Aunque del uso se le haya agotado en sí mismo ese tan cacareado tópico de rey Midas de Hollywood; aunque según la revista Forbes posea una fortuna de 3.000 millones de dólares gracias al cine y siga haciendo dinero a montones con productos de éxito como la reciente Tintín o Caballo de guerra, sentado ahora en un sillón de un lujoso hotel londinense cara a cara frente a un extraño, Steven Spielberg sigue siendo el niño de cinco años que un día entró a contemplar El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. DeMille, y pensó: "¡Esto es lo más alucinante que he visto en mi vida!".
En un primer momento el pequeño Steven se sintió estafado. Pensó -no sabe por qué ambigüedad no resuelta ni clarificada- que su padre le invitaba al circo, cuando en realidad le llevaba a ver una película sobre circo. Pero ese doble juego, la magia inagotable entre la realidad y la ficción que él luego supo captar y explotar como nadie, es algo que no parecía entender del todo bien hasta que pasó un buen rato con las luces apagadas…
"Yo pensé que mi padre me había engañado. Creí que me llevaba al circo, pero aquello no era el circo. Aquello era una sala a la que entramos después de haber pasado un frío de muerte en la cola durante hora y media de pie, en una calle de Filadelfia. Allí había butacas alineadas y una enorme cortina roja, pero yo sabía que no era el circo, no olía a circo, y sí, cuando se abrió, se proyectaron sobre la pantalla unas imágenes con grano en la que había leones y trapecistas y elefantes, pero no era el circo…".
Hasta que un cambio brusco le puso en situación: "Hay un momento en el que se produce un accidente de tren. Las cosas salen volando hechas pedazos y fue entonces cuando entendí, como niño, que aquello era la cosa más impresionante que había visto en mi vida". Quizá por eso, años después, su primera película en super 8 se limitara a regodearse en un choque rodado en un restaurante con su maqueta de trenes eléctricos.
Aunque haya firmado ya 50 películas, desde Amblin hasta ahora Lincoln con Daniel Day-Lewis como protagonista; producido 130 y lo haya ganado todo, incluyendo dos Oscar como director, por La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan, Spielberg todavía guarda memoria viva y tiene mucho del pringadillo que fue sistemáticamente expulsado de los rodajes de su maestro, Alfred Hitchcock...
La primera vez fue cuando se coló a husmear en el set de Cortina rasgada (1966). "Me echó un colaborador, me vio en el rodaje y me preguntó: '¿Quién eres?'. Me dijo que me encontraba en un espacio privado y que no podía estar allí. Nunca lo conocí. Hitchcock no me echó una vez, me echó dos...".
"Después de Tiburón, cuando ya era un exitoso joven realizador, fui con un reportero que estaba haciéndome un perfil a ver el rodaje de La trama. Me presenté, muy ufano, creyéndome suficientemente reconocido como para saludar al maestro, como si tuviera el derecho incuestionable de ser recibido. El estaba de espaldas, no sé cómo pudo notar que andaba por allí".
A partir de ahí, lo mismo de la primera vez. "Habló con su asistente, le dijo algo al oído, vino hacia mí con la mirada fija y me explicó: 'El señor Hitchcock quiere que le diga que no permite visitas en los sets'. Y volvió a echarme... Para mí era un papelón saber que aquel periodista contaría cómo el director de Tiburón fue expulsado de un rodaje. Así que ostento el dudoso honor de haber sido echado no una, sino dos veces de su lado, sin siquiera llegar a conocerlo. Más cuando Tiburón era un homenaje a su cine".
La infancia
Aunque haya dirigido películas negras o llenas de acción, misterios, violencia, tensión y lágrimas, Spielberg todavía es ese muchacho asustado a quien su padre, ingeniero electrónico, le fabricó un caleidoscopio para hipnotizarle y que hiciera dormir las extrañas noches en las que creció entre Haddon Heights (Nueva Jersey) y Scottsdale (Arizona). Fue en una familia judía, circunstancia que, como niño, producía entre rechazo y perplejidad a quien más tarde dirigió La lista de Schindler. "En mi casa no teníamos todavía televisión, y lo único que había visto parecido fue un invento de mi padre que me fabricó: un caleidoscopio, y creó una ola que daba vueltas y me llevaba a dormir cada noche, cuando era un crío".
