No era buen actor. Dicen que fue eso lo que lo llevó a la dirección. Eso y la casualidad, la suerte o la magia del teatro. Era 1959, Víctor Jara tenía 27 años y preparaba una obra con sus compañeros de carrera. Intentaron montar dos textos y las dos veces fallaron. Entonces le propuso a Alejandro Sieveking que escribiera algo para que él lo dirigiera. Y resultó.
Parecido a la felicidad fue un éxito de proporciones modestas, pero se extendió cuando el Teatro Antonio Varas tuvo que posponer su próximo estreno porque el protagonista había enfermado. Entonces invitaron a Jara a "rellenar" con su obra. Y resultó. Llegaron el público, los elogios, la gira nacional, la internacional y la transmisión de la obra por televisión. Antes de siquiera pensar en grabar un disco solista, Víctor Jara debutaba como director. Tres años atrás había entrado a Teatro en la Universidad de Chile, después de una temporada en la compañía de mimos de Noisvander. Luego estudiaría dirección y sería profesor.
A 40 años de su muerte, un libro y una obra recuerdan su labor en las tablas. Víctor Jara, su vida y el teatro es una investigación del actor Gabriel Sepúlveda, que incluye más de 40 entrevistas a personas que trabajaron con él. Publicada por Ventana Abierta Editores, se lanzará este lunes, a las 17 horas, en el Teatro Antonio Varas. Mientras que en el GAM la cantata Víctor sin Víctor Jara presenta hasta fin de mes hitos de la vida del artista a través de distintos estilos teatrales que él exploró en su carrera. Actúa Alejandro Sieveking, su amigo y compañero teatral.
Víctor Jara fue el encargado de estrenar tres textos que hoy son clásicos de las tablas chilenas: Animas de día claro, Los invasores y La remolienda. Pero en total montó una decena de obras que definen su sello: la importancia del movimiento, la cercanía a lo popular y la experimentación. Todo lo que lo alejaba de la tendencia academista imperante. Su método tampoco era convencional. Intentaba trabajar con una comunidad de cercanos, sus ensayos comenzaban con baile y eran como un ritual. En escena no se encasilló en un estilo y siempre buscó que los actores encontraran nuevos registros. De paso, ayudó a posicionar una nueva generación teatral de la que él era parte importante.
"La primera vez que vi La negra Ester fue como resucitar a Víctor Jara. Era eso: el aporte de lo popular. Porque Víctor lo conocía, él lo había vivido, en cambio nosotros éramos unos pituquitos de clase media. Había en sus montajes una profundidad mezclada con humor. Era muy exigente y muy cariñoso. Para mí siempre ha sido más importante su legado como director que en la canción", dice Luis Poirot, quien fue su asistente de dirección en Animas de día claro (1962).
Poirot no es el único que lo compara con Andrés Pérez. En Víctor Jara, su vida y el teatro, el fallecido bailarín Patricio Bunster dice: "Era un hombre muy interesado en el movimiento; en su concepción del teatro le daba mucha importancia a eso, igual que a la parte coreográfica del montaje teatral. O sea, anunciando un poco todo este teatro que supera todos estos academicismos de la realidad teatral, ¿te fijas?, cosa que se ha visto en las últimas décadas a través de la labor de Andrés Pérez y otra gente, que valoran mucho la gestualidad".
En Animas de día claro trabajó con un equipo impresionante. La obra de Alejandro Sieveking fue interpretada por Tennyson Ferrada, Carmen Bunster, Bélgica Castro, Marés González y María Cánepa, entre otros. A pesar de ser estrenada durante el Mundial de Fútbol, lo que tenía al público más pendiente de los partidos que de la cartelera, la obra fue un éxito y se presentó por seis años.
También en 1962 Jara estrenó Dúo, con la compañía Los Cuatro, una obra más experimental y fuera del alero del Ituch, en la que llevó a escena dos textos de Raúl Ruiz: Cambio de guardia y La maleta. Esta última se convertiría después en el primer filme del cineasta. Al año siguiente estrenó la obra más polémica de su carrera. Los invasores, de Egon Wolff, la cual dividió al público y a la crítica por abordar la lucha de clases en un contexto efervescente. Con ella Jara debutó, además, como director de planta del Ituch.
La consolidación llegó en 1965, año en que estrenó La remolienda, de Alejandro Sieveking, y La maña, junto al Ictus. "Le daba mucha importancia al cuerpo, lo que era muy relevante, porque nosotros veníamos de una literaridad del teatro muy grande", cuenta Delfina Guzmán. Por estas obras Jara ganó el Laurel de Oro y el premio del Círculo de Críticos.
"El teatro fue el trampolín para que se proyectara como un artista integral", cuenta Gabriel Sepúlveda, autor del libro. No dejó de hacer teatro, pero la música fue ocupando cada vez más espacio. "Siempre me pregunto qué estaría haciendo ahora Víctor, cantando o dirigiendo teatro, o las dos cosas. Y la duda es porque, si bien pasaba por épocas largas en que el teatro y las envidias lo aburrían, esa era la profesión que había amado y que lo había convertido en un verdadero artista", dice Alejandro Sieveking en Víctor Jara, su vida y el teatro.
El Golpe de Estado y la muerte lo encontraron cuando preparaba La Virgen del puño cerrado, nuevamente de Sieveking. El montaje se estrenó al año siguiente como La Virgen de la manita cerrada. El nombre y Chile habían cambiado, Víctor Jara ya no estaba.