La gran mudanza. Por estos días, Galaz traslada 14 piezas de su creación, que, hasta ahora, se amontonaban en el living y el hall de su casa. Quedará un vacío, pero será la última vez: Procesión, que desde el miércoles se exhibe en Sala Gasco bajo la curatoría de Gerardo Mosquera, será su última exposición de esculturas. "Punto final. Es una liberación", explica el artista de 68 años, coautor de libros como Chile, Arte Actual y La pintura en Chile desde la Colonia a 1981.
La escultura ha sido una actividad que realiza en forma paralela a su actividad como teórico y académico de la Universidad Católica. Es quizá la única obra sobre la que se ha negado a teorizar y analizar. "Quiero tomar otro rumbo creativo, que no sea producción de un objeto estético", dice. "Obras que no puedan coleccionarse o comprarse. Quizá trabajar con cobre, bronce o fierro, pero que la misma disposición de las piezas lleve a su propia disolución. Un trabajo más interactivo".
Es una decisión personal, pero también teórica. "No se puede seguir infinitamente buscando y variando, fabricando objetos como mono. Hay que cambiar. Es necesario recuperar el espacio del arte como un lugar de libertad, para romper con nuestra propia institucionalidad y dar un salto al vacío", agrega.
Su decisión responde a una sensación de desazón respecto de la escultura. Todo comenzó en noviembre, cuando se repuso la instalación de Juan Pablo Langlois, Cuerpos blandos. Era una reproducción de la manga de plástico que invadió el Museo de Bellas Artes en 1969. En esa misma época, los escultores Federico Assler y Mario Irarrázabal presentaban sus retrospectivas. Pero sólo Langlois obtuvo una reacción del público, que se impactó tanto como la primera vez. "No ha perdido su vigencia: aún interpela al espectador", dice . "Eso es lo que quiero: asombro".
Para él, es algo que la escultura no logra hace años. "A veces la gente pasa al lado de una escultura y no la mira. Eso no pasaba en los años 40 o 50. No sé si es culpa nuestra, que no invitamos a detenerse, o si las personas perdieron el gusto estético", dice.
En opinión de Galaz, pareciera ser que la escultura no ha podido evolucionar. Y de alguna forma, ha dejado de ser actual. "Si revisas las últimas bienales, no están invitando a los escultores".
Es una novedad que sí tienen la instalación y la performance. "Hoy, los jóvenes están en otra volada: Mónica Bengoa, Pablo Rivera, Iván Navarro están haciendo cosas muy interesantes", dice. Pero también el circuito artístico es diferente. "Ahora hay una masa crítica mayor y más coleccionistas. Cuando comencé, no había público para el arte. Había una sola galería y hoy hay al menos 45", dice.
El lenguaje escultórico, sin embargo, parece haberse detenido. Como teórico, ya lo había advertido. "Resulta que mi discurso era mucho más avanzado de lo que hacía", reconoce. Los grandes maestros, al parecer, quedaron en el pasado. "Es necesaria una renovación. Por eso, esta es mi despedida de la escultura".