El miedo explica muy bien el mundo de Spielberg. Hasta el punto de haberlo reflejado como muy pocos en pantalla sin haber hecho propiamente ninguna película pura del género. Reinventándolo, como hizo en Tiburón, o aderezando sus obras más realistas. Sobre todo en las secuencias iniciales de Rescatando al soldado Ryan, donde el retrato del miedo abre la épica.
"Tenía miedo de la oscuridad, de todo. Cualquier cosa que le diera miedo a un adulto o a otro niño, yo lo adaptaba a mi propio temor y me producía espanto. Mi madre, durante un tiempo, padeció agorafobia, temía los espacios abarrotados. Ya no. Cuando me lo contó, al día siguiente, yo también tenía miedo de los sitios abarrotados. Me sobrepuse pronto, pero yo me sugestionaba por cualquier cosa".
Ha pasado e interiorizado tanto el terror, que hoy le resulta imposible ver E. T. con su nieto de cuatro años y no destripársela para que no sufra. "Ya soy abuelo", asegura este padre de siete hijos, fruto de sus matrimonios con Amy Irving y Cate Capshaw. "Tengo dos: Eve, de un año, y Luke, de cuatro. Con él he visto E. T. este verano. Le encantó, recita varias frases. 'Teléfono, mi casa...'. Si hay algo que me apasiona a la hora de volver a ver mis películas es hacerlo de nuevo a través de sus ojos. Pero me angustiaba mucho que sufriera, y cuando la criatura parece que ha muerto, yo le decía a mi nieto: 'No te preocupes, se va a poner bien, no le pasa nada'". Hay que imaginarse la escena. El director que hizo llorar a medio mundo con aquel muñeco del espacio exterior consolando a los espectadores de la tercera generación que la disfruta, negándose a sí mismo para que no sufran sus criaturas. Aun así, Spielberg sabe que una vez que su cine pasa a los ojos de otra gente ya no le pertenece: "Cada uno que lo ve se queda con algo de la película, algo propio. Cuando superas el estreno, te conviertes en su huérfano y pasa a ser de los millones de personas que la ven".
Spielberg y los niños... Una entente inagotable de E. T. a Indiana Jones y el templo de la perdición, El imperio del sol o A. I. Inteligencia artificial. O como en su nueva película, Caballo de guerra, que se estrena el jueves en Chile. La historia de un muchacho y un caballo que, según escribió Vargas Llosa después de haber visto la obra de teatro en Londres, resume perfectamente lo que fue la I Guerra Mundial.
"Yo la conocí gracias al libro de Michael Morpurgo que luego fue adaptado al teatro. Lo leí, y me conmovió tanto que fui a Londres a ver la obra. Lo que me impactó fue la peripecia de un chico que se entrega a educar un caballo al que su padre cede al Ejército británico. Lo que ocurrió con ocho millones de animales que llegaron a servir en la I Guerra Mundial", afirma el director. "El caballo nos conduce a diferentes ángulos del relato, tanto del Ejército aliado como del alemán. Inspira respeto, es una historia preciosa, casi un poema".
Con Caballo de guerra, Spielberg ahonda en otra de sus obsesiones de adolescente: el cine bélico. Pero en este caso cambiando el escenario. El ha revolucionado la concepción cinematográfica del conflicto más desolador de la historia no solo con sus obras maestras en la gran pantalla -La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan-, sino también en Band of brothers y The Pacific, las producciones para televisión que produjo con su amigo Tom Hanks, según Spielberg, "el actor que más naturalidad ha dado en pantalla desde Spencer Tracy". Para probarlo, ahí quedan los títulos que ha rodado con él de protagonista, desde su experiencia en Soldado Ryan, La terminal y Atrápame si puedes.
Ahora entra de lleno en la I Guerra, sin olvidar los pocos referentes que la han llevado al cine: "A mí me encantó Senderos de gloria", comenta sobre la película abiertamente pacifista de Stanley Kubrick, uno de sus maestros reconocidos. "Pero creo que fue Lewis Milestone quien rodó la mejor sobre ese conflicto: Sin novedad en el frente".
