El Arco de Triunfo, el monumento marcial y oficial de París, señala uno de los ejes principales de la ciudad en la Place de l'Etoile, que en castellano también se puede decir "el lugar de la estrella". Es el nombre de la primera novela de Patrick Modiano (1945), publicada en 1968, y alude también a la insignia con la estrella de David amarilla que los nazis obligaban a los judíos a usar en el pecho. Estos dos elementos, la ciudad y la pertenencia familiar -o más bien, su ausencia-, definen desde entonces la larga obra de Modiano, quien los aborda desde una posición marcada por la libertad y la ironía extremas, por una suerte de desapego apasionado que lo ha hecho crear un mundo propio, raro como sueño ajeno y curiosamente tan asible como una buena película.

El lugar de la estrella, que inaugura la llamada Trilogía de la ocupación, cuenta la vida en la capital francesa bajo dominio nazi con arrojo y desparpajo, con un sentido crítico digno de El viaje al fin de la noche, de Celine, y un humor más negro que el de cualquier surrealista. "No es la ocupación histórica la que describo", ha dicho, "es la luz incierta de mis orígenes. Ese ambiente donde todo se derrumba, donde todo vacila".

Modiano, descendiente de judíos de Tesalónica, parodia la persecución y el victimismo racial a la par, declarando que a su personaje, un encantador narrador en primera persona, lo insulta una de las glorias de las letras francesas: "¿Hasta cuándo tendremos que presenciar los desatinos de Raphaël Schlemilovitch? ¿Hasta cuándo va a andar paseando ese judío impunemente sus neurosis y sus epilepsias desde Le Touquet hasta el cabo de Antibes?". Este Raphaël es un rico heredero que dilapida la fortuna legada por un tío venezolano -que por sus fotos con guayabera en Sudamérica es tratado de "judío solapado"-, en compañía de nobles venidos a menos y mujeres suicidas. Tanto malgasta su plata, que termina como tratante de blancas para un aristócrata devenido criminal, luego de vagar por un París derruido, intentar afincarse en provincia para ser un mejor francés y opinar con grandes argumentos que "los nazis son judíos de choque", o que "los nazis no existen", además de explicar que los grandes de las letras de Francia, desde Montaigne hasta Proust, son también judíos.

Esta es la primera de las muchas novelas de Modiano (más de 10) que transcurren en la guerra o la posguerra, y es la más ácida de todas, como si luego el autor hubiera templado su necesidad de sarcasmo para llegar a zonas cada vez más poéticas, donde la confusión se vuelve nítida: Modiano acecha el misterio, lo ominoso, pero sólo para hacerlo palpable, no para resolverlo. Se sitúan en un París brumoso, sombrío, donde sin embargo el texto delimita los lugares con precisión postal. Se trata de barrios con poca identidad, los menos hermosos o importantes. "En algunos sitios parisinos te sientes bloqueado por la historia", explicó al diario El País hace un par de años. "Pero en lugares como Trocadero y sus alrededores uno puede observar las calles y la gente que las habita de una manera un poco onírica. Es un barrio donde, en determinadas calles, la gente desaparecía mucho. Lo he comprobado con las guías de teléfonos. Hay una suerte de movilidad extraña".

Ese paisaje humano raro fascina en sus textos. Los mismos personajes de El lugar de la estrella, vividores y tunantes, se vuelven en la segunda, La ronda nocturna, un carnaval de delincuentes, traidores, traficantes y viciosos que siempre se están yendo o cambian de identidad. En la tercera entrega, Los paseos de circunvalación, en cambio, entramos a otro mundo más perdido, el del padre y sus amistades, sobrevivientes en un bar donde pueden capear la delación y el hastío para intentar una vida más radiante que la que imponen las balas y el colaboracionismo. Se trata de una obsesión constante en la obra de Modiano, lograr ver ese universo paterno.

Es precisamente al fin de la trilogía donde aparece lo "modianesco", como se dio en llamar desde los 70, el modo infalible del autor de Calle de las tiendas oscuras, Reducción de condena, En el café de la juventud perdida o Un pedrigrí -su genial memoria de familia. Modiano tiende cada vez más a la comprensión del delirio inicial con que magníficamente entró a la literatura francesa hace 40 años, con una narrativa arriesgada, divertida, brillante, digna de todos los premios que ostenta, y con el poder para cuestionar desde la total incerteza los grandes valores y monumentos de su famosa patria.