EN 2009 el fundador de Microsoft, Bill Gates, se paró frente a una sala llena de personas que habían venido de distintos países y pagado varios miles de dólares para escuchar a gente como él y comenzó a hablarles de la malaria y los desafíos que representaba su erradicación. En un momento abrió un frasco y con una gran sonrisa dijo: "Esta enfermedad es propagada por mosquitos. Traje algunos y voy a dejar que vuelen por la sala. No hay razón para que sólo los pobres se infecten". Para tranquilidad de la audiencia los insectos no portaban la enfermedad, pero generaron el efecto que Gates esperaba y la charla -que ha sido vista más de dos millones de veces en internet- cumplió con una de las grandes aspiraciones de las conferencias TED: generar "alimento para el pensamiento".

La primera conferencia de este tipo, realizada en California hace 30 años, no estuvo ni cerca de lograr algo así y fue un fracaso rotundo. El ideólogo era Richard Wurman, un arquitecto y diseñador gráfico estadounidense que buscaba crear un lugar para exponer un fenómeno que le parecía inevitable: la convergencia entre tecnología, entretenimiento y diseño, conceptos que dieron al nombre del evento: TED.

Esa versión incluyó las presentaciones del en ese entonces innovador CD de Sony, algunas de las primeras demostraciones del computador Macintosh de Apple y charlas sobre tecnología 3D a cargo de Lucasfilm, el estudio de Star Wars. Pero sólo 300 personas se interesaron y Wurman tuvo que dejar entrar gratis a la mitad para lograr llenar los asientos.

Ante ellos Nicholas Negroponte, fundador del laboratorio de medios del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), tocó temas futuristas para la época como el desarrollo de pantallas, pero su exposición de más de dos horas distrajo hasta la audiencia más fiel.

Hoy el estatus de este evento anual es radicalmente distinto. Su versión, realizada en marzo recién pasado en Canadá y que celebró los 30 años del evento con el tema "El siguiente capítulo", congregó a más de mil trescientas personas que siguieron en directo cerca de 130 charlas que abordaron temáticas que iban desde el uso de las prótesis biónicas, a los microbios intestinales, la seguridad en internet o la conciencia colectiva. Además, en su sitio TED.com se ofrecen mil seiscientas exposiciones gratuitas que han sido vistas más de mil millones de veces.

El afán por lograr que las charlas sean apreciadas por la mayor cantidad de cibernautas posible se nota en una iniciativa paralela de los organizadores del evento. El Proyecto de Traducción Abierta se lanzó en 2009 con más de 200 voluntarios que se dedican a crear subtítulos con distintos idiomas para cada una de las charlas que se ofrecen en TED.com, además de crear transcripciones de éstas. Hasta el año pasado se habían completado más de 39.000 traducciones, una meta que incrementó notablemente el interés alrededor del globo: el tráfico de visitantes de TED.com que provenían desde fuera de Estados Unidos creció 600% en el caso de Asia y más de 1.000% en Sudamérica.

Estas conferencias, dictadas por personas como Craig Venter, pionero en la investigación del genoma humano; la escritora chilena Isabel Allende o el cantante Bono y cuyo eslogan "ideas que vale la pena difundir" son sinónimo de innovación y escenario de hitos tecnológicos. Por ejemplo, a fines de los 90, ese evento sirvió para que Larry Page y Sergey Brin publicitaran Google por primera vez y en sus pasillos se concretó la creación de la prestigiosa revista de tecnología Wired.

¿Qué cambió para que el evento pasara de ser un fracaso a una serie de conferencias masivas dictadas por las mentes más creativas del mundo? Fundamentalmente, la forma en que se cuentan las historias. La clave del éxito de TED está en el desarrollo de un sencillo pero atractivo sistema para difundir ideas que revolucionó la forma de presentar conceptos y descubrimientos.

Después del fracaso de 1984 las charlas TED sólo se reanudaron en 1990. Una vez al año, sus organizadores, liderados por su creador Richard Wurman, empezaron a reunir a personalidades destacadas en distintos ámbitos para que explicaran sus principales descubrimientos, obsesiones o ideas. Sin embargo, el despegue definitivo ocurrió en 2006, cuando el evento ya había pasado a manos de Chris Anderson, un empresario con intereses en varios medios digitales y fanático de TED.

Fue hace ocho años, cuando los organizadores empezaron a filmar las charlas de manera profesional y ofrecerlas gratuitamente en TED.com. Para eso impusieron una regla fundamental: que los oradores no podrían sobrepasar los 18 minutos, un límite nada de arbitrario, sino que basado en investigaciones que dicen que tras ese período el cerebro se agota y se distrae.

