SIGO AL JEFE de la fábrica por interminables escaleras y pasillos. A medida que la luz se filtra por ventanas sucias y rebota en las paredes verdes, me siento atrapada en un gran acuario. Aquí hay un trozo de la Unión Soviética impecablemente preservado, desde las babushkas que limpian el piso y las hoces y martillos que decoran los paredes.
Nos detenemos ante una máquina hilandera de metal que acumula polvo. Shelkoshwein ingresó a la fábrica ubicada en Yaroslavl, 241 kilómetros al noreste de Moscú, por la misma época en que lo hizo Valentina Tereshkova, la primera mujer del mundo en ser enviada al espacio el 16 de junio de 1963. el la recuerda organizando picnics para los miembros de la Liga de Jóvenes Comunistas y dedicando su tiempo libre a saltar desde aviones.
No hay nada de extraño en ello: en los 60, casi todas las ciudades soviéticas tenían su propio club de paracaidismo. En un almuerzo, él escuchó las noticias sobre su compañera de labores, de ojos marrón y mejillas rollizas. "Pronunciaron mal su nombre en la radio, por lo que al principio pensamos que era un error", recuerda. Tereshkova no sólo les ocultó su misión a sus amigos en la fábrica, también se lo escondió a su madre durante más de un año.
La trabajadora textil orbitó la Tierra y luego volvió a su fábrica en un coche descapotable, cargado de flores, tratada como si fuera de la realeza: era la perfecta heroína proletaria. En la carrera espacial de la Guerra Fría, se convirtió en un ícono de la igualdad de género.
Rostro de propaganda
Otras cuatro mujeres se entrenaron con ella, tres de las cuales eran universitarias con experiencia técnica, pero el líder soviético, Nikita Kruschev, tomó la decisión final. A él le gustó la apariencia fresca de Tereshkova y su potencial propagandístico. Era hija de un conductor de tanques muerto en la frontera finlandesa durante la II Guerra Mundial.
Fue alabada en canciones y su rostro apareció en estampillas de correo. Tras su vuelo, se casó con un compañero astronauta, Andriyan Nikolayev. Kruschev fue el padrino de la novia y cuando la pareja se separó, su divorcio requirió de la aprobación personal del nuevo líder, Leonid Brézhnev.
En resumen, la vida de Tereshkova fue secuestrada por el partido. Con los años, su imagen fue cuidadosamente preservada. A la entrada del planetario construido en su ciudad natal, Yaroslavl, hay un vitral enorme que la muestra con un casco de ciencia ficción.
Pero a pesar de la propaganda, han persistido las dudas y rumores sobre el verdadero éxito del vuelo. Los físicos de la Ciudad de las Estrellas -sede del programa espacial soviético- eran críticos de su desempeño, denotando quizá una actitud más hostil hacia las cosmonautas femeninas que lo que sugería el discurso oficial sobre la igualdad sexual. El hecho es que pasaron 20 años hasta que se envió a otra rusa a una misión espacial.
Con los años, Tereshkova hizo poco por anular las especulaciones. Hoy, como miembro del Parlamento de Rusia, sigue en guardia. De modo que le hice mis preguntas a su hija Elena. "¿Es cierto que su madre se sintió mal y que vomitó en la cápsula?", le pregunto. "No, no, no, no", dice Elena, abriendo sus ojos fuertemente maquillados.
¿Y qué hay con las acusaciones registradas en el diario de Nikolai Kamanin, jefe de entrenamiento de Tereshkova, que dicen que se quedó dormida y no se comunicó durante la fase de reentrada? "He leído eso", dice Elena. "Mamá dijo que algunas personas eran muy celosas y que era una época complicada".
Para descubrir más sobre su vida temprana, fui a un museo cerca de Yaroslavl. Elena dijo que estaba cerrado por reparaciones, pero fui de todas formas. Todo lo que hay adentro son reproducciones, desde botas de piel hasta las muñecas en la cama. La única pieza genuina es un acordeón del padre de Tereshkova.
Mientras la guía me muestra todo, Elena se encuentra con autoridades locales. Sus ojos de panda se abren por el shock. "Este lugar no está listo para las visitas", sisea. Al otro lado del río Volga, puede que haya sobrepasado otros límites. La hermana de 89 años de Vladimir, padre de Tereshkova, sigue viva.
Trepo sobre una malla metálica para llegar a la casa decrépita de Lydia Aksyonova. En el suelo y en torno a su cama se acumulan envases de medicamentos y caen gotas a través del agrietado cielo. "A Valentina le gustaba subirse a los cerezos. Nunca lloraba cuando se caía", cuenta. "Era ruda, al igual que yo".
Su voz se estremece cuando habla del momento en que la enviaron al frente, aún siendo una adolescente. "Defendí Leningrado, pero todos olvidaron eso. Mi cielo gotea y no puedo costear su arreglo. Toda mi jubilación se va en medicamentos". Pero su sobrina famosa podría ayudarla, sugiero. "Oh, no quiero molestarla. Ella está muy ocupada", dice la tía. "Estamos orgullosos", interrumpe el hijo de Lydia, Alexei, un veterano de Chechenia. "No pedimos favores".
En el centro de Yaroslavl se realizan los preparativos para la parada del Día de la Victoria. Hombres y mujeres jóvenes ensayan bailes en la plaza principal cerca de la oficina de la diputación de Tereshkova. Una mujer mandona con un altavoz les marca el ritmo.
Mientras las marchas militares resuenan por los parlantes, me imagino la ciudad en los 60. Desde el minuto en que las noticias dieron a conocer el vuelo espacial, el 16 de junio de 1963, Valentina Tereshkova fue consagrada como una divinidad política. La pobre joven campesina descendió de los cielos para subir a los más altos escalones de la aristocracia roja. Puede que Tereshkova haya tenido una suave transición desde la URSS de Kruchev a la Rusia de Putin, pero me pregunto cuánto ha cambiado la vida para quienes se quedaron atrás.