Era de noche. Art Spiegelman regresaba tarde a casa después de estar con su novia. Corría 1968, tenía 20 años y venía saliendo de una temporada en el infierno por abusos con las drogas. Al llegar se topó con una multitud conmocionada: su madre se había cortado las venas en la tina del baño. No dejó carta ni nota alguna. "Esa noche fue terrible. Mi padre insistió en que durmiéramos en el suelo: una tradición judía, supongo. Me abrazó y estuvo gimiendo para sus adentros toda la noche".
Art Spiegelman, el hombre que le dio categoría de arte al cómic, relata el episodio en Prisionero del planeta infierno: una historieta brutal recogida en Breakdowns, volumen autobiográfico publicado por Mondadori. Aparecido originalmente en 1978, en EEUU, Breakdowns reúne los primeros trabajos de Spiegelman, entre ellos el original de Maus, cómic en que relató el paso de sus padres por Auschwitz y que le valió un Pulitzer y el reconocimiento internacional. "Envidio al artista joven, nervioso y sediento de tinta que dibujó las tiras reunidas en Breakdowns hace 30 años", escribe él mismo en un epílogo a la nueva edición. Experimental, sicodélico, expresionista, el libro es una descarnada memoria escrita en viñetas y una pieza clave en la historia del comic.
Hijo de judíos polacos, Spiegelman creció escuchando las pesadillas nocturnas de sus padres: el nazismo y el fantasma de Richieu, su hermano muerto, envenenado por la empleada para salvarlo de Auschwitz. "En el marco claustrofóbico del hogar de mis padres inmigrantes, los comics fueron mi ventana a la cultura estadounidense", cuenta.
Del Pato Donald a MAD, la revista satírica editada por Harvey Kurtzman, Spiegelman se convirtió en un devorador de historietas. En los 60 se conectó con la escena underground de Nueva York y San Francisco. Se matriculó en el Harpur College y comenzó su incursión en la galaxia de los alucinógenos.
"En 1967, tanto mi virginidad como mi cerebro se habían esfumado hacía tiempo, e inicié un vago período en el que me dediqué a saltar de Binghamton al East Village, San Francisco y vuelta atrás, con paradas en una comuna sicodélica de Vermont". Hacía dibujos sobre el LSD o Vietnam y "los repartía en esquinas y parques cuando no me desmayaba".
Fue expulsado de la universidad, cayó al siquiátrico. Y su madre se suicidó. Tres años después expulsó sus demonios en Prisionero del planeta infierno. "¡Me asesinaste, mamá, y me dejaste aquí para que cargara con la culpa!", escribe. Extremó el gesto en Maus: una historia del Holocausto, la de sus padres, narrada en dibujos, donde los judíos eran ratones, los alemanes gatos y los polacos, cerdos. Es el origen de la novela gráfica que le daría el Pulitzer en 1992: el cómic había perdido la inocencia.
"Puede que algunos vean Breakdowns como un simple producto de su tiempo -escribe- pero para mí es un manifiesto, un diario, una nota suicida arrugada y a la vez una importante carta de amor a un medio que adoro".