La noche del lunes se desató la polémica. Fue ahí cuando la cadena BBC, en Inglaterra, transmitió el documental Choosing to die ("Eligiendo morir"), que mostró la muerte asistida del millonario británico Peter Smedley en diciembre del año pasado. Las cámaras registraron cada minuto del procedimiento, que se realizó en la clínica suiza Dignitas y que puso fin a la enfermedad motora que padecía Smedley. Pero más que el empresario hotelero, que eligió morir a los 71 años, la figura de ese momento fue el director del documental, el escritor inglés Terry Pratchett, que con esta obra no hacía más que cerrar una larga cruzada por la legalización o, cuando menos, consideración de la muerte asistida.
El beneficio personal juega un rol importante en esta historia. Hace tres años, a Pratchett le diagnosticaron una atrofia cortical posterior (ACP), una rara forma de Alzheimer, que se presenta con problemas a la vista y difcultades para realizar ciertas tareas, algunas tan simples como abotonarse la camisa. Como dice el mismo escritor, riéndose de su enfermedad: "Tengo lo contrario a un súper poder; a veces no puedo ver ni siquiera lo que está ahí. Veo una taza de té con mis ojos, pero mi cerebro se rehúsa a enviarme el mensaje. Es muy Zen. Primero no hay taza de té y luego, como sé que hay una, la taza de té aparecerá la próxima vez que mire. Ya tengo pequeñas estrategias para lidiar con esta clase de cosas. La gente con ACP vive en un mundo de estrategias".
Creatividad no le falta a este hombre de 63 años, porque no se trata de un documentalista más, sino de un mundialmente reconocido escritor de novelas de fantasía, entre las que se cuenta la famosa serie Discworld, que le valió convertirse en el escritor británico más vendido de los años 90. Incluso, su trabajo literario lo llevó a transformarse en "caballero" (Oficial de la Orden del Imperio Británico) en 1998. Fama, reconocimientos y dinero, tanto, que tras enterarse de su enfermedad, decidió donar un millón de dólares al Fondo de Investigación del Alzheimer en Inglaterra, a modo de protesta por el escaso dinero destinado a esta enfermedad.
Para cualquier persona, resulta desestabilizante la idea de padecer una enfermedad degenerativa, pero para un escritor, o sea, alguien que básicamente subsiste gracias a sus habilidades cognitivas, la idea es simplemente aterradora. A pesar de que al autor lo han diagnosticado con una de las "mejores" formas de Alzheimer (que lo deja, en el corto plazo, con más o menos las mismas facultades mentales que ha tenido siempre), ya es capaz de percibir los pequeños signos de la enfermedad: se le hace difícil escribir en un teclado o ajustarse el cinturón de seguridad con firmeza. "He escrito 47 novelas en los últimos 25 años" -dice en una columna publicada por The Daily Mail- y ahora tengo que asegurarme del deletreo correcto de palabras simples. No me atrevería a escribir esta columna sin contar con el corrector ortográfico que alguna vez desprecié, sin el que ustedes también lo pasarían mal leyéndola, créanme".
Pratchett ha dicho que, en tal estado de inseguridad frente al futuro, en lo único que puede confiar es en su voz, una pública y notoria que no ha tenido miedo de usar. Durante los últimos años, a través de todos los medios posibles, ha planteado la necesidad de debatir sobre la muerte asistida. La idea lo persigue incansablemente, tanto por las secuelas de una devastadora enfermedad, como por el recuerdo de su padre. A veces parece escucharlo, tras ser diagnosticado con cáncer pancreático, diciéndole: "Si algún día me ves en una cama de hospital, lleno de tubos y sin servir para nada, diles que me desconecten". Tal vez presentía lo que venía. Cuando la enfermedad se agravó, tuvo una larga agonía, que lo tuvo convertido en "un cadáver, aunque uno que se movía muy levemente de vez en cuando", en palabras del propio Pratchett.
Es esto lo que ha llevado al escritor, después de un largo sopesar de pros y contras, a sugerir la existencia de una especie de tribunal capaz de regular la muerte asistida, en caso de que llegue a ser permitida universalmente. Esta institución debería analizar bien los antecedentes de cada caso y depender del Estado en cada país, a fin de asegurar la protección de las personas más vulnerables, un tema que le preocupa a quienes consideran esta alternativa como una aberración. Casi anecdóticamente, Pratchett sugiere que "aquellos que formen parte de este tribunal deberían tener más de 45 años, tiempo para el que ya deberían haber adquirido el preciado regalo de la sabiduría, porque la sabiduría y la compasión deberían, en este tribunal, estar siempre junto a la ley".
Eso en lo público, porque en lo privado, Sir Terry Pratchett ya ha tomado su decisión. Esta semana reveló que inició el proceso formal que lo llevará a su propia muerte asistida en la clínica Dignitas. Ya envió todos los papeles de consentimiento necesarios y planea firmarlos en un futuro próximo. "Lo único que me detiene (de firmarlos) es que recién hice esta película y tengo un maldito libro que terminar", ha dicho. Fue precisamente el documental recién estrenado el que lo hizo confirmar su decisión, aunque asegura que esto no significa necesariamente que vaya a acabar con su vida. De hecho, de acuerdo con las cifras que maneja Dignitas, 70% de las personas que envía estos papeles no concluye el proceso de muerte asistida. Sin embargo, Pratchett ya es capaz de imaginarlo. En un artículo publicado por el diario The Times, asegura: "Quiero morir pacíficamente, en casa, rodeado por mis seres queridos. No creo que eso sea demasiado pedir. Mi vida, mi muerte, mi decisión".