Arcoíris: la historia de la comunidad que enterró a un lactante en secreto

Arcoíris

A principios de febrero la PDI encontró el cadáver de un recién nacido enterrado ilegalmente en una comunidad ecológica de San José de Maipo. La investigación ha revelado cómo este grupo, por el cual pasó Antares de la Luz, decidió vivir durante 14 años bajo sus propias reglas.


Rodrigo Silva (59) intuyó que algo había pasado cuando, unos días antes de que comenzara la Semana Santa de 2022, en la comunidad ecológica de un fundo en San José de Maipo de la que participaba, le comunicaron que se suspendía uno de los eventos más importantes para sus miembros. La instancia se llamaba “La gran limpieza”. Ahí, todos los participantes del grupo se reunían para limpiar el estero que había en el lugar.

-Venían personas de todas partes de Chile, incluso de otros países, a reunirse y reciclar unos 300 kilos de basura- dice Silva.

Desde hace 14 años que el evento se hacía cada feriado de Semana Santa y nunca, cuenta, se había suspendido. Por eso le llamó la atención el WhatsApp que recibió de uno de los líderes de la comunidad. Esto decía el mensaje:

“Se suspende el gran evento por problemas internos de la familia”.

Esta es la Comunidad Refugio del Guerrero-Arcoíris. Tienen una página abierta en Facebook, donde hasta el año 2021, cualquiera podía participar y subir al cerro para sumarse al grupo.

Diez meses después, una denuncia llegó a la Brigada de Homicidios Sur de la Policía de Investigaciones. Según la declaración de un hombre de 31 años, en el fundo El Toyo, ubicado en un cerro de San José Maipo, hacía 10 meses yacía el cuerpo de un lactante enterrado a 90 centímetros bajo tierra.

Cuando se enteró, a Rodrigo Silva el caso lo golpeó a nivel personal. Él, un soldador de San Joaquín, cuenta que en 2006 fue padre de dos gemelos que fallecieron cuando tenían seis meses de vida. A propósito de esa pérdida y el divorcio de su primera esposa, en 2009 quiso aislarse y cambiar su estilo de vida:

-Siempre me gustó el Cajón del Maipo, me gustaba subir los cerros desde que tenía ocho años. Pero después de 20 años de ir y venir por ahí, decidí internarme de lleno en la montaña para pasar mis penas.

En una de esas expediciones por el cerro, mientras caminaba hacia el estero El Sauce, encontró un campamento con carpas y personas que no había visto antes. Se sentó a conversar con ellos y se quedó a dormir un día. Luego otro y, así, no quiso volver a bajar. Se había encontrado con “una fiesta de hippies”, como dice. La celebración se llamaba “Arcoíris” y se hacía todos los años en esta misma fecha, entre febrero y marzo.

-Esa fiesta y cómo vivían la vida las personas que ahí estaban fue lo que me hizo quedarme y no salir más.

A partir de ese día, quienes quedaron viviendo ahí fueron transformándose en una comunidad autosustentable. Silva se transformó en uno de los sostenedores, en el lugar cultivaban su propia comida y reciclaban, además de cocinar alfajores y otras cosas para venderles a los turistas. Los integrantes también le dieron un nombre a lo que habían creado: Refugio del Guerrero-Comunidad Arcoíris.

A ese mismo lugar, a ocho kilómetros de la plaza de San José de Maipo, el 6 de febrero llegó un operativo policial de 10 personas en búsqueda del cadáver del bebé. Según consta en la carpeta investigativa del caso al que accedió LT Domingo, al llegar al fundo El Toyo, el equipo de la PDI se encontró con un terreno rural que tenía diferentes construcciones artesanales y carteles hechos a mano, que señalaban caminos, huertos, invernaderos y el lugar donde estaban las carpas.

Luego de conversar con los administradores, uno de ellos les señaló que el cuerpo del lactante se encontraba en un invernadero de construcción artesanal, llamado “La Ballena”. Después de excavar sin éxito esa jornada, al día siguiente lo encontraron: ahí, 90 centímetros bajo tierra, entre restos de hojas de coca, piedras de cuarzo, palo santo y un collar de lana, estaban los restos óseos de un recién nacido que había alcanzado a vivir 40 días.

