Viviana Fuentes mide 1,53 centímetros, pero crece cuando habla. No usa grandes palabras pero es articulada y sabe cómo hacerse escuchar aunque sea con métodos poco diplomáticos. Está acostumbrada a dar sus opiniones y se ha preparado para eso. Ha estado en televisión, la han entrevistado en medios escritos, se ha reunido con numerosas autoridades y en 2013 interrumpió el discurso presidencial del 21 de mayo para darle las gracias a Sebastián Piñera e interpeló a parlamentarios y candidatos a la salida del Congreso.

"La Vivi", como le dice su gente, tiene 46 años y es una de las dirigentes emblemáticas de Bajos de Mena, población de Puente Alto que a partir de 2010 se convirtió en el símbolo de la segregación. Una zona de 600 hectáreas, ubicada en la periferia de la ciudad, donde en los últimos 20 años se instalaron alrededor de 120 mil personas en 49 villas que no tenían acceso a servicios y que comenzaron a ser conocidas como el "gueto más grande de Chile". En gran parte la presión de la propia gente logró que su situación se convirtiera en una preocupación para la municipalidad, los medios y el gobierno. Así nació el Plan Integral de Rehabilitación Urbana, a través del cual se les están entregando nuevas casas a familias, y el programa Segunda Oportunidad del Serviu, que les da un subsidio de 17 millones a familias que quieren irse del lugar.

Viviana es una de las personas que prefirió buscar casa en otra parte y en agosto pasado dejó la villa Francisco Coloane en la que vivió 17 años. Pese a eso, ella y su eterna socia y amiga, Pilar Aravena, vuelven cada día a la sede de la junta de vecinos de esa villa que tanto pelearon por dejar para coordinar la salida de Bajos de Mena del resto de las familias que quieren irse, para negociar con el Serviu o el municipio las condiciones de ese éxodo y para prestarle oreja a quien quiera acercarse. "Ella es como la mamá de todos nosotros", dice una vecina que colabora con el aseo de la sede.

Viviana y Pilar andan juntas todo el tiempo. Son como una sola. De hecho, usan un celular para las dos y sus hijos se quieren como si fueran hermanos. "Además, nuestros cabros tienen apellidos televisivos, porque mi marido es de apellido Camiroaga y el de ella de apellido Cárcamo", dice, entre risas, Pilar.

Viviana Fuentes nació en una familia pobre. Como su padre tenía problemas de alcoholismo y su mamá no podía cuidarla, vivió hasta los 17 años interna en la Ciudad del Niño. De ahí tiene buenos recuerdos. Dice que aprendió los grandes valores que han regido su vida. Cuando salió se quedó en la Población La Bandera con su madre, a quien hasta entonces sólo veía cada 15 días. A fines de los setenta empezó a involucrarse lentamente con grupos sindicales, en las reuniones políticas clandestinas y le tomó el gusto a la dirigencia. En 1986 llegó junto a un grupo de pobladores a tomarse un terreno en la comuna de Lo Espejo y tres años después dirigió su propia toma en la zona de Las Turbinas, en la misma comuna, para lo que movilizó a 183 familias y logró comunicación directa con el entonces ministro de Vivienda Alberto Etchegaray. A esas alturas, ella y "Cárcamo" -como llama a su marido, Jeremías, que trabaja como guardia- ya tenían tres hijos: Viviana, Andrea y Esteban.

En 1996 ya tenía un cuarto, Bernardo, y había logrado el anhelado subsidio habitacional que la llevó hasta la villa Francisco Coloane en Bajos de Mena. Era un departamento de 40 metros cuadrados en el tercer piso de un block para los seis integrantes de la familia. "Apenas llegué me di cuenta además de que no teníamos ningún servicio cerca. Estábamos viviendo donde el diablo perdió el poncho. En esa época acababa de asumir Manuel José Ossandón como alcalde de Puente Alto; tratamos de conseguir varias veces una audiencia con él, pero como no nos pescaron, agarramos un megáfono y nos fuimos a gritar a la puerta de la municipalidad hasta que salió a recibirnos. Después de eso comenzamos a trabajar juntos, él ha sido uno de los más jugados por Bajos de Mena, igual que Germán Codina", dice y luego agrega: "Nosotros no tenemos color político, no nos importa del partido que venga la gente, lo único que nos importa es que ayuden y destinen las platas hacia quienes más lo necesitan".

