Era 1941, tenía 21 años y recién se había titulado: "Lo primero que hice fue comprar una acción del Sporting y entrar al Club de Viña, porque era el sitio más importante de la ciudad. Uno tenía que ser parte". Así recuerda el abogado, empresario y ex senador Beltrán Urenda (91) la época de oro del club, que a mediados del siglo XX llegó a reunir 1.200 socios.

"La comida de año nuevo era una de las más importante de Chile. Todo el mundo trataba de estar (...) pero las costumbres han cambiado. Hoy el Club no es apreciado en toda su magnitud por los viñamarinos", dice el ex parlamentario y titular de la membresía más antigua: 70 años.

Tras 110 años de historia, 300 socios -descendientes en su mayoría de antiguos miembros-, el Club de Viña se resiste a decaer y aunque con menos protagonismo que antaño, sigue escribiendo su historia en el centro de la Ciudad Jardín.

Fundado en 1901, el club viñamarino nació a sugerencia del comerciante porteño Jorge Borrowman y desde 1908 ocupa el actual edificio de estilo neoclásico de 6.000 metros cuadrados construidos, diseñado por el arquitecto italiano Héctor Piettri, el mismo del Palacio Vergara y varias de las casas de la ciudad.

"Todos estos clubes son de origen inglés, de hombres. En la época que eran una necesidad. Viña era un balneario y éste era el punto de encuentro", dice su presidente, el arquitecto Lucas Molina.

Centro de información, social y de negocios, su sala de lectura, la biblioteca y la estación meteorológica eran claves. Un barómetro, pluviómetro, hidrómetro italianos son regulados cada 15 días y, a un costado del hall, son muestra de una larga historia. "Son para conocer las condiciones climáticas en una zona naviera y agrícola", dice Molina.

Su abuelo y su padre fueron socios del club, él y sus dos hijos también lo son. Cada miembro paga 1,5 UF mensual, y para entrar, debe ser recomendado por dos miembros a una comisión. "Para ser socio hay que saber lo que es estar en un salón con cuatro metros de altura. El que no sabe eso, no se interesará en serlo y es así no más", afirma el presidente.

Empresarios salitreros, navieros y bancarios, inversionistas y comerciantes hay en sus registros. El almirante Juan Simpson, Carlos Alvarez, el diplomático Alberto Phillips Huneeus, el notario Salvador Allende, padre del ex Presidente, Edmundo Eluchans, padre del actual diputado del mismo nombre, Gastón Hamel, urbanizador de Reñaca y padre de un actual miembro del directorio, cuentan entre sus miembros.

"Recuerdo las visitas del ex presidente Emiliano Figueroa. En verano, todos los días visitaba el Club. Se acercaba al auto y le decía a mi mamá: Florita, porque no le da permiso a su marido, mi padre, para que almuerce en el club", comenta el ex senador Urenda.

"El Club de Viña fue determinante para la historia de la ciudad", cuenta el historiador y gerente de la Corporación de Viña del Mar Jorge Salomó. Los socios que asistían -dice- a las reuniones tenían fuerte incidencia en los nombramientos de los próximos alcaldes que se decidían en medio de un juego de billar, cacho o dominó en la barra de 20 metros de largo que luce la cantina y está adornada con las caricaturas de Edmundo "Mundo" Searle.

Tras haber sido restaurado, el terremoto del 27 de febrero de 2010 dañó gravemente el edificio, aunque su tabiquería original de roble, pino oregón y ladrillos de barro está casi intacta.

Hoy, los trabajos de recuperación tienen un 50% de avance y han demandado una inversión de $ 300 millones, financiados por privados que esperan estén concluidos a fines de 2011. Asimismo proyectan la construcción de un country club en Mantagua para continuar con el legado del club.