La falta de una buena capacidad para operar conjuntamente puede ser una desventaja tan seria para una fuerza militar como usar tecnología obsoleta. Por eso es preocupante que en Chile nos conformemos con una nueva estructura de mando que pareciera estar más preocupada de calmar desconfianzas que aumentar la sinergia entre las Fuerzas Armadas.

La capacidad de combate depende no sólo de factores como la tecnología y el entrenamiento, sino también de la estructura de mando. Si los componentes aéreos, terrestres y navales de una fuerza no están bien integrados en todos los niveles -desde lo estratégico hasta lo logístico- le será más problemático disuadir o vencer en un conflicto. Maximizar la sinergia entre estos componentes requiere un esfuerzo permanente de planificación, entrenamiento y operación conjunta, porque el mayor desafío no es lograr la integración técnica de las unidades, sino un cambio en la mentalidad con que se organizan y emplean. Y los cambios de mentalidad requieren tiempo.

Hace casi 25 años Estados Unidos reforzó su estructura de mando conjunto y todavía enfrenta dificultades en la integración de sus fuerzas. Esta experiencia debería dejarnos como lección que mientras antes implementemos una estructura conjunta, mejor. Así lo han entendido las principales potencias del mundo, las que, aplicando diferentes sistemas, han unificado sus altos mandos y unidades operativas bajo un solo comandante.

El jefe de Estado Mayor Conjunto (Jemc) que se propone crear para nuestras FF.AA. tiene una función principalmente asesora y una autoridad muy limitada. Asesoraría al ministro de Defensa en el desarrollo y empleo conjunto de la fuerza, pero no tendría mando permanente sobre las unidades operativas -sólo lo tendría en caso de crisis y ejercicios conjuntos- ni poder de decisión sobre su distribución territorial o la planificación de las instituciones. En todas estas áreas donde la dirección conjunta es clave, sus puntos de vista tendrían que competir a la par con los demás comandantes en jefe. Con tan pocas atribuciones, es difícil que el nuevo Jemc pueda producir el cambio organizacional y conceptual hacia lo conjunto que requieren las FF.AA.

Una alternativa sería mantener la línea de mando del ministro de Defensa directamente a los comandantes en jefe y potenciar la Junta de Comandantes en Jefe como órgano asesor de un nuevo Ministerio de Defensa que tenga la voluntad y capacidad de asumir la planificación integral de las FF.AA. A su vez, la unificación de las unidades operativas bajo un solo mando podría lograrse con una línea de mando paralela, como se estableció para la Región Militar Austral hace 50 años. El Presidente designaría por un plazo fijo como comandante conjunto a un general de división, aviación o vicealmirante que dependería directamente del ministro y que pasaría a retiro al final de su período. Por su función netamente operativa y menor antigüedad no "competiría" con los otros jefes militares en el nivel político ni disminuiría su perfil público.

Es cierto que los cambios organizacionales deben tomar en cuenta cultura y costumbres. Pero también debemos reconocer que no es lógico invertir miles de millones de dólares en equipar a las FF.AA. con tecnología del siglo XXI para luego dotarlas de una estructura de mando del siglo XIX. A menos que se demuestre con estudios técnicos que es más eficiente y efectivo que las FF.AA. operen con mandos separados, la creación del nuevo Jemc no contribuirá a la modernización de nuestra defensa.