Este es el huerto La Ballena, donde encontraron al lactante enterrado. La foto es del año 2019 y fue publicada en Facebook por los integrantes de Arcoíris. No existen fotos de las condiciones en que este invernadero se encontraba al momento de tener al recién nacido enterrado.

El origen de Antares de la Luz

Para entrar a la Comunidad Arcoíris de San José de Maipo, sus miembros definieron cuatro acuerdos que se debían respetar: “Honrar tu palabra, no tomar nada en forma personal, nunca suponer y dar lo mejor de sí́ siempre”, dicen parte de las declaraciones de los participantes en la carpeta investigativa.

El consumo de alcohol estaba prohibido, así como también ciertos tipos de drogas, porque las que cultivaban ellos mismos eran de consumo diario y se consideraban como medicina ancestral. En ese grupo estaban la marihuana y los hongos y, en ocasiones, se consumía también San Pedro -una sustancia alucinógena que se extrae del cactus- y DMT, otra sustancia psicoactiva.

El nombre Arcoíris no era al azar: había más como esta comunidad, en otras regiones y países. De alguna manera, cuenta Rodrigo Silva, ser familia Arcoíris era un sello. Uno que velaba por resguardar la naturaleza, pero que también se encontraba “en contra del sistema”.

-Es una familia que tiene seguidores a nivel mundial. En el año 2009, estaban haciendo el scouting, que es un viaje donde se hacen fiestas en terrenos disponibles y se creó.

Tanto Rodrigo Silva como otros tres miembros de la comunidad cuentan que entre los fundadores de Arcoíris en El Toyo estuvo Ramón Castillo, más conocido como Antares de la Luz, el líder de la secta Colliguay en la que quemaron vivo a un niño recién nacido por ser considerado el anticristo.

Antes de que Castillo saliera del país y terminara quitándose la vida en el Cusco a sus 35 años, Rodrigo Silva cuenta que llegó a vivir a El Toyo en busca de personas para componer su secta. Pero al poco tiempo empezó a tener problemas y fue expulsado. Así lo cuenta Milton Pérez, un miembro de Arcoíris que lo conoció por esos años.

-Antares de la Luz pasó por aquí y conversó con nosotros, pero vimos que era una persona totalmente dictatorial y quería poco menos que denigrar a las hermanas que estaban ahí.

La fiesta del Arcoíris del 2009 se hizo en El Toyo porque una de sus integrantes pudo conseguir un terreno disponible.

-Era la nieta del dueño del terreno, Pedro Guillón, que participó de esta fiesta. Le pidió prestado el estero El Sauce a su abuelo por un mes y no salieron más -dice Rodrigo Silva.

Pedro Guillón, efectivamente, era dueño del terreno El Toyo, hasta que en 2015 murió, a los 78 años. Marta Guillón, una de sus hijas, quedó como una de las dueñas y administradoras del lugar. Ella cuenta que hace más de 10 años, un grupo de personas llegó a instalarse en sus terrenos y no se fueron más. Eso empezó a transformarse en un problema.

-Lo que más nos gustaría es que ellos salieran del fundo, pero nunca hemos podido lograrlo. Se van rotando, se van unos y llegan otros. Nosotros hemos ido muchísimas veces. Hemos ido a decirles que se vayan, que no es de ellos, que no pueden construir, pero ellos dicen que están en su derecho.

Hasta 2021, cualquiera podía sumarse al Refugio del Guerrero-Comunidad Arcoíris. Sus miembros habilitaron una página de Facebook donde mostraban sus actividades y pedían colaboraciones de traslados para bajar a La Vega a comprar frutas y verduras. El número de personas que vivía en la comunidad podía variar de entre 10 y 40.

En esta foto, en agosto de 2020, los integrantes del grupo hacen un llamado pidiendo un auto que los pueda bajar del cerro para llevarlos a La Vega a comprar.

