Se sabe que es un hombre de pocas palabras, y hace un par de años, mientras concedía una entrevista al periódico inglés The Daily Telegraph, incluso llegó a disculparse con el cronista por no contar con un arsenal de anécdotas dignas de un personaje de su estatura y de la historia que el diario pretendía imprimir. Pero también son conocidos su clase y su talento: en aquel mismo encuentro, Willem Dafoe pensó que podía darle el gusto al entrevistador recreando dramáticamente los pocos grandes chascarros de su vida profesional. Fue una manera inteligente de salir del paso.
Willem Dafoe, que en un par de semanas llegará a Chile para presentar la película A woman, está de vacaciones en esta época del año, como buena parte de la población del hemisferio norte durante agosto. Para él, el destino habitual es Italia, donde vive Giada Colagrande, su segunda esposa. La mujer es además la realizadora de la cinta A woman, que estará en la séptima versión de Sanfic y que su esposo protagoniza. Cortésmente y en su estilo, Dafoe habla entonces de esta película y de cómo es trabajar con su pareja-directora de 35 años.
"Lo que me gusta de su estilo es que tiene una gran ambigüedad narrativa. Y ambos compartimos el mismo interés por una actuación no naturalista".
Este tipo de paladar alejado del realismo, que tanto cautivó a los actores del llamado "método" (Marlon Brando, entre los más ilustres), es el que le permite a Dafoe acercarse a sus películas en forma distanciada. "Cuando escojo un personaje me interesa más concentrarme en las situaciones, la gente y los lugares. No sé de qué tratan realmente las historias hasta que me hago parte de ellas. En A woman, al principio sólo sabía que Max, mi personaje, tenía un secreto que se revelaba al final", explica sobre la cinta en que el recuerdo de la esposa fallecida dificulta las relaciones afectivas de un escritor.
Formado en el teatro de avanzada neoyorquino de fines de los 70, Dafoe se hizo conocido en el cine por interpretar a unos cuantos villanos memorables: un macabro líder de motociclistas en Calles de fuego (1984) y, un año después, un escurridizo falsificador de dinero en Vivir y morir en Los Angeles (1985). En 1986, Oliver Stone le entregó el rol del mesiánico sargento Elias en Pelotón (1986), por el que fue nominado a un Oscar, y poco después Scorsese lo eligió para hacer de Jesús en La última tentación de Cristo (1988). Fueron dos personajes que podrían haberle pavimentado el camino a encarnar a los buenos del mundo.
Aun así, muchas veces se suele invocar a Dafoe como un gran malo del celuloide. Parte de la culpa la tiene David Lynch, quien lo incorporó al rodaje de Corazón salvaje en el rol de Bobby Peru, un asesino a sueldo con dientes negros y que asalta bancos con una media en la cabeza.
¿Pero cómo lidia con el encasillamiento como villano?
El punto es que, si debemos categorizar, interpreto más a tipos buenos que a malos. Incluso, muchos son seres marginales de acuerdo con los estándares morales de la sociedad, pero son redimibles (como el vendedor de drogas en Light sleeper, de Paul Schrader). Funcionan como protagonistas imperfectos. Te propongo un juego: examina mi filmografía y, entre las películas que hayas visto, cuenta a los villanos. A menos que sólo hayas visto superproducciones, donde todo es siempre menos jugado, te darás cuenta de que esta tipificación de villano no es tal.
Es evidente que Dafoe tiene, además de modales, una versión clara de sí mismo y no está dispuesto a quedarse en reduccionismos. Lo que sí concede es su debilidad por estar en blockbusters de vez en cuando.
"Lo bueno de ser actor es que cada vez que hago una película me reinvento. Mientras más grande es la diferencia entre una película y otra, más interesante resulta el desafío. Por eso mezclo pequeñas con grandes. Lo importante es tener flexibilidad".
¿Y no comprometerse con ningún método actoral?
Ninguna forma predeterminada de pensar o trabajar. Soy un tipo práctico cuando hay que hacer un personaje. Antes que nada, soy actor de teatro, y busco solucionar problemas en vez de crearlos cuando me enfrento a un nuevo rol.
A propósito, sus dos nuevas películas son totalmente diferentes. Sí. En John Carter from Mars, interpreto a un rey guerrero de Marte que mide tres metros y que se hace llamar Tars Tarkas. Se basa en la novela de Edgar Rice Burroughs de 1912. Es una producción Disney-Pixar y la dirige Andrew Stanton, que antes hizo Wall-E y Buscando a Nemo. Y, por otro lado, acabo de terminar 4:44 Last day on Earth, un filme de Abel Ferrara que competirá en Venecia. Ferrara quedó muy impresionado cuando vio Post mortem, de Pablo Larraín. Luego conoció a a Pablo y a su hermano Juan de Dios, y ellos le ayudaron a financiar esta película pequeña y personal, sobre una pareja que enfrenta el fin del mundo.
Ferrara se dio a conocer en los 80. ¿Recuerda con nostalgia tal década, su participación en filmes como Pelotón, La última tentación de Cristo o Corazón salvaje?
En esas películas yo tenía entre 31 y 35 años. Puedo decir que fueron trabajos hechos con pura dedicación y no mucho dinero. Ese tipo de filmes demuestra que los gustos culturales eran otros y que para los actores era una época de personajes muy interesantes.