"EL CANIBALISMO AQUÍ ya no existe, porque de otra forma no tendríamos tantos turistas que nos visitan", cuenta con toda lógica Rose, la simpática administradora del Resort Iririki, vecino cercano de Port Vila, la capital ubicada, a su vez, en Efate, la isla más grande del archipiélago que conforma la República de Vanuatu.
Rose no está ofendida ni incómoda con mi interés en el tema y se lo toma con toda naturalidad y humor. Quizás porque son pocos los que saben de la existencia de este país de la Melanesia (Oceanía) y, por lo mismo, todo interés en ella, incluso hasta en los temas más morbosos del pasado de la ex colonia francesa, es bienvenido.
Conforme a lo que ella plantea, si apenas es posible ubicar a Vanuatu en el mapa entre una más del puñado de islas que conforman el Pacífico Sur, menos se va a saber que aquí ya no se comen humanos. Y decimos que ya no se comen, porque hasta hace un par de décadas era un ritual bastante común entre las tribus de la isla y que se llevaba a cabo de la manera más "refinada", por decirlo de alguna forma.
Los aborígenes vanuatu utilizaban un sofisticado estilo para preparar a sus víctimas, que solían ser prisioneros de tribus enemigas. La "receta" consistía en cortar el cuerpo del mártir en pedazos, para luego cocerlos al calor de las piedras calientes enterradas en la arena, utilizando un método similar a nuestro tradicional curanto chilote. Pero, en vez de nalcas, se disponían hojas de plátanos para aumentar la humedad en la cocción del banquete.
Pero ya no queda nada de eso, debido a la prédica de los misioneros, que convencieron a los caníbales de que sus prácticas eran moralmente incorrectas. Y lo cierto es que Vanuatu, desde que logró su independencia a principio de los 80, cambió sus modales más salvajes... o más bien los hizo evolucionar hacia un aspecto más pacífico y amable.
Hoy, Vanuatu vive del turismo, pero no por eso se ha transformado en un país-resort. La gente que transita por Port Vila (que por sus dimensiones apenas puede ser catalogada como "ciudad") vive su rutina sin importarle quién esté comprando piñas a su lado en el mercado central, ya sea un turista de Noruega o el hijo del vecino. La realidad no ha cambiado mucho para los locales y nadie parece estar obsesionado con sacarle unos dólares extra al visitante.
Lo curioso es que aquí, si bien los precios están lejos de ser baratos y se cobra por cualquier atracción turística, a nadie pareciera realmente importarle lo material, como si nunca nadie se hubiese enterado de la existencia de un tal Marx o Adam Smith. Pero, claro, de algo hay que vivir, y si no es a costa de nuestras vísceras, que sea entonces por nuestra visita.
Lo que sí le importa a la gente de Vanuatu es la vida social. No hay muchas fiestas en las calles, lo que es raro para un lugar caluroso y con playas de postal, que ruega por ser saciado con cerveza y ron. Quizás es culpa de los misioneros a los que se les pasó la mano con la prédica religiosa, que aquí parece haber convencido a todos.
Pero sí hay espacio para el encuentro, no con música ni alcohol, sino que en silencio, oscuridad y acompañado de un líquido amnésico que tarde o temprano conocerá cualquier visitante que se anime a explorar un poco más allá de la arena blanca de la playa de su hotel: la kava.
Reconozco que cuando me ofrecieron este trago hecho a base de raíces, en un "kava bar" lúgubre y alejado de todo, sentí miedo; tanto por el aspecto del brebaje como por su efecto. Sin embargo, al probarlo, nada malo pasó. La kava es amarga y tiene un efecto de relajante muscular intenso y absoluto, que te deja tambaleando y con ganas de ir a dormir. Nunca logré explicarme qué hace popular a esta bebida, que todos sorben sentados y somnolientos mirándose los unos a los otros, pero que parecen disfrutar más que nada en el mundo.
Lo que tiene de bueno la kava es que uno despierta como nuevo, como si la noche anterior le hubiesen dado a uno el más feliz de los masajes tailandeses. Y eso se traduce en inspiración instantánea para salir a excursionar los alrededores, algo que en la isla de Efate se da de manera fácil, ya que se puede recorrer en un sólo día. Son sólo 900 km2 en los que en auto arrendado o en la compañía de un local que se preste como guía improvisado, se puede ser testigo visual de un espectacular paisaje que rodea a la isla, con cascadas, volcanes y una espesa selva lluviosa. Un imperdible es un paseo a Mele Waterfalls, porque todos sabemos que no existe nada mejor que nadar en agua dulce y refrescante, mientras la temperatura alcanza fácil los 35°C.
Las cascadas hacen todo ese trabajo y más en un ambiente rodeado de naturaleza semivirgen, en donde también hay espacio para descansar, tender una toalla e incluso hacer picnics. Y lo mejor: con muy poca cantidad de gente.
Las playas, claro está, sobran en la isla y, para bien del visitante, la mayoría cumple con el patrón común de arena blanca, palmeras y aguas ridículamente transparentes en que incluso se puede prescindir de una máscara y de un snorkel para ver los peces de colores y las estrellas de mar que alojan en esta parte perdida de la Gran Barrera de Coral australiana.
Y si lo suyo no es la aventura, Vanuatu cuenta con una amplia oferta hotelera, que brinda playas privadas y que organizan todo tipo de servicios, como banquetes en la arena y paseos arreglados, que incluso lo llevan de la manera más segura a conocer a las tribus locales.
Por lo mismo, si ya se arriesgó a venir a esta tierra olvidada, lo pensará dos veces antes de querer perder el día durmiendo en una hamaca viendo el día pasar, a no ser, claro, que esto se deba a una sobredosis de kava.