Sofia Coppola luce como una mujer tímida. No habla con el desplante de su padre ni tampoco filma con el aliento épico del creador de La ley de la calle. Y si bien ella jamás podría hacer Apocalipsis ahora, es hora de subrayar que su progenitor nunca hubiera encontrado las herramientas para los silencios memorables de Perdidos en Tokio. Así, como un fruto delicado y diferente del frondoso árbol que es Francis Ford Coppola, la realizadora de Las vírgenes suicidas ha encontrado un camino propio, un estilo y un respeto que su padre sólo ganó recién con su sexta película, El Padrino.

La directora de 39 años aterrizó ayer en el 67º Festival de Cine de Venecia, con su cuarto trabajo, Somewhere. El título significa "en algún lugar" y hace alusión a la condición de hombre a medio camino, en el centro de ninguna parte, que es su protagonista. El actor Stephen Dorff, en el rol de la estrella de cine Johnny Marco, es un personaje consumido por la vida frenética de los ricos y famosos antes de llegar a los 40 años. No tiene pareja estable, acaba de sufrir una caída que lo deja con el antebrazo enyesado y su único cable a tierra es su hija de 11 años, quien lo va a visitar cuando menos lo espera. Para colmo, Marco ni siquiera está en las ligas de un eventual Brad Pitt o George Clooney, sino que es una estrella de segunda línea, especialista en filmes de mediano presupuesto.

En la rueda de prensa, Sofia Coppola manejó el mismo bajo perfil que muchos conocen. Respuestas cortas y a veces vagas. Es una mujer que reserva sus palabras para los guiones y deja poco para las declaraciones públicas. Recibida con muchos aplausos en su primera función, Somewhere no sólo se concentra en la crisis del protagonista, sino que indaga en la relación del actor con su hija (Elle Fanning). La muchacha se llama Cleo y su intacto mundo de clases de ballet y campamentos escolares contrasta con el universo falso y decadente que rodea a su gastado padre.

El filme generó una reacción francamente cómica cuando algunos periodistas italianos en plena conferencia no hicieron preguntas, sino que se dedicaron a alabar a la realizadora. En Italia, Sofia Coppola es como una primera dama del cine desde los tiempos de Perdidos en Tokio, estrenada en Venecia en el 2003. Fuera de Italia, sin embargo, el panorama comenzó a variar un poco tras el estreno del filme. Un medio como Variety alabó el trabajo ("retrato melancólico y sutilmente desconsolador"), pero en The Guardian, Peter Bradshaw afirma que Somewhere es un "mal lado B de Perdidos en Tokio".

Corleones y Coppolas

En mayo de 1986, Gian-Carlo Coppola (el mayor de los tres hijos de Francis Ford Coppola) murió a los 22 años en un accidente de lancha. Al primogénito de los Coppola le decían Gio y era el muchacho preferido de su padre, el muchacho cuyas evidentes condiciones artísticas lo colocaban como sucesor digno de Francis Ford. Gio había sido extra infantil y juvenil desde El Padrino, productor asociado de La ley de la calle y Los desalmados, y director de segunda unidad en Cotton Club. Había aprendido en la escuela de su propio padre cómo ser cineasta. Su próximo paso era la realización.

Es tentador ver en la vida de los Coppola una materialización del clan Corleone de El Padrino: los tres vástagos de don Vito Corleone se repiten en los tres hijos de Coppola. En el filme, el mayor -Sonny- muere estúpidamente acribillado después de ser advertido por el consigliere de la familia que no tiene que salir a la calle. En la vida real, Gio fue lanzado varios metros lejos de la lancha que conducía su amigo por una mala maniobra.

Por otro lado, la figura de Sofia Coppola (la menor) ha alcanzado un éxito fulminante, que recuerda el vertiginoso ascenso de Michael Corleone, el menor de los hermanos. Si éste era el hombre en principio menos inclinado a convivir en el universo de su padre, Sofia también tuvo comienzos difíciles. Probó suerte primero como guionista, al coescribir el episodio que Francis Ford Coppola creó para Historias de Nueva York y, al mismo tiempo, intentó una carrera en la moda al diseñar una línea de ropa. Lo peor vino en 1990. A última hora y debido a una enfermedad de Winona Ryder, Coppola le dio a Sofia el rol de la hija de Michael Corleone en El Padrino III. Las críticas fueron devastadoras, arreciaron las acusaciones de nepotismo y, a fin de año, la menor del clan ganó el humillante galardón a la Peor Nueva Estrella de los Golden Raspberry Award, un premio célebre por distinguir lo más execrable de Hollywood.

Nueve años después, sin embargo, Sofia Coppola llevó al cine la novela Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, y cualquier sombra de su mal pasado como actriz se borró de un plumazo. La película llamó la atención por la sutileza, al tratar el tema de la muerte de las cinco hermanas Lisbon.

La recuperación

Ese estilo leve y minimalista quedaría para siempre impreso en su filmografía, marcando el territorio frente a su megalómano progenitor. Su consagración vino con Perdidos en Tokio, donde además incorporó una veta de ironía que nunca se le conoció al autor de El Padrino.

Hasta ahora, todas sus películas nadan en las aguas del ciudadano acomodado y la obsesión con los hoteles de lujo, ya vista en Perdidos en Tokio, es una de las caras más visibles de Somewhere. Al presentar ayer la cinta, Sofia Coppola relacionó este universo con su padre y su propia niñez. "Me la pasé mucho tiempo de mi infancia en los hoteles, cuando acompañábamos a mi papá a los rodajes. Les tengo un particular aprecio: es un microcosmos en sí mismo".

Pero también reveló otra pista sobre su preferencia por estas locaciones. "Los hoteles, como el Chateau Marmont de Los Angeles, donde transcurre la película, son siempre sitios de gente que está en tránsito, lugares temporales. Y creo que ese paisaje le viene perfectamente a los personajes que más me gustan, que son tipos que están cambiando, en medio de una crisis".

Para Sofia Coppola, en cualquier caso, los tiempos de crisis lucen lejanos. Su cara se ve más serena que nunca y su estilo fílmico encontró su definitivo norte con la melancólica Somewhere. Ya no es la hija de su padre, sino que una directora con una firma inimitable.

Francis Ford todavía produce todos sus trabajos, pero sólo como el gesto del orgulloso padre que ve a su hija hacer algo que él admira y no está en su dominio. Ella ya lo dijo ayer acá en Venecia: "Amó esta película y me dijo que sólo yo podría haberla hecho".