La primera acción que realizaron fue reunir firmas para transformar la sede social existente en un jardín infantil, pero cada vez se empezó a hacer más claro el efecto de las carencias a su alrededor. "Mucha gente perdió sus pegas, porque estábamos muy lejos y llegar al centro era como viajar fuera de la ciudad. En el invierno las casas se llovían completas y tampoco había ninguna opción para que las mujeres pudieran trabajar. Con la Pilar empezamos a ponernos en la calle a vender, ella plantas y yo cosas de plástico y de a poco se nos fueron sumando otras dueñas de casa hasta que formamos un persa".

La labor de dirigente le ha enseñado desde administración hasta psicología. "Nos sabemos las leyes al revés y al derecho, hemos estudiado, fuimos a hacer un diplomado en Medios y Política en la Universidad Alberto Hurtado, porque nos ganamos una beca. Recibimos y escuchamos a mucha gente. Hay tantos casos humanos en Bajos de Mena y vamos descubriendo la capacidad que tenemos de ayudar, no porque tengamos lucas -que de hecho, no tenemos- sino porque hemos conocido a mucha gente a quien recurrir. Porque si yo tengo que llegar donde la Presidenta a pedirle algo, lo voy a hacer… total, siempre he dicho que por muy presidente que alguien sea, se va a morir igual que yo y se lo van a comer los mismos gusanos que a mí", explica y se ríe al comprobar que sólo tiene dos mil pesos en los bolsillos. Dice que no le importa, sabe que se las arreglará y aunque es dirigente de lunes a viernes, los fines de semana se dedica a su taller de marroquinería, donde fabrica bolsos que vende en la feria.

Dios está siempre presente en todo. Viviana es cristiana y siempre pone su fe por delante, como una forma de darles sentido a sus batallas. Fue con fe que recibió la noticia de que sería madre de nuevo cuando daba por cerrada la fábrica: "Hace nueve años llegó mi Martín Cárcamo (que debe su nombre al boxeador Martín Vargas, no al animador de TV). Igual fue fuerte, yo estaba en plena lucha, habíamos levantado el movimiento de deudores habitacionales, marchando, yendo a protestar, haciendo huelgas de hambre y me costó mucho imaginarme empezando de nuevo".

¿Cómo es ser dirigente social con cinco hijos?

Siempre que pienso en mi propia historia me da pena. Yo no crecí cerca de mi familia, sólo con uno de mis hermanos que estaba interno conmigo. Por eso siempre quise estar con mis hijos, aprovecharlos y regalonearlos; vivir con ellos lo que yo no tuve. Nuestra relación se ha basado en entregarles mucho amor y me he preocupado de acompañarlos. Les repito que una cosa es estar en el montón y otra ser del montón, porque quiero que se superen. Y me ha resultado, porque tres de ellos son independientes y profesionales. Aunque todo este trabajo me quite mucho tiempo, siento que he logrado compatibilizarlo. Pero hace dos años pasé una etapa muy fuerte y estuve a punto de dejarlo todo.

¿Qué pasó?

Llegué a mi casa y encontré a mi hijo Bernardo ahorcado… tenía 17 años. Yo misma lo descolgué y le hice reanimación. Fue lo más fuerte que me ha pasado. No podía con la culpa. Él lo hizo porque había repetido por tercera vez de curso y sentía que nos estaba decepcionando. Gracias a Dios las cosas ocurrieron de manera milagrosa, logré mantenerlo vivo, la ambulancia llegó a tiempo, pudimos trasladarlo a un hospital con mejor equipamiento.

¿Es posible sacar lecciones de algo tan duro?

