EN TRENES. Suiza se mueve en trenes. Siete de la mañana y la estación de Zurich está repleta. Algunos van, muchos vienen. Con mochilas, trajes, bicis, maletas. La ciudad más poblada del país tiene 310.000 habitantes y 350.000 personas se mueven diariamente en los vagones que provienen de Berna, Ginebra o Lugano y de todos los pueblitos de los alrededores. Trenes por doquier.
Zurich tuvo la primera línea de ferrocarriles de Suiza y se convirtió en la capital económica de la nación. Rápidamente los suizos entendieron su importancia y construyeron líneas, locomotoras, túneles, máquinas para hacer túneles... La geografía no importó: donde hay un poblado de Suiza, hay una línea de tren que llega hasta él. ¿Y si no hay poblado? No importa, hay trenes que llegan donde sea. Incluso escalan hasta la cima de los Alpes. Así, moverse en Suiza de esta manera parece lo más lógico, ¿no? Y facilidades hay. El Swiss Pass es un ticket que permite viajar de manera ilimitada a través de los trenes regulares y panorámicos por las 37 ciudades pertenecientes al Swiss Travel System. El pase tiene una duración de 4, 8, 15, 22 días hasta un mes, y también da acceso gratuito a barcos, buses y medios de transporte del sistema, además de descuentos de 50% en trenes turísticos y teleféricos. Trayectos cortos, con paisajes espectaculares que hacen decir "huy, sí, de verdad es como en Heidi" y vagones comodísimos son la tónica de recorrer el pequeño país europeo sentado en un vagón.
Lujo y arte
Volvamos a Zurich. Ya desde el cielo se observa muy ordenada, limpia, perfecta. Como una maqueta. La ciudad más grande de Suiza es una fiel representación de la nación, donde "todo funciona como debería ser". Por algo, el país fue escogido por The Economist como el mejor lugar donde nacer este 2013, superando a Australia, Noruega y Suecia.
Con el Swiss Pass uno puede acceder a los tranvías sin necesidad de comprar tickets, aunque ya estando en el Casco Antiguo, sólo debe caminar. Aquí podemos ser testigos de la ciudad de los bancos, la vanguardia y el arte. De cómo los antiguos muros medievales fueron derribados para dar paso a la modernidad en el siglo XIX, con resultados como la famosa Bahnfostrasse (Calle de la Estación), que llegó a convertirse en la calle más cara del Viejo Continente y una de las tres más exclusivas del mundo. Sus 1,4 km albergan tiendas como Chanel, Gucci, Louis Vuitton, Farragmano, Dior o Giorgio Armani… por supuesto que de esta calle uno no sale cargado de bolsas, pero, sin dudas, es poco común ver tanto lujo (y tantos ceros seguidos en las etiquetas de precios), por lo que "vitrinearla" se ha vuelto un atractivo turístico.
Alrededor del río Limmat se desarrolla la vida en el centro de Zurich. Cafés, restaurantes, tiendas y mucho arte en tan pocas cuadras. La ciudad posee más de 100 galerías de arte y 50 museos, pero, para no abrumarse, es mejor partir echando un vistazo a sus iglesias protestantes, como la Abadía de Fraumüster, que presenta una gran muestra de arte moderno gracias a sus vitrales de Marc Chagall y del querido artista local Alberto Giacometti. Para terminar el día, nada mejor que una vuelta por el Zurichhörn, el parque favorito de los locales. Basta que haya un atisbo de un rayo de sol para que los zuriqueses se congreguen en este lugar a orillas del lago de Zurich, que se encuentra a sólo 10 minutos caminando desde el centro.
¡A los Alpes!
