Un piano horizontal es lo primero que llama la atención al entrar a la casa de Juan Luis Edwards Velasco, en Providencia. Sobre la tapa superior hay partituras y una edición de los Cuentos de Canterbury, de Chaucer. Junto al instrumento hay un computador, donde este músico e ingeniero civil hidráulico, de 46 años, ha escrito en los últimos días sobre su paso por la iglesia de El Bosque cuando era un adolescente.
Allí conoció al sacerdote Fernando Karadima, experiencia sobre la que ha declarado tres veces: la última fue el 11 de abril, ante la ministra en visita Jéssica González. El 24 de mayo de 2010 ya había prestado declaración con el fiscal Xavier Armendáriz y días antes de eso con el promotor de justicia Fermín Donoso.
Su testimonio ante Donoso fue enviado al Vaticano, que lo consideró central: Edwards figura en el decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe como una de las dos personas identificadas -con nombre y apellido- como víctimas de abusos de Karadima siendo menores de edad. En el texto también se menciona a "otros, que han dado su propio testimonio al cardenal" Francisco Javier Errázuriz (ver página 31).
Usted se enteró por este medio de su rol en el fallo. ¿Considera que la Iglesia debió haberle informado este hecho?
No sabría decirlo, fue tal el shock por aparecer... A mí, afortunadamente, me pasó muy poco de lo que es imputable como delito, pero el trabajo sicológico que hizo Karadima conmigo, eso me liquidó. Eso hizo que llegara a una depresión total, años después (cuando participaba de un grupo neocatecúmeno).
Usted ha declarado que conoció a Karadima en una charla para jóvenes. ¿Cuántos años tenía?
Tenía 15 años (1979). Estaba en el Verbo Divino, en segundo medio.
¿Qué le llamó la atención?
Es algo muy filosófico, que tiene que ver con la 'pomada' que vende Karadima (...), y es que como hay algo mucho más importante que toda la mochila que hayas cargado, que existe una verdad absoluta (...), lo que te pase no importa casi nada.
¿Siguió participando entonces?
Empecé a ir todos los días (...). Después del colegio me iba, qué sé yo, a las siete y media. Iba caminando desde mi casa a El Bosque (...), rezaba tres rosarios al día (...). Tenía ganas de sentirme apreciado por esta especie de maestro ascendido.
¿Conoció a los denunciantes públicos de Karadima?
(James) Hamilton llegó un poco después que yo. Sentía una envidia sana por él. Decía: 'altiro lo nombran presidente de la Acción Católica. Y yo vengo todos los días y no me pescan'.
¿Cuántos años tenía cuando ocurre la situación que denuncia?
Fue a los 16 (...). Fue una cosa al pasar. Yo estaba en un momento de pesar. Estaba llorando a mares por unos problemas espirituales y me llevó a un lugar lejos. Y ahí fue que me dio esas palmaditas.
¿Qué hizo en ese momento?
Fue un rechazo instintivo. '¿Será cariño de padre?', pensé. Fue tan poco. Fue una vez y nunca más me tocó (...). Nunca me dio besos.
Pero siguió yendo a El Bosque.
Yo seguí admirando al padre y sentía mucha necesidad de que me considerara.
Está hablando de 1980. ¿Qué le parece que él haya sido condenado por el Vaticano 30 años después?
Es tanta la sed que tiene la Iglesia Católica de seguir con el voto de castidad que les da lo mismo que haya abusos con tal de que sigan las vocaciones.
Quien era arzobispo cuando surgen las denuncias que llevaron al fallo era el cardenal Errázuriz...
El no estuvo a la altura de las circunstancias. Evidentemente, él trató, mientras era posible, de echarle tierra.
Errázuriz pidió perdón y lo mismo han hecho la Conferencia Episcopal y los obispos formados en El Bosque.
Todo el mundo se arrepiente cuando lo descubren. Esa no es una frase de Séneca ni de Cicerón, sino que de Fernando Villegas (...). Era el único camino que les quedaba. Para la Iglesia contar toda la verdad sería un 'sincericidio'.
Usted mencionaba el interés de la Iglesia por las vocaciones sacerdotales. ¿A eso se refería con el 'trabajo sicológico' que hacía Karadima?
Fue feroz (...). Un día, a pito de nada, me dice: 'Yo tengo la luz de Dios y tú tienes vocación'. Tenía 17. Y ahí fue como si me mandaran al infierno (...). Soñaba con casarme.
¿Lo mencionaba como una alternativa o lo presionó?
En el pasillo me agarraba de repente, me llevaba un poco más lejos y decía: 'Tú tienes vocación´, y te dejaba metido ese monstruo en la cabeza (...). Qué sacas con hacer tu vocación de músico si vas al infierno.
¿Hasta qué edad siguió en El Bosque?
El lavado de cerebro es tan fuerte que tú quedas casi como un alma en pena y yo, finalmente, dije: 'Aunque me vaya al infierno, me voy de esta parroquia'. Tenía como 20 años.
¿Y Karadima hizo algo?
Me llamó por teléfono como a los tres meses. No directamente. Fue a través de uno de sus dirigidos, me acuerdo que fue Juan Carlos Cruz (Cruz recuerda que muchas veces Karadima les pedía hacer llamados sin saber por qué motivos). El me dijo: 'Oye, el padre Fernando quiere conversar contigo'. Y ahí Karadima me dice: 'Es que tú tienes una vocación y le estás diciendo que no al Señor' (...). Y me tira su misma prédica, su misma retórica (...). Y ahí yo, como un alma en pena, volví.
¿Cuánto tiempo más siguió yendo?
Debo haber estado dos meses más. Pero ahí el sinsentido de la vida, el dolor era tan grande que se vuelve insoportable, te transforma en un zombie (...). Cuando me fui (definitivamente) recuerdo que sentí una liberación.
Usted decidió hablar luego que se allanara la oficina del abogado eclesiástico de Karadima, Juan Pablo Bulnes. ¿Qué opina de esa diligencia?
Resulta que si el Estado chileno puede, como una aplanadora, pasar por encima de ese juicio eclesiástico, significa que, a lo mejor, a futuro, la gente tampoco va a hablar en los juicios eclesiásticos, porque la Iglesia perdió eso, por esa aplanadora. Y es que el pueblo quiere sangre, al más puro estilo del circo romano. Quizás fue legal, pero no fue bueno