UNO LEE un título así y, claro, la confusión es inevitable. Ingenuamente, se puede creer que me voy a referir a una película en cartelera, a un superventas de autoayuda, o bien, sospechar que el editor se desubicó y este artículo, a juzgar por las categorías aludidas, debió estar en las páginas financieras o deportivas, que es donde se computan los goles que verdaderamente suenan. Pero no, ocurre que me he servido de un truco publicista pedestre -no hay nada más canchero, de "tendencia" actual, que hablar de "winners"- para, de ese modo artero, captar su atención.
Es la publicidad la que nos quiere, engañosamente, hacer pensar en estos términos yin y yang, facilistas y tendenciosos. No existen los ganadores y perdedores a toda prueba, y eso que sobran los winners que se la creen y hacen los alardes correspondientes, a la vez que abundan también los losers, quienes, no menos convencidos de la lógica winner, quizá por eso mismo están como están: desganados y (perdonen la vulgaridad, pero esta vez les viene al callo como nunca) jodidos.
Me tocó ver a un lote no insignificante de estos últimos hace unos días y quedé muy impresionado. Gente que, en su momento, las tenía todas y a sus pies: la atención de "el mundo al instante", los teléfonos y llegada directa, las mejores mesas, las primeras planas y primeros planos, los asientos de primera, la guardia de Palacio, los aplausos, las sonrisas y ojitos todos mirándolos, envidiándolos, en fin, tenían los votos. Y sin embargo, aquí los volvía a ver (a la mayoría por primera vez en vivo), y no eran más que una tímida sombra de cómo los recordaba. Sólo algunos, muy pocos, trajeados; uno que otro ni siquiera afeitado; a juzgar por el lenguaje corporal siempre delatador, titubeantes, incluso asustados, aunque de qué. Buena pregunta. ¿De estar jubilados, sin pega ni poder?
Reconozco que lo que de verdad me impactó ese mediodía, sin embargo, no fue esta congregación de otrora conspicuos ajados, sino lo que me ocurrió, justo antes, camino a la reunión. Es que me topé con un guardia de seguridad, uno de esos uniformados que hay por montones y que a mí, lo confieso, me ponen de inmediato en guardia. Pero este señor, en particular, me desarmó llamándome por mi nombre, extendiendo su mano para "felicitarme" y luego contarme, en son de complicidad digna, pero algo herida, que él siempre me leía; seríamos "colegas", él también profesor de historia. En tanto preludio de lo que vino después, quedé perplejo y choqueado.
Si hay un ámbito donde ha habido consensos transversales estos últimos 20 o más años es en educación. Y por mucho que se diga que se están haciendo las cosas bien, trayendo a relucir los resultados de las últimas mediciones Pisa y Simce, ¿cómo me explico un encuentro tan insólito? ¿A qué lote de winners, pasados o actuales, responsabilizo de lo sucedido a este señor, víctima al parecer de una pandemia? En su columna de anteayer, Roberto Ampuero contaba que, al llegar a los EEUU, un inspector de aduanas que hurgueteó en sus maletas, al percatarse de que era autor de libros, también lo "felicitó" confesándole, a media voz, que él también era "historiador".
Sospecho que esto de winners y losers es una dicotomía falaz y nos tiene sumamente confundidos.
Winners & Losers
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