Sábado, avenida Portugal, 23.00 horas. Seis carpas y otras construcciones artesanales de nylon, tela y otros materiales reciclables es la primera escena que un paciente de Hospital de Urgencia Asistencia Pública, antes conocido como Posta Central, ve al llegar al recinto hospitalario.
Hay alrededor de 50 personas en una silenciosa sala de espera. En ella se ven dos mujeres embarazadas, tres personas que se pasean constantemente frente a seis jóvenes, que miran concentrados las pantallas de sus smartphones. Pocos metros más allá, otro grupo con claras evidencias de dolor se muestra impaciente, a raíz de la larga espera, en sus asientos la ansiada llamada para que ingresen a la zona de box, el paso previo para que un médico los atienda.
Al fondo de la sala, la esposa de Esteban del Pozo, junto a sus hijos, aguarda que su marido aparezca sin el dolor de muela que los hizo correr de urgencia. "Venimos de Quilicura, llegamos hace dos horas y ya nos queremos ir", dice.
Dos asientos, que están rotos, a la derecha está Isabel López. Ella asegura tener un ataque de apendicitis y cuenta que aún no recibe el diagnóstico de un médico. Aproximadamente 20 minutos después llaman por alto parlante a cuatro personas. Esta frecuencia de llamados se mantiene gran parte de la noche, sin embargo, pacientes como Isabel dicen que la atención podría ser mejor porque cuándo entran no hacen más que tomar la presión y, según ella, hacer esperar al único médico de turno.
Cerca de las 1.00 ingresa un grupo de ciudadanos haitianos. Ellos acompañan a Sansón Plazoner, quién entra en silla de ruedas con una hinchazón del tamaño de un huevo en la pierna izquierda, mientras su hermano Maicol lo conduce. "Me duele mucho, también me duele cerca de la costilla", explica en francés, palabras que uno de sus hermano traduce a un débil español. Señala que llegaron en taxi, luego de que los derivaran del hospital Barros Luco por razones que son difíciles de entender por su poco manejo del idioma.
Al salir por un momento, justo en la entrada, se encuentra Gonzalo Pérez sentado en un delgado colchón de esponja. Recibe un cigarro que guarda en el bolsillo de su polera negra con rayas blanca y comienza a relatar la historia de por qué llegó a dormir allí. Llora y con un tono muy respetuoso, cuenta que vivió en Puerto Rico y luego en Brasil por el trabajo de su papá, que según él era diplomático, sin embargo todo cambió cuando murió de parkinson.
En eso llega una mujer de unos 50 años con un sombrero de Halloween, llorando y en evidente estado de ebriedad. Dice tener dos hijos, ambos profesionales, una enorme casa que no usa, porque prefiere vivir en la calle, "aquí el dormitorio es más grande", explica. Sigue llorando. Alza la voz y reparte abrazos como agradeciendo que la escucharan. Fueron tres las veces que contó cuando la sacaron de un acto en quinto básico por usar beetle en vez de blusa.
Un taxi con un pie saliendo por la ventana trasera al conductor cambia la escena. Una mujer vestida con pantalones blancos muy apretados y con ropa deportiva, desciende rápidamente y corre a buscar una camilla, mientras el otro acompañante se queja porque no puede levantar al herido.
Son cerca de las 4.30 de la mañana y, adentro del recinto, se han renovado casi todas las personas de la sala de espera. La tranquilidad se interrumpe. Un hombre afroamericano luce afectado, se queja, a veces a gritos, está sin polera y sangra de la rodilla izquierda. Una guardia del recinto es quien lo ingresa en silla de ruedas. Su amigo -de no más de 17 años- evita las preguntas con cara de enojo y empuña con fuerza sus manos dejando en evidencia su molestia.
Cuando la pareja de amigos entró gritando al hall, al parecer todos olvidaron los motivos que los llevaron al lugar y se enfocaron en la escena. Estaban sorprendidos. Pero los funcionarios de la ex Posta se veían tranquilos porque estas situaciones se repiten a diario en el establecimiento asistencial. En paralelo, los guardias se reúnen en la entrada principal, mientras la señora que hace los ingresos de los pacientes mira hacia el fondo moviendo la cabeza desde su ventanilla.
Los inspectores de la Municipalidad de Santiago que siguieron al herido desde la calle Franklin cuentan que se trata de un ciudadano indocumentado. Según la mujer que lo acompaña estaban en su departamento cuando un grupo de seis chilenos llegó de improviso y le dieron un balazo en la rodilla sin motivo. Así, ella y sus amigos se convirtieron en uno más de las personas, que el sábado en la noche esperan en la ex Posta Central.