LA MANERA en que la Unión Demócrata Independiente (UDI) le ha impuesto a Renovación Nacional (RN) la candidatura presidencial de Evelyn Matthei (incluido el veto a Allamand), así como el reciente nombramiento de Golborne como candidato a senador por la circunscripción Santiago Oriente, son señales nítidas de la reiteración de una política que la UDI ha sostenido con respecto a RN durante toda la transición.

Los ejemplos son múltiples y han sido mencionados en estos días, pero es bueno recordar el acto fundacional de esta política: corría 1990 cuando la UDI, encabezada por Jaime Guzmán, rompió sorpresivamente la mayoría de la derecha (senadores designados incluidos) y entregó la presidencia del Senado al democratacristiano Gabriel Valdés, dejando a RN esperando en la puerta de la iglesia.

¿Por qué la UDI ha sido tan sistemática en este trato hacia RN? ¿Cuál es la racionalidad que subyace a esta política de buscar debilitar a su aliado político principal casi con la misma intensidad con que enfrenta a sus adversarios? Por un lado, está la lógica implacable del binominal que señala al compañero de lista como el principal contendor a derrotar, pero, por otro lado, y ésta sería una razón más de fondo, está el proyecto de refundar la derecha política que ha sido el norte de la UDI desde sus orígenes.

En efecto, para la UDI (siguiendo en esto a Guzmán), RN es la continuidad de aquella derecha dominante pre 73: una derecha, desde su perspectiva, carente de proyecto e identidad, caciquista, “frondista”  e indisciplinada, débil en la defensa de su ideario, con “riesgosos” componentes liberales y “nacionalistas” y parte de un siglo XX que es leído, en clave gremialista-neoliberal, como un período de decadencia general. La respuesta a esta visión fue la UDI: un “partido de cuadros”, ultraconservador en lo valórico y ultraliberal en lo económico y, claro, un entramado institucional-electoral capaz de viabilizar un proyecto así.

¿Ha sido exitosa la UDI en la refundación de la derecha política? Sí, plenamente. Hoy la situación de la UDI es óptima: con un poco más del 20% de los votos posee casi un tercio de la Cámara de Diputados, el doble de diputados que RN, y sus ideas se elevan a una “representatividad” de 4/7 (69 escaños) gracias a los quórums supramayoritarios. Incluso, bajo la presidencia de Piñera, en el excepcional momento en que RN parecía haber superado la hegemonía de la UDI, éste debió aceptar la posición dominante de dicho partido en casi todo su período presidencial.

¿Es viable esta nueva derecha que encarna la UDI en el mediano y largo plazo? Difícil. Tarde o temprano la derecha chilena deberá colocar los dos pies en elecciones competitivas sin la subvención electoral que le brinda el binominal. En definitiva, hacer su postergada transición a la democracia plena. Está por verse si en el Chile posbinominal la refundación de la derecha que ha representado la UDI se pueda sustentar política y electoralmente. O si, como se viene hablando en estos días  en ese sector, la gran asignatura pendiente sea la construcción de un nuevo proyecto de centroderecha que ya no tenga a la UDI como su eje vertebrador.

Ernesto Aguila
Analista político