Bruno Guissani, director de TEDGlobal -una versión más internacional del evento y que este año se realizará en Brasil-, explica que el límite es demasiado corto como para que los expositores terminen haciendo una presentación académica, pero suficientemente largo como para que no se pueda sencillamente improvisar, lo que los obliga a prepararse bien. "Pararse frente a un grupo y contar una historia es la forma más antigua de interacción social. Nuestro gran acierto fue moldear esas historias para que fueran accesibles, eligiéndolas sin comprometer la calidad y diseminándolas gratuitamente en varios canales", dice Guissani.

Para lograr una oferta de primer nivel los organizadores de TED analizan a miles de posibles oradores y se preocupan de tener una oferta ecléctica, porque tal como explicó June Cohen, productora ejecutiva de TED, a CNN, "ver a un diseñador, seguido de un físico o un poeta ayuda a crear conexiones entre todas las ideas. La audiencia puede sentir cómo se iluminan las distintas áreas de su cerebro". Pero además crearon un manual con "10 mandamientos", directrices que envían a cada presentador e incluyen la necesidad de contar una historia y no sólo exponer un tema, la prohibición de leer y la invitación a usar el humor, no caer en abstracciones difíciles de comprender y hablar no sólo de éxitos, sino que también de los fracasos propios.

Los expositores se toman el asunto en serio y cada año dejan la vara más alta. Un ejemplo famoso es el de la neuroanatomista Jill Bolte, que en 2008 se subió al escenario con un cerebro en las manos para explicar gráficamente cómo un derrame sufrido a los 37 años la privó de sus funciones neuromotoras. Su charla, en la que describe su recuperación y lo que aprendió de su cerebro, no sólo recibió una ovación de pie sino que está entre las cinco más vistas en TED.com.

Carmine Gallo, columnista de Forbes y autor del libro Hable como Ted, se dedicó a descifrar en detalle el éxito de estas charlas. Tras analizar más de 500 presentaciones, estableció que los oradores más exitosos ensayan sus charlas más de 200 veces (la práctica previa es otro de los "mandamientos"). También identificó tres factores claves que se repiten una y otra vez: apelar al sentido emocional de la audiencia, enseñar algo nuevo y presentar su contenido de forma que el público nunca lo olvide.

Estos elementos explican por qué los testimonios e historias personales son los que más inspiran en TED. Por ejemplo, en 2012 el abogado de derechos civiles Bryan Stevenson usó casos de comunidades pobres para explicar las injusticias del sistema legal de EE.UU. hacia la población negra… y obtuvo una de las ovaciones más largas de la historia de TED. ¿Su fórmula? Diseñar una charla compuesta en 65% por testimonios y apenas en 25% por argumentos. Siguiendo esa línea, los organizadores y la fundación X PRIZE, que financia competencias tecnológicas y científicas, han ofrecido una recompensa para los primeros creadores de la inteligencia artificial que dicte una charla lo suficientemente cautivante como para generar una ovación de pie.

Jeremey Donovan, analista de la consultora Gartner y autor del libro Cómo realizar una charla TED, explica que estas series de conferencias dieron con la receta exacta para crear contenidos virales. "Su fórmula es presentar grandes ideas compartidas por expertos que usan técnicas narrativas clásicas, en videos cortos y muy bien producidos que están disponibles sin costo en la web. Sus creadores hicieron algo que iba contra toda la lógica, porque antes de TED los organizadores de conferencias no soñaban con entregar el contenido gratis en internet".

Uno de los chilenos que ha ido es Paolo Colonello, gerente general de la empresa de tecnología Blue Company. En 2007 empezó a ver los videos TED en internet y en 2009 postuló para participar en la conferencia de 2010. Fue afortunado, porque aunque las charlas son gratis en la web, presenciarlas en vivo cuesta varios miles de dólares y la organización elige cuidadosamente al público mediante un cuestionario que incluye preguntas del tipo "¿Qué es lo que te apasiona?".

Colonello describe la experiencia como un terremoto intelectual y emocional: "Lo primero que impacta no son sólo los expositores, sino que los asistentes. Sentado junto a mí tenía al cantante David Byrne y en un café pude conversar con Larry Page de Google y Jeff Bezos de Amazon. El ritmo es muy intenso e inmersivo". Según el empresario, estas charlas también tienen éxito porque dan a conocer personas que pasan inadvertidas, pero que demuestran "de lo que somos capaces los seres humanos".

Pero no sólo el público va, sino que el formato TED también viene y se ha replicado a escala local: la popularidad de las conferencias motivó la creación de TEDx, que pueden ser organizados por quienes obtengan una licencia. Gracias a eso ya se han realizado más de nueve mil sesiones en 157 países. La primera en Latimoamérica se hizo en Chile en 2009 bajo el nombre TEDx Patagonia y entre los oradores estuvieron Harold Mayne-Nicholls y los diseñadores de la empresa nacional Surikat, quienes presentaron sus últimas innovaciones en tecnología médica.