y Catalina Donoso. Académicas de la UC y la U. de Chile, respectivamente, las autoras proponen la reparación de una "deuda para con su filmografía en términos de un análisis crítico más extenso, por lo demás siempre inconcluso para un corpus todavía en construcción".

Nuevos volúmenes, o una puesta al día de éste, incorporarán el aporte agüeriano que aún está por venir (partiendo por una especie de continuación de Como me da la gana, de 1985, donde registró rodajes de sus colegas cineastas). Pero por lo pronto, subrayan las autoras, es necesario examinar títulos como Aquí se construye y Cien niños esperando un tren (donde la mencionada Alicia Vega es figura central). No en términos tan académicos ni en secuencia cronológica, sino explorando las diversas dimensiones a las que éstos y los demás filmes remiten. En interacción con el propio cineasta, que hasta escribe un pequeño texto al principio, y en la convicción compartida de que "la obra de Agüero es fundamental a la hora de pensar el cine chileno contemporáneo".

El libro observa y problematiza una filmografía en su conjunto, huyendo en lo posible del examen aislado. Toma nota de la "intermedialidad" del autor: de la presencia, por ejemplo, de su propio cine en sus películas, así como del cine de otros y del acto creativo envuelto en la realización. También nos recuerda la imposibilidad de encasillarlo: si después de la seminal No olvidar, sobre los hornos de Lonquén, se le encasilló como "cineasta de derechos humanos", él mismo quiso moverse en otras direcciones. Y nos plantea que "su punto de vista es siempre ético". Que no le preocupa, como se ve tan seguido, mostrar el close-up lacrimoso, sino que "demuestra genuino interés por la vida de los otros, por su trabajo y motivaciones".

Observador "naïf"

Algo que no hace en sus películas es decir "¡acción!", porque "la acción viene ocurriendo desde que el mundo es mundo", según afirma. Y ha dicho que sólo escribe guiones porque lo piden los fondos a los que postula, pues su idea es pensar la película en el momento de hacerla e "inventar la forma de cada aproximación al mundo real". Tomar la realidad por asalto y autorizar el ingreso de lo imprevisto.

Esta política puede iluminar pasajes agüerianos como aquel de El otro día (2012) en que un punto de luz solar, a velocidad de caracol, termina iluminando una foto de los padres del cineasta (y conmoviendo algo en cada espectador prendado ya de sus imágenes). Esta película, donde el documentalista se arroga el derecho de visitar las casas de quienes han tocado la puerta de la suya, da cuenta de un propósito de conocer y entender al otro. De asomarse y desplazarse por su ciudad. Pero también de ir hacia adentro: de sumergirse en su historia.

No por nada se le considera un pionero chileno del "giro autobiográfico" del documental. Y no es casual que hasta el día presente siga uniendo puntos en cuanto a la relación entre sus propias experiencias y las que retrata en sus filmes. No extraña tanto que escriba una mini-autobiografía en el libro recién editado donde ilustra vívidamente el modo en que se forjó su ser de cineasta.

Clave en esta opción fue el visionado del filme cubano Memorias del subdesarrollo ("tuve por primera vez la experiencia de ver que las películas las hacía alguien y que ese alguien la pensaba mientras la hacía"), así como la consideración en términos fílmicos de su propia casa de infancia en la calle Bernarda Morín, en Providencia. Asomarse a la ventana y ver "los cerros Provincia, San Ramón, Punta de Damas, confirmando la sensualidad general de todos los encuadres que la casa podía ofrecer".

Para seguir con la caracterización de su objeto de estudio, el libro destaca los variados trabajos colaborativos en la trayectoria de Agüero. Por ejemplo, con Antonio Skármeta en Neruda todo el amor, y con José Luis Torres Leiva, que lo tuvo como actor en Verano (2011) y que hizo su propio documental sobre el cineasta: ¿Qué historia es ésta y cuál es su final? (2013). Eso, para no hablar en su reiterada participación como actor en películas de Raúl Ruiz, con quien vino a trabar amistad en Cofralandes (2002), Días de campo (2004) y la serie de TV La recta provincia (2007).

En tanto, un rasgo de su propia incorporación a sus filmes es la del "observador naïf". Su tono, agregan Donoso y De Los Ríos, "es el del neófito sin más pretensiones que las de aprender". Que no llega provisto de certezas ni colma la voz en off de sentencias definitivas o hipótesis probadas de antemano. Hay documentalistas consagrados, locales y extranjeros, que han hecho carrera recorriendo este último sendero y podría decirse que Agüero ya no lo recorrió. Si lo hiciera, no sería Agüero.