Hace ocho años que Paz Echaurren (30) y Francisco Aguirre (32) son pareja. Comparten llaves, salen de vacaciones y van al supermercado juntos. Parecen una pareja convencional, excepto por una cosa: no viven juntos. Alternan durante la semana entre su hogar y el de su pareja, al punto de que Paz tiene en el departamento de Francisco todo lo necesario para llegar: pijama, cepillo, ropa, libros, revistas y sus audífonos. El, fanático de los videojuegos, mantiene en la casa de ella su consola. Son exponentes de una nueva forma de entablar relaciones de pareja entre los jóvenes chilenos: los "stay over" o convivientes puertas afuera.

Se trata de parejas jóvenes, de entre 25 y 35 años, que duermen bajo el mismo techo entre tres y seis noches por semana, aunque mantienen casas o departamentos separados. Este arreglo les sirve como una conveniente alternativa para no involucrarse en relaciones de mayor duración y compromiso, como la convivencia y el matrimonio.

Un estudio de la U. de Missouri (EE.UU.) mostró que cada vez más jóvenes optan por esta modalidad de relación. En Chile, los expertos advierten que el sistema ya fue importado por una generación pragmática, que se muestra escéptica ante las relaciones de pareja, temerosa del compromiso que implica y no disponible para transar su libertad por una vida bajo el mismo techo.

Oscar Aguilera, sociólogo de la U. Católica del Maule e investigador de la última Encuesta Nacional de la Juventud, asegura que en estudios cualitativos hechos en el país, el modelo aparece frecuentemente como un tipo de vínculo que está cambiando el concepto de vida en pareja. "La sociedad no lo sanciona y, al contrario, lo reconoce como una posibilidad de vida en pareja", asegura.

Prácticos

Tyler Jamison, autora del estudio de la U. de Missouri, dice a La Tercera que en su investigación dos aspectos parecían definir a estos jóvenes: la búsqueda de confort y comodidad. Es justamente lo que pretende Gabriela Arcos (26, veterinaria) y Abel Jiménez (estudiante, 25), quienes son pareja hace dos años y medio, pero cada uno vive en su propia casa, en La Serena. Pasan cuatro días de la semana compartiendo hogar, pero los otros tres viven solos. Y no están interesados en cambiar. "Es cómodo y práctico, a veces me quedo en su casa tres días seguidos, pero como vivimos cerca puedo ir a la mía a buscar ropa", dice Arcos.

Para Susana Ifland, terapeuta de parejas y directora de la Sociedad Chilena de Sicología Clínica, el fenómeno está fuertemente asociado a un miedo generalizado al compromiso en la juventud, originado en lo que han visto. "Es una generación que creció viendo malas experiencias de relaciones de pareja y fracasos matrimoniales de sus padres", dice.

La percepción es mencionada por Marcela (24) y Rodrigo (28) como uno de los motivos para vivir así. Pasan en promedio tres noches a la semana juntos, al punto de que ella ya tiene todo su arsenal de cremas y champús en el departamento de él. "Hace dos años que conversamos sobre vivir juntos a tiempo completo, pero tuvimos miedo de que nuestra relación se quebrara por eso. Soy hija de padres separados y siento que eso me afecta a la hora de dar ese paso", confiesa Marcela.

Según Ignacio Naudon, director del Injuv, si bien en Chile no hay estudios específicos que evidencien el fenómeno, sí hay muchas características de la juventud -reveladas en las últimas encuestas nacionales que realiza su organismo- que ratifican el modelo. "Si bien a los jóvenes les interesa tener una pareja, les es más importante mantener sus espacios individuales. Por eso acotan estas relaciones en función de su libertad y desarrollo".

Ifland concuerda, agregando que los jóvenes rehúyen compartir hogar para no transar aspectos como hacer un posgrado, viajar con amigos o simplemente ver televisión a su gusto.

María Jesús Zulueta (29) mantiene una relación con Jaime (29) hace tres años. Si bien él le ha propuesto vivir juntos en varias oportunidades, prefiere no hacerlo por aspectos logísticos. "No es que me incomode, pero es rico tener tu propia rutina. Cuando llega, hay que negociar sobre temas domésticos, como qué vemos en la tele", confiesa.

La nueva convivencia

Felipe (30) y Pilar (27) son ingenieros comerciales, compañeros de trabajo y pololos. Ella vive en Providencia y él en Las Condes. Se turnan durante la semana para alternar la casa en la que se quedan, lo que les permite llegar juntos a su oficina. Cuando ella va a su casa, él cocina, pone la mesa y atiende a la "visita". Cuando él va a la de Pilar, los papeles se invierten.

La dinámica de dueño de casa tiene ventajas, como elegir el lado de la cama: a los dos les gusta el izquierdo.

Aguilera dice que este aspecto es uno de los pilares del fenómeno: la igualdad de sexos. "Es una reconfiguración de los atributos de género, la mujer tiene tantos derechos como el hombre".

Marcela y Rodrigo lo ratifican: independientemente de la casa, comparten todas las tareas, desde cocinar hasta hacer la cama.

Para Ifland, el modelo no sólo es recomendable, sino que, asegura, prosperará en el futuro, porque permite a las parejas respetar sus individualidades, espacios y pasatiempos.

Aunque algunos reconocen que seguirían eternamente con el sistema, la mayoría espera vivir juntos o casarse a futuro. Pero sin dejar la clave de su éxito como pareja: juntos, pero no revueltos."Cuando nos vayamos a vivir juntos, sí o sí tiene que haber una pieza para cada uno", dice Marcela.