Rodrigo Vargas, un psicólogo apodado como “Gogy” que realizaba labores de coordinación y organización en la comunidad, dice en su declaración en la causa por la muerte del lactante, donde prestó declaración como testigo, que el grupo variaba en religiones y edades. A veces se quedaban familias con niños que tenían “la casita”, una construcción artesanal ubicada frente al invernadero para dormir de forma más cómoda y que las edades de los participantes iban desde los seis meses hasta los 77 años.

“Nos organizábamos en ‘círculos’, los cuales eran asambleas en las que conversábamos sobre las cosas que faltaban o se requerían, dejando todo organizado de un día para el otro para ver quiénes realizábamos las labores de la comunidad”, declaró Vargas.

El nacimiento de Leufú

Con la pandemia, las reglas se pusieron más rígidas, cuenta Rodrigo Silva: no se permitió el ingreso de más personas, se prohibió acudir a la medicina tradicional y brindar algún tipo de estudio a los niños. Por ese tiempo, en agosto de 2021, llegó a vivir una nueva pareja. La mujer, de 38 años, se apodaba Loba. Estaba embarazada y venía con su novio, de 23 años, apodado “Auca”, aunque ella ya había estado antes de manera intermitente en la comunidad.

-Este nacimiento sería todo un acontecimiento, porque iba a ser el primer niño que nacería en la comunidad desde su creación -cuenta Silva.

No pasó mucho antes que las cosas comenzaran a ponerse extrañas:

-Cada vez que yo subía el ambiente era raro. El poder de decisión que había en la comunidad quedó bajo esta pareja y los dos líderes que estaban antes: Gogy y Ko, quienes cambiaron la dieta de todos los que vivíamos ahí y pasamos de ser vegetarianos a ser crudiveganos.

Todo era, decían ellos, por el bienestar de la madre y el hijo que estaba por nacer.

“’Loba’ y ‘Auca’, ambos tienen ascendencia mapuche, razón por la cual concordaban con sus ideales de crianza, y querían que tanto la educación del bebé que estaba en camino, como del hijo de seis años de “Loba”, fuera de la manera más natural posible. Por esto mismo es que, según lo que sé, ‘Loba’ nunca fue a algún control médico tradicional. Solo se regía por lo que ella sentía en su cuerpo”, declaró la testigo Katherine Aránguiz, terapeuta ocupacional, apodada “Ko”, que ejercía como coordinadora de la comunidad.

Según consta en todas las declaraciones de los testigos dentro de la carpeta investigativa, el 3 de febrero de 2022 nació un niño. Lo llamaron Leufú. El parto se realizó en el mismo fundo El Toyo con el padre del niño, la hermana de Loba, los líderes Gogy y Ko, además de una partera apodada “Costa”, quien llegó pocos días antes para asistir el nacimiento.

Rodrigo Silva se acuerda de la primera vez que vio al recién nacido. Tenía apenas unas semanas de vida.

-Yo vi el color de esa guagua y les dije a los padres que algo le pasaba. Estaba amarillenta, la tenían acostada en una caja de cartón que era como su cuna. No hablaba, no lloraba, no hacía nada.

Silva cuenta que, a partir de ahí, nunca quisieron prestarle asistencia médica. Los primeros días estuvieron enfocados en celebrar su nacimiento. Ahí, cuenta el soldador, hubo actividades para todos, entre esas, una que le llamó la atención.

-En un almuerzo, salió un plato de una olla que era una carbonada de placenta. El plato era para todo el que quisiera compartir la energía del nacimiento.

Katherine Aránguiz relata en su declaración que en los días de vida 38 y 39 de Leufú, los padres le comentaron que el bebé había pasado una mala noche y que pensaban que podría tratarse de cólicos. El último día antes de su muerte, Aránguiz reconoce que también notó la coloración amarillenta del recién nacido.

