POR conveniencia o casualidad, la marca de productos cosméticos masculinos Scaramouche & Fandango realizó un estudio en el Reino Unido sobre qué tipo de hombres prefieren las mujeres. Sorpresa, hay un cambio de opinión: el muestreo concluyó que "los días de los metrosexuales llegaron a su fin" y que los estereotipos de los 50 vuelven a ser los más codiciados.

Según el sondeo, el 82% de las mujeres prefieren gestos caballerosos chapados a la antigua, como que les regalen flores o les abran la puerta. En parte, porque saben que su independencia e igualdad de condiciones no pasa por quién deja pasar a quién, y en parte, quizás, porque el gesto moderno equivalente no tiene mucha más gracia que los ya mencionados: ellas también pueden pagarse su propio trago en el bar.

La conclusión es que las mujeres no se aburrieron del hombre sensible, empático y cariñoso con la madre. Se aburrieron del hombre que comunica todas sus inseguridades, que desarrolla en extremo su lado femenino y que es, sin eufemismos, un mamón. Todo lo contrario a íconos seductores como Dean Martin, James Dean y Elvis Presley. Nadie dice que ellos fueran modelos a seguir con sus parejas (sus múltiples y yuxtapuestas parejas), pero sí que sabían conquistar a una mujer. Y en esa década sobran los ejemplos. A continuación, un par de nombres que no vendría de más recordar.

1 Rock Hudson como Ron Kirby en Sólo el cielo lo sabe: El protagonista, un joven horticultor que mantenía el jardín de una viuda de clase alta, la enamora a tal punto que termina por convencerla de omitir los prejuicios de la sociedad y ser su pareja. Y a pesar de que Cary Scott viene de vuelta -es 20 años mayor que él-, Kirby la conquista con los pies bien puestos en la tierra, sin interés por su dinero y un despliegue armamentista de caballerosidad.

Un ejemplo: cuando la lleva a ver la casa que está remodelando para que vivan juntos, Kirby le abre la puerta del auto y la de la casa, le saca el abrigo y las botas mojadas y le muestra la tetera que pasó días pegando hasta recomponerla, porque sabía que a ella le gustaría. Y le pide matrimonio. Todo, en menos de dos minutos. Cómo no sentirse la peor de las mujeres cuando, a pesar de amarlo, Scott le dice que lo suyo no puede ser. Se pone su abrigo, rompe -sin querer- la tetera y -con querer- el corazón de Kirby y, justo antes de salir, el tipo demuestra que nunca, ni siquiera por despecho, hay que dejar de ser un caballero. "No te olvides de tus botas", le dice mientras se ofrece a ponérselas. Con razón ella vuelve -y para quedarse- cuando se entera de que sufrió un grave accidente.

2 El look de Harry Belafonte: Además de las flores y la cortesía, las mujeres agradecen un poco de autocuidado. Según el estudio inglés, ocho de cada 10 desean que su pareja se esfuerce más en cuidar su apariencia, y una de cada cinco agradecería que mejorara su régimen de higiene. Y si el 70% de los hombres encuestados reconoció que ni siquiera tiene muy claro qué es un "régimen de higiene", el estudio tiene un punto.

Cuando se imaginan a un hombre aseado, las mujeres no piensan en un tipo que use crema antiarrugas, que se depile hasta los nudillos y que sepa qué es el ácido hialurónico. Sólo quieren eso: un hombre aseado. Que se note que no salió a la calle con pijama, que sí se duchó y que la peineta en el baño no está ahí sólo para decorar. Un poco menos de pitillos y un poco más de formalidad, según las encuestadas, tampoco estaría mal.

Si alguien teme caer en excesos, que imite a Harry Belafonte en los inicios de su carrera: no era particularmente guapo, pero sabía qué hacer con esa camisa -desabrocharla un botón más que el resto- y esa mandíbula acentuada -no esconderla tras una barba. Mezclaba la elegancia de los pantalones de tela con la extravagancia del calipso, y hacía gala de su tono chocolate lo suficientemente negro como para hacer suya la causa de los derechos civiles, y lo suficientemente matizado como para volver locas a las jóvenes blancas, que sentían que bailar Shake, shake, shake senora era una travesura. Belafonte lo tenía claro. En una entrevista en la revista Life, en 1957, resumió la importancia de cuidar la apariencia en esta frase: "Prefiero ser conocido por mi arte más que por mi físico, pero un tipo que aparece en público tiene que mantenerse en forma".

3 La hombría de Gene Kelly: Los genes XY premian la hombría por sobre cualquier atributo. Justamente, porque no es eso: la hombría es una actitud, una forma de actuar que viene de fábrica. Y alguien que tiene tan clara la suya, no necesita demostrársela al resto ni se deja influir por los clichés del entorno. Punto para Kelly: mientras el prototipo de hombre de los 50 era el veterano de guerra, el proveedor de la familia suburbana, el héroe de clase media forjado a punta de esfuerzo y una vida secretamente miserable, él era todo baile. Bajo la lluvia, en París, como coreógrafo, en la pantalla y en el corazón de las fanáticas.

Porque qué más encantador que un hombre que, seguro de su hombría, la distingue de la brutalidad característica del macho bruto y la eleva a la galantería que implica cantarle y bailarle a una mujer. Eso hizo Kelly hasta finales de los 50, cuando el género perdió popularidad.

Seguro de sí mismo y de sus principios -otro atractivo innegable-, Kelly fue uno de los pocos que trabajó codo a codo con Frank Sinatra sintiéndose a la altura del repertorio. Consciente de que la hombría también significa defender las causas que se consideran justas, apoyó públicamente a los demócratas en pleno gobierno republicano; renunció al catolicismo cuando éste secundó al dictador español Francisco Franco y, en 1947, protestó en una audiencia pública contra el Comité Especial de Actividades Antiamericanas, a cargo de investigar supuestas actividades subversivas y antipatriotas. Todo esto, paralelo al baile. Tanta confianza tenía en sí mismo, que se igualó al ícono fílmico que nació esa misma década, asegurando que "si Fred Astaire es el Cary Grant de la danza, yo soy el Marlon Brando".