El teniente Antony Beevor (62) nunca estuvo en el frente de batalla. En los 70, en los tiempos que vestía el uniforme del ejército británico, observó lejanamente los silenciosos movimientos de la Guerra Fría. Sin embargo, no hay nada de frío en su idea de la guerra. "Nunca ha sido un calmado juego de ajedrez entre dos maestros, siempre ha sido un caos sangriento", dijo hace poco el historiador británico, acaso uno de los mejores retratistas bélicos contemporáneos.
La última prueba es su reciente libro, D-Day, sobre la Batalla de Normandía. Beevor logra lo inesperado: decir algo nuevo sobre uno de los episodios más narrados y simbólicos de la II Guerra Mundial. Entre otras cosas, empareja los crímenes de guerra: no solo los alemanes mataron a sus prisioneros, también lo hicieron los Aliados. Y con la misma crueldad.
Recién publicado en Gran Bretaña, D-Day ha disparado los bonos de Beevor. Telegraph y The Guardian lo alaban, mientras en el Times, el historiador Max Hastings dijo que Beevor prácticamente deja obsoleto todos los libros sobre Normandía, incluido el suyo. "Ha reunido una masa de fuentes desconocidas, voces frescas y anécdotas jamás contadas para crear una saga impresionante", anotó.
Nada nuevo para Beevor. Experto en la II Guerra Mundial, agota ediciones y revienta polémicas con sus libros. Aire fresco para la historia. Ganó el premio de no ficción Samuel Johnson por el libro Stalingrado (1998). Comparado con las mejores películas de guerra, el secreto de Beevor es privilegiar el relato: ir del plano general a las anécdotas aparentemente sin importancia, como un novelista.
Miedosos y vengativos
La premisa de Beevor, especialmente para D-Day, es desconfiar de los documentos oficiales. Trabajó con cartas de la época, viejas entrevistas a soldados, información de la prensa y diarios privados que aludían a los hechos. El resultado es un libro lleno de miedo y mucha sangre. Entre el desembarco en Normandía, el 6 de junio de 1944, y el 25 de junio, cuando los Aliados avanzaron por los Campos Elíseos liberando Francia, la batalla cobró un saldo de casi 250 mil muertos.
D-Day reconstruye paso a paso el avance de los Aliados en la batalla y, paralelamente, describe la tensa relación entre el general estadounidense, Dwight D. Eisenhower, y su par británico, Bernard Law Montgomery. "Era un psicópata", terminó diciendo el primero del segundo. También habla del entusiasmo de los nazis: "Los Aliados serán aplastados en la playa", decían los generales del Fuhrer.
Al mando de Eisenhower, los Aliados desembarcaron a la madrugada en cuatro playas de la costa de Normandía. Demoraron todo un día en superar la arena. Según Beevor, el ejército alemán no sólo contaba con mejor infantería, también con soldados más preparados. Por el contrario, una buena parte de los estadounidenses, polacos, ingleses y canadienses que llegaron para liberar Francia eran "civiles de uniformes". Muchos de los germanos, no solo de la Waffen SS, estaban seguros que en la batalla se jugaba el destino de la nación. Los Aliados sólo querían volver a sus hogares en una pieza.
Los americanos eran los menos confiables. Beevor plantea que en el ejército estadounidense abundaban los granjeros inexpertos. Muchos jamás habían disparado un arma y detestaban a los franceses. Pocos días después del desembarco, un sacerdote entró a su iglesia y vio en el altar a dos soldados de Alabama recolectando souvenirs. Pero de la Batalla de Normandía nadie volvió con buenos recuerdos.
Beevor reproduce escenas dramáticas: escoceses que lanzaban sus armas y salían arrancando asustados, americanos que se disparaban en los pies para no entrar a la batalla, soldados que sacaban con cucharas la carne carbonizada de sus compañeros de los tanques y venganzas desmedidas contra prisioneros. Los alemanes no fueron siempre los peores. Según Beevor, los británicos fueron tan salvajes como los nazis en su paso por Francia.
En medio de la batalla, Beevor se las arregla para contar un par de historias sin armas: una enfermera llegó a la playa para buscar su olvidado traje de baño y se encuentra con la guerra. También ahí conocerá a su esposo. Habla de la avena con leche al desayuno de los generales británicos antes del desembarco y de las bufandas de seda que un par de nazis se hicieron a base de paracaídas americanos. Escenas para relajar la lectura, pues Beevor lo deja claro en D-Day: la guerra es un caos sangriento.