Con Caballo de guerra, Spielberg ahonda también en la épica. Nos cuenta cómo un animal capaz de arar una tierra yerma puede sobrevivir a cuatro años de guerra: "Fue un conflicto muy interesante, pero no popularizado como la segunda, porque aquella fue un trauma global, el fin de la civilización como la entendíamos. La I Guerra supuso, entre otras cosas terribles, el fin del caballo frente a la tecnología como arma. El caballo era un arma. Millones de animales murieron a cargo de otros inventos y herramientas como el tanque; desde entonces fue relegado a convertirse en una bestia de carga a un precio tremendo. Lo pagó caro. El hecho, además de no ser de utilidad, influyó en su conservación después como especie".
Aunque Spielberg revolucionara de la mano de una generación irrepetible la industria del cine, hoy, mirando hacia atrás, no podríamos entender el séptimo arte sin su paso por él. No sólo como creador, sino como reinventor del negocio y urdidor de alianzas junto a Lucas, Coppola, Scorsese, sus colegas retratados por Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes, este paradigma ya con 65 años cumplidos. Aun así, vestido con jeans, zapatillas deportivas, gorra y cazadora de aviador, sigue siendo aquel meritorio chico aparentemente nada rebelde, y sombra del tímido y retraído que sólo quería dejar buena impresión en los despachos para que le volvieran a contratar.
"Nosotros no pensábamos en cambiar Hollywood. Siempre sentí que sólo quería salvarme a mí y nunca al sistema. Sólo pretendía que cada película me ayudara a hacer otra. No era por el bien de la industria, sino por mí, para seguir adelante".
El chico que asombró a público y crítica desde sus inicios no tenía intenciones iconoclastas. Ni tomaba LSD ni vertía sus traumas en su obra, como recuerda su amiga Margot Kidder en el libro de Biskind. Era un chico aparentemente inofensivo, que se alimentaba de galletas Oreo y dormía con calcetines. Sin embargo, así, sin querer, puso todo patas arriba. Eso y no otra cosa fue el inicio de la saga Indiana Jones, emprendida junto a George Lucas, después de que éste acometiera la saga de Star wars.
"El objetivo era crear un héroe diferente a James Bond. Mientras que Bond nunca se despeina ni sangra, salvo ahora en la nueva concepción que le ha dado Daniel Craig, en la época de Connery sobrevivía por la ironía y el estilo. Indiana, en cambio, cae herido con frecuencia, le revuelcan, comete errores. Las bases de la comedia son fundamentales. Y está envejeciendo sin perder facultades".
El héroe es otro de los grandes temas de Spielberg: héroes claros como Jones, Schindler o Tintín, y oscuros, como los agentes secretos del Mossad al servicio de Israel que retrata en Munich, su obra más política e incomprendida por ambos bandos en conflicto.
Spielberg tiene claro que en Hollywood los cineastas deben hoy emplearse en hacernos soñar más que nunca, debido a la moral arrasada por la crisis de Occidente. "¿Qué puede hacer Hollywood?", se pregunta. "A mi juicio, no es una herramienta política, pero sí de sueños. Y, en ese sentido, es caprichosa: los sueños pueden convertirse en realidad, pero no todos están dirigidos a cambiar el mundo. Son personales, de cada artista. La situación presente no es como la del final de la II Guerra Mundial, en la que Hollywood se volcó a colaborar con películas que recaudaban fondos para apoyar al Ejército, o con musicales que ayudaran a la gente a olvidar lo vivido. Hollywood no está volcado en eso, sino que se empeña en hacer reales los sueños eclécticos de la gente. No tiene por delante una misión. Necesita independencia".
Aunque avanzados los años 70 y en plena década de los 80 esta generación irrepetible de cineastas, liderada entre otros por él, cambiara la historia del cine para siempre, ahora les toca a otros. "Cada generación tiene diferentes sensibilidades y nadie debe salvar Hollywood de nadie: ni de mí, ni de Scorsese, de Lucas, de Coppola o de Cameron... La diferencia entre hoy y cuando nosotros empezábamos es el público. Ahora no se conforman con un género: no basta. Existen muchos tipos de público, mucha gente adoradora del cine en todos sus abanicos. Hay que ser capaces de hacer películas para varios segmentos".