Me di cuenta de la cantidad de gente que me quería. Me acuerdo del Sótero del Río repleto, todos tomados de la mano y orando. Me arrodillé y le dije a Dios: "Si me quita a mi hijo se acaba la Viviana Fuentes"… En el fondo le ofrecí seguir trabajando por la gente si no se lo llevaba. Pero era casi imposible, llegaron a pedirme que donara sus órganos, pero algo me decía que iba a reaccionar… Estuvo tres días en coma, conectado. Decidí que no quería un hijo vegetal, reuní a mi familia y junto a ellos le dije a Dios que él me había prestado un hijo por 17 años, que yo no había sabido cuidarlo así que se lo devolvía, que sólo le pedía que se lo llevara perdonado por lo que había hecho. Al final le dije que si me amaba de verdad, me lo devolviera".

Ya había decidido donar sus órganos cuando la llamó la enfermera: "Su hijo está hablando", le dijo. Hoy Bernardo está con ella y no tiene secuelas. Viviana sólo agradece porque sabe que no todos han tenido tanta suerte: "Yo misma he visto tantos niños que se han matado en la Francisco Coloane, me ha tocado descolgar a los hijos de dos amigas, además de los cabros que se electrocutan… La falta de oportunidades y el tema de las drogas, que empieza a consumirlos, los descontrola. Es una realidad fuerte y creo que Dios me puso en este lugar por algo".

La historia de su salida de Bajos de Mena partió el 2010, cuando la junta de vecinos de la población Francisco Coloane realizó un catastro de la gente que vivía en el sector. Sabían que había 1.188 departamentos, pero no cuanta gente vivía en ellos. Además agregaron al cuestionario una pregunta clave. "¿Usted quiere seguir viviendo aquí?". Los resultados les mostraron que ahí convivían más de ocho mil familias y que sobre el 90% quería irse.

Entonces empezó una nueva lucha. La salida, la recolocación y la demolición de los 54 blocks. Se logró un programa en que las familias pudieron volver a postular a un subsidio, se acordó un monto en que el Estado "compró" sus departamentos y se establecieron distintos sistemas de salida. La única condición era que todos los vecinos del edificio manifestaran su intención de irse.

El problema es que muchos vendieron sus departamentos. Se generó una dinámica que ella misma define como "pobre que le vende al más pobre", llegaron más familias con menos recursos, e incluso, dice ella, algunos microtraficantes. Algunas de esas personas no quieren firmar su salida, y seguramente se quedarán en la población, pero sólo son 35 viviendas. El resto, se ha ido vaciando y demoliendo.

Hoy el edificio en que vivía Viviana está semi destruido y ahora vive en una casa, en Casas Viejas, un sector residencial de la comuna de Puente Alto, que la tiene fascinada. "Hoy puedo hacer vida adentro, puedo tender mi ropa sin que nadie más la vea, puedo hacer un asado en mi patio sin tener que sumar a todos los del block… Hoy mi hijo puede ver la cordillera nevada desde su dormitorio… y eso es impagable", explica. Entre sus vecinas tiene una profesora y una secretaria; todos la han acogido con cariño y jamás han marcado distancia con ella.

Asegura que no extraña absolutamente nada de Bajos de Mena y que vivir en una casa es lo mejor que le ha pasado. Pero vuelve a su antiguo barrio día tras día. Su objetivo es que a fines del 2015 todos cumplan el sueño que ella ya cumplió y todos los blocks de la Francisco Coloane estén desocupados. "Hoy tenemos en nuestras manos la resolución de salida de 21 blocks y la gente ya está buscando sus casas. Nuestra meta es que el próximo año podamos sacar a los otros veinte".

Y no piensa dejar de trabajar. Cuando logren desalojar esta villa vendrán otras: "Ser dirigente es algo innato. Hay que seguir con la Marta Brunet, la Pedro Lira, la San Miguel. Tenemos una asociación que se llama Así quiero vivir y seguiremos con eso. Es cariño y lealtad. Uno podría dedicarse más horas a trabajar y ganar plata o quedarse feliz en su casa nueva. Pero no, tenemos que estar acá, al pie del cañón. Tenemos que seguir, aunque eso implique que no pueda disfrutar lo que hemos llamado la 'segunda oportunidad'", porque al final del día, llego a mi casa nueva sólo a dormir… Antes estaba más cerca, iba y venía, ahora directamente paso todo el día afuera. Pero yo sé lo que es vivir en un block y vivir en una casa, sé cómo te transforma la vida y quiero que todos acá vivan lo mismo".