"ERA COMO una locomotora con una boca llena de cuchillos de carnicero". Así es como Matt Hooper, experto en tiburones, describía el extinto Carcharodon megalodon al jefe de policía en la novela Tiburón, en un afán de retratar el árbol genealógico del cual provenía el temido escualo blanco que luego sería llevado al cine por Steven Spielberg.
El especialista se refería a una criatura de 50 toneladas, 15 metros de largo y dientes de 18 cm que vivió hace unos 28 millones de años. Fue uno de los más formidables integrantes de un linaje cuyos miembros siempre han sido considerados como los máximos depredadores oceánicos.
Pero aunque durante sus más de 400 millones de años de existencia estos peces han sobrevivido incluso a varias extinciones de escala global, hoy parecen ser incapaces de resistir la sobreexplotación humana. Una investigación de la U. Dalhousie (Canadá), por ejemplo, demuestra cómo entre 1986 y 2000 la población de ejemplares como el tiburón blanco cayó 75% en el noroeste del océano Atlántico. Todavía más dramático es el caso del Golfo de México, donde la presencia del tiburón sedoso cayó 90% y la del tiburón zorro lo hizo en 99%.
¿El principal culpable de este fenómeno? En las últimas décadas los tiburones se han vuelto un recurso gastronómico muy apetecido, principalmente por el uso de sus aletas en la elaboración de refinadas sopas. Este plato de origen chino, considerado antiguamente alimento de emperadores, motiva la captura anual de más de 73 millones de ejemplares. Todo un mercado que genera ganancias estratosféricos, ya que un plato de sopa puede costar más de US$ 100 y una gran aleta llega a valer más de US$ 1.300.
Esta creciente aniquilación (según estimaciones de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, IUCN, el 32% de los tiburones enfrenta hoy riesgo de extinción), ha llevado a los investigadores a intentar descifrar el impacto que tendría en los ecosistemas oceánicos la desaparición de estos escualos, que pese a su temible reputación aniquilan bastante menos gente de lo que se cree: en promedio, matan unas cinco personas al año, en comparación con las 50.000 que fallecen por mordeduras de serpientes. Hasta ahora se ha detectado una relación directa entre este declive y el deterioro de los ecosistemas, además de alteraciones importantes en el comportamiento y la biología de sus presas.
Un ejemplar complejo
El avance en el estudio de los escualos no ha sido nada fácil. Las razones son varias: existen cientos de especies (varias de las cuales siguen siendo descubiertas periódicamente), algunas se mueven a gran profundidad y otras habitan en arrecifes de coral, mientras ciertos escualos navegan miles de kilómetros de mar abierto. Callum Roberts, biólogo marino de la U. de York (Inglaterra), señaló a New Scientist que este tipo de estudio "es como intentar volver a ensamblar un mecanismo muy complicado sin tener un buen plano de cómo era originalmente".
Algo que sí han dejado en claro las investigaciones es que los efectos de la captura intensa se agudizan por una biología que vuelve a los escualos mucho más vulnerables a la explotación intensa. Daniel Pauly, del Centro de Pesca de la Universidad de British Columbia (Canadá), explica a La Tercera que los “tiburones no son como los demás peces, ya que su forma de reproducirse se asemeja mucho más a la de los mamíferos. Por ejemplo, tienen una fecundación interna y un tejido que actúa como placenta”. A diferencia de otros peces que producen millones de huevos que son liberados a su suerte en el mar, los tiburones generan menos de 100, y en el caso del tiburón peregrino, la gestación puede durar hasta tres años, más que un elefante.
Hasta hace 10 años, la evidencia sobre los efectos de eliminar a estas criaturas era más bien anecdótica. Mientras en Sudáfrica la instalación de redes para atrapar grandes tiburones llevó a una alta proliferación de escualos de menor tamaño y a un declive de peces pequeños, en Tasmania la pesca de tiburones fue culpada por el incremento en la población de pulpos que arrasaron con los cangrejos. No fue hasta 2007 cuando un estudio mostró los primeros datos fehacientes sobre el impacto de su desaparición.
Especialistas de la Universidad de Carolina del Norte (EE.UU.) y la Universidad Dalhousie (Canadá) analizaron la costa este de Norteamérica y establecieron declives drásticos en la presencia de 11 especies de grandes tiburones, incluyendo el tiburón martillo, que cayó 98% desde 1970. Esto hizo, por ejemplo, que la presencia de rayas -una presa habitual de los escualos y que devora grandes cantidades de bivalvos como las ostras- creciera 8% al año. El progresivo aumento de estos depredadores más pequeños hizo colapsar la centenaria industria local de vieira, un molusco comestible.
