Omar Sharif, que ayer murió a los 83 años debido a un infarto al corazón, siempre decía que sus deudas le ganaban por una cabeza a sus películas. La comparación no es antojadiza para alguien que era una de las estrellas mundiales del bridge y que consideraba que la hípica era de aquellos pasatiempos que todo buen caballero debía tener. Fue tan aficionado a los caballos como a las cartas y tan mujeriego como prolífico actor, con más de 100 películas en el cuerpo. Ayer, además, la muerte estaba dos cabezas sobre sus deudas y sus películas.

Aquejado de Alzheimer (según su hijo Tarek-El, Sharif confundía Doctor Zhivago con Lawrence de Arabia) y recluido en un hospital de un barrio exclusivo al sudoeste de El Cairo, apenas sobrevivió seis meses a su segunda esposa, de quien estaba separado hace 40 años. La actriz Faten Hamama, una auténtica estrella en Egipto, había muerto en enero, también a los 83. Fue una de las muchas conquistas del más universal de los actores salidos del mundo árabe, alguien que llegó a su primer gran rol casi por casualidad y que con apenas un par de títulos representó todo una época.

Hijo de un comerciante de origen libanés, Sharif nació en Alejandría (Egipto), en 1931, bajo el nombre de Michel Shalhoub. Educado en buenos colegios, fue compañero de curso del intelectual Edward Said y del destacado realizador Youssef Chahine, quien luego le daría los primeros roles en sus cintas egipcias y lo transformaría en el actor más popular de su país antes de que le llegara la oportunidad de su vida. Aquella ocasión entró casi por la ventana, en principio sólo porque dominaba el inglés. "El director David Lean miró una serie de fotos de actores árabes y pidió que trajeran al que hablaba inglés. Ese era yo", afirmaba hace un par de años a Los Angeles Times al conmemorarse los 50 años de Lawrence de Arabia, la cinta sobre las incursiones del militar y arqueólogo británico Thomas Edward Lawrence en Medio Oriente.

Sharif tenía 29 años y en el filme hizo del líder guerrero Ali. La primera escena que le toca, de lejos y balanceándose sobre su camello en el horizonte del desierto del Sahara, permanece aún como una de las mejores introducciones de la historia del cine. Sobre la producción, financia por Columbia Pictures y ganadora de siete Oscar, Sharif solía decir que empezó como un proyecto de segundas opciones: Peter O´Toole hizo de Lawrence tras la negativa de Marlon Brando y él sólo pudo actuar cuando Horst Buchholz y Alain Delon rechazaron el rol.

"Cuando hice la película pensaba que era una locura: no tenía mujeres, ninguno de los actores era conocido en ese momento y había muy poca acción. Fue un clásico sólo porque su director David Lean era brillante. Esa es la verdad", dijo Shariff hace un año al diario británico The Guardian.

Por el rol de Ali tuvo su primera nominación al Oscar y los papeles en producciones históricas comenzaron a caer a sus pies. No todas fueron buenas películas, pero en muchas de ellas el dinero corrió como nunca: estuvo en La caída del imperio romano en 1964 e hizo de Gengis Khan en la cinta homónima de 1965. Ese mismo año volvió a trabajar con David Lean en Doctor Zhivago, basado en la novela homómima del premio Nobel ruso Boris Pasternak. Sharif, que con el tiempo se fue poniendo más amargo y cascarrabias, decía que Zhivago era sólo correcta en comparación a Lawrence de Arabia. El filme donde interpreta a un idealista médico que es testigo de la Revolución Rusa obtuvo cinco premios Oscar y él se llevó su segundo Globo de Oro. Una de sus escenas culminantes es cuando el viejo y cansado Zhivago contempla impotente desde el bus a Lara, sin poder alcanzarla y reencontrarse.

En la filmación de esa cinta, rodada entre Helsinki, Granada, Castilla y Madrid, Sharif desarrolló un gran lazo con España, aprendió el idioma y fijó una de sus muchas residencias. Su madre también se quedó en este país. "No he vuelto porque me duele mucho el recuerdo. Aunque tengo sobrinos y sobrinos nietos madrileños", dijo en el 2009 al diario El País.

Cartas, mujeres y deudas

Con David Lean, el perfeccionista director de Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago, Sharif siempre se llevó bien. Hace tres años, en una entrevista publicada en The Guardian, rememoraba esa relación: "Siempre le caí bien. Fuimos juntos al desierto e hicimos la película. Fui uno de los pocos actores que quería. En general, los odiaba".

Con el británico también compartía su legendario apetito por las mujeres, pero no comulgaba en su afición a las cartas. Sharif fue un habilísimo jugador de bridge y estuvo entre los 50 mejores del mundo, presentándose en una exhibición frente al Shah de Irán. Escribió durante bastante tiempo una columna para el diario Chicago Tribune y desarrolló una aplicación para celulares con su nombre. Frecuente pasajero de hoteles y casinos ("sólo duermo en hoteles y como en restaurantes"), Sharif vivió la agonía y también el éxtasis de las cartas. Justamente aquella estampa de galán exótico quedó sellada en Funny girl (1968), musical con Barbra Streisand donde interpretó al jugador y estafador real Nicky Arnstein.

"Llegué a perder un millón de dólares en una noche", decía al diario El País. También, con humor y algo menos de su fanfarronería habitual, se refería a su relación con las mujeres: "De mi galantería ya no queda nada. Desde 2004 no tengo novia. Bueno, ahora sí, dos de 35 años, una en El Cairo y otra en París, pero quedamos para cenar de vez en cuando. Al acabar nos damos dos besos en la mejilla y cada uno a su casa".

En la década de los 90 se paseó varias veces por Chile, protagonizando encendidos capítulos del estelar Viva el Lunes con Cecilia Bolocco y, como siempre, visitando sus queridas corridas hípicas. En 1992 entregó una copa con su nombre en una carrera del Hipódromo y en el 97 estuvo en un comercial de pulseras.

Su última actuación fue en la cinta franco-marroquí Rock The Casbah en 2013, y en general no le daba mucho crédito a las películas que había hecho en los últimos 30 años. Una de las mejores fue El señor Ibrahim y las flores del Corán, donde interpretaba a un viejo musulmán de origen turco que se hacía amigo de un solitario muchacho judío. Era una amable cinta de amistad en tiempos de intolerancia religiosa que le valió el César (el mayor premio del cine francés) a un actor que nació católico, se convirtió al Islam y terminó agnóstico.