Con puntualidad suiza sale el tren a Interlaken, una de las primeras ciudades desarrolladas en torno al turismo del país. Las maletas se van a destino final, pero antes, es imperdible una parada en Berna, capital administrativa. Podría decirse que la ciudad es como un gran castillo, que aún mantiene sus murallones medievales y casas del 1200, por lo que no es sorpresa que haya sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1983. Una infinidad de fuentes de agua, calles con nombres impronunciables, como Gerechtigkeitsässchen, y una calma provinciana son parte de los encantos de la capital, que posee tan sólo 135.000 habitantes. A las 12.00 en punto hay que estar parados frente a la Torre del Reloj (Zytglogge). Suena la campana y comienza el espectáculo: bufones, un rey, soldaditos de madera y hasta un oso comienzan a marchar en esta especie de reloj cucú gigante, que marca la hora exacta desde hace 800 años.
Después de dejar los pies recorriendo las callecitas de adoquín de Berna, de vuelta al tren. Paulatinamente, empiezan a aparecer los paisajes alpinos, las lomas verdes, casitas de madera y macizos nevados (sí, como en Heidi...) y, en una hora de viaje, se llega a Interlaken, situada entre los lagos Thun y Bienz. Dividida en Interlaken West y Ost, por muy apacible que parezca, es todo un centro del deporte aventura. La oferta de actividades incluye parapente, salto en paracaídas, canyoning, alas delta y, por supuesto, esquí.
Los turistas asiáticos se toman sus calles o, más bien, las tiendas. Relojes, relojes y más relojes... Swatch, Festina, Tag Heuer, Tissot o Rolex, las vitrinas están repletas y las cajas también. Como si el mundo se fuera a acabar, se llevan de a uno, de a tres o de a cinco relojes, en una "fiebre del lujo" oriental que ha transformado al mercado de Interlaken en un asunto monotemático... y algo caro.
En la avenida principal (Höheweg 41) se encuentra el Jungfrau-Victoria, hotel de cinco estrellas y media y referente de la ciudad. Resultó de la fusión de dos hoteles, que para unirse debieron utilizar una pequeña calle que los distanciaba. Así que el lujoso lobby del hotel es hoy también una calle pública, por la que se puede pasar libremente.
Al día siguiente, uno de los atractivos estrellas de Interlaken: la subida en tren a Junfraujoch, que con 3.454 m es la estación de ferrocarriles más alta de Europa. Con el Swiss Pass se tiene un 50% de descuento en el ticket de este tren de cremallera que, a través de numerosos túneles y con espectaculares vistas, llega hasta la cima del monte Jungfrau, que cuenta con terrazas panorámicas, uno de los restaurantes más altos de Europa e incluso un castillo de hielo.
La fama de Lucerna
Tras dejar la estación de Interlaken Ost y después de un viaje de dos horas, aparece Lucerna, considerada la ciudad más turística del país. De hecho, cautivó a figuras de la talla de Richard Wagner, Picasso, Mark Twain o la Reina Victoria, y son muchas las anécdotas de personajes célebres en la ciudad. Conocida como la "Venecia de Suiza", su principal atracción está en pleno centro. Se trata del Puente de la Capilla, el puente de madera más antiguo de Europa, construido en 1365. Es un verdadero museo, con pinturas realizadas en el siglo XIV, las que han sido asombrosamente respetadas por los locales y los turistas. Sin embargo, no ha estado ajeno a la desgracia. En 1993 sufrió un incendio parcial (hecho que se convirtió en una desgracia local), pero logró ser restaurado.
En un día se recorren sus calles retorcidas, sus casas convertidas en hoteles y boutiques, la famosa Villa Tribschen (donde Wagner vivió seis años) y el monumento del león moribundo, que pasó a convertirse en todo un símbolo de la ciudad después de que Mark Twain lo definiera como "el pedazo de roca más triste y emotivo del mundo".
A la mañana siguiente, el museo más visitado de Suiza (y posiblemente uno de los más entretenidos también): el Museo del Transporte (www.verkehrshaus.ch), con más de 3 mil objetos en exhibición, como trenes, aviones, autos de F1, submarinos, barcos... además de ingeniosos juegos interactivos que simulan choques de automóviles, los primeros vuelos de los pioneros de la aviación, o convertirse en un maquinista de una antigua locomotora a vapor. Un panorama muy ad-hoc para terminar este recorrido sobre rieles.