Robert Hueter, director de estudios en tiburones del Laboratorio Marino Mote (EE.UU.), explicó a la agencia AP que la lección del informe es clara: “Si eliminamos secciones enteras de los ecosistemas, especialmente depredadores en lo más alto de la cadena alimentaria, el balance entre especies se desmorona y se genera un efecto de cascada. Y algunas de esas consecuencias, como la destrucción de sectores pesqueros, pueden ser de largo plazo y perjudiciales para la sociedad”.
Daniel Pauly agrega que este efecto “cascada” se ha visto ahora en varios ecosistemas: “Los efectos supuestamente positivos como el aumento en el número de ejemplares que antiguamente eran presas, siempre es transitorio, porque también terminamos explotándo esas especies en exceso”. Otro informe, elaborado por el Grupo de Ecología Integrativa de Sevilla (España) y el Instituto Scripps de Oceanografía (EE.UU.), mostró una cadena de consecuencias más extensa: la captura intensa de tiburones en el Caribe hizo que sus anteriores presas proliferaran y arrasaran con los peces perico, que se alimentan de algas en los arrecifes de coral. Esto generó que estos ecosistemas -considerados como los “viveros del océano”- se vieran cubiertos por algas y enfermaran, poniendo en riesgo a otras decenas de especies de peces.
La biología de las presas
Un ejemplo de la riqueza en biodiversidad que genera la presencia de tiburones salió a la luz en un reporte adicional del Instituto Scripps de Oceanografía, cuyos expertos analizaron las comunidades marinas en las islas Line, en pleno océano Pacífico.
Los científicos no sólo determinaron que los arrecifes menos alterados por los humanos tenían los corales más sanos, sino que albergaban la mayor concentración de peces -o biomasa- jamás registrada en un coral. Lo sorprendente fue que la mayor parte de este volumen correspondía a tiburones, mientras los ejemplares más pequeños eran más escasos; una realidad opuesta a la existente en arrecifes cercanos más expuestos.
Según los autores, esto va contra la mayoría de las cadenas alimentarias donde la población de grandes depredadores siempre es menor, comparada con la de sus presas. La única explicación posible es que los peces son devorados rápidamente, muchas veces al poco tiempo de nacer. Esto fuerza una reproducción más acelerada de lo común, volviendo a los arrecifes más productivos y ricos.
Según Sheila Walsh, coautora del estudio y actual experta en biodiversidad marina de Nature Conservancy, existe la sospecha de que los peces crecen más lento cuando la amenaza de los tiburones es menor, volviendo los ecosistemas más probres en términos biológicos. “Tal vez tener tiburones da pie a poblaciones de peces más productivas.
Estos resultados muestran que no es tan sencillo asumir el modelo biológico que dice que al eliminar a los depredadores máximos se tienen más presas", afirmó a New Scientist.
Estos mismos investigadores mostraron cómo estos peces rodeados por numerosos depredadores se mostraban particularmente hábiles a la hora de escapar de los captores humanos. Además, almacenaban menos grasa y sus hígados estaban en mucho mejor estado que los ejemplares de zonas con menos tiburones. En definitiva, eran especímenes mucho más sanos.
Medidas para preservarlos
El papel que cumplen estos grandes depredadores en los ecosistemas marinos no es la única razón para preocuparse.
En Queensland, Australia, se estima que el 25% de los cerca de US$ 1.400 que paga un turista para visitar un arrecife se destina a la oportunidad de ver tiburones. De forma similar, la industria del buceo en las Galápagos genera US$ 15 millones al año, bastante más que la pesca en las aguas protegidas del área.
Por ahora, dice Daniel Pauly a La Tercera, “reducir la demanda de aletas de tiburón parece ser la forma más efectiva de protegerlos a largo plazo. En algún momento, alguien debería intentar negociar con el gobierno chino”.
Aunque aún falta un acuerdo global, hay avances como la ley promulgada por California a fines de 2011, que establece desde el próximo año una prohibición a la posesión, venta y distribución de aletas en ese estado.
Además, en noviembre el grupo de hoteles Península -uno de los más prestigiosos de Asia- decidió dejar de servir aleta de tiburón en sus menús. La medida hasta ahora ha sido bien recibida en Hong Kong, Beijing y Shanghai, hogar de la ex estrella de la NBA Yao Ming, uno de los mayores detractores de este comercio.