“Debido a las creencias tanto de ‘Loba’ como de ‘Auca’, nunca estuvo dentro de sus planes llevarlo a un médico tradicional. Sin embargo, sí se evaluó la opción de que lo viera un machi o un médico antroposófico, hechos que no fue posible concretar. No obstante, tanto los padres de Leufú como yo y mi pareja activamos nuestros canales de comunicación y consultamos a familiares y especialistas de la salud”, dice el testimonio.

La noche del 14 de abril de 2022, Aránguiz dijo que le comunicaron sobre el deceso de Leufú. “El día 15 de abril, los padres de Leufú tomaron la decisión, de acuerdo a sus creencias, de enterrarlo en la comunidad y sin dar cuenta a alguna autoridad, ya que ninguna organización estatal está dentro de sus creencias”, añadió Aránguiz.

El entierro fue una ceremonia cerrada en la que participó solo la familia cercana que formaba parte de la comunidad. De acuerdo a lo que aparece en el expediente, lo enterraron al atardecer en el huerto llamado “La ballena”, donde se pusieron hojas, flores y semillas antes de posicionarlo bajo tierra. En ese momento la familia Arcoíris llegó a un acuerdo: que lo que había pasado se convirtiera en un secreto y se resguardara al máximo posible la información.

A partir de ahí, la comunidad Arcoíris se quebró.

Carta a un padre

En el operativo del 6 de febrero, antes de iniciar las excavaciones en el invernadero donde estaba el cadáver, el equipo policial encontró unas cartas escritas a mano en una de las carpas del lugar. Esto decían: “Nicolás Valladares 16/05/1996. ¿Qué debo sanar de la pérdida de mi hijo? ¿Qué debo sanar con su madre? ¿Qué relación tengo con este lugar?”.

El manuscrito, dice el documento investigativo, revelaba el duelo por la pérdida de un ser querido, pudiendo apreciar, además, el nombre del posible autor del mismo. Las reflexiones del papel se mostraban aparentemente filosóficas, algunas frases sin sentido y otras que daban algunas luces de lo que podría haber ocurrido: “Trasciende tus miedos, tus culpas, pues no son reales”, es la frase con la que termina uno de los párrafos.

Ese día, los 10 funcionarios que llegaron a investigar al lugar recopilaron las declaraciones de varios testigos que, más adelante, contactaron nuevamente con el objetivo de intentar, de a poco, acercarse a los padres de Leufú. Hoy la investigación la tiene la Fiscalía Sur de la RM y está a cargo del fiscal Luis Pérez. Hasta ahora, 14 personas han prestado declaración, pero la causa aún se encuentra abierta, por lo que ni desde esta última institución ni desde la PDI quisieron participar de este reportaje.

Actualmente se investigan dos delitos: parricidio por omisión e inhumación ilegal. La causa es especialmente delicada, transmiten en privado desde las instituciones involucradas. Sobre todo, por lo complejo que es investigar con tan poca evidencia. El cuerpo del lactante, explican, llevaba tanto tiempo enterrado que solo quedaban restos óseos. Además, el niño nunca fue inscrito en el Registro Civil. Por todas las diligencias que faltan, como un examen de ADN para saber si Nicolás Valladares es el padre del lactante y definir la causa de muerte del menor, aún no se está en condiciones de formalizar a nadie.

Después del entierro, los testigos que dieron su declaración judicial aseguran que Loba y Auca bajaron del cerro y no volvieron más a la comunidad. El secreto se mantuvo hasta este verano, cuando Rodrigo Silva se dio cuenta de que el cuerpo de Leufú seguía ahí.

-Yo quería lo mejor para esta comunidad, le tengo mucho cariño, porque creo que, en principio, construimos algo bueno. Pero no estaba de acuerdo con meternos en problemas por gente nueva que llegó y cambió todas las reglas.

Por eso se puso en contacto con Yerko Moya (31), un miembro de otra comunidad cercana. Por miedo a represalias, quedaron en que él haría la denuncia. Lo que Silva supo después es que Moya recibió una golpiza por parte de miembros de Arcoíris por haber revelado el secreto.

El alcalde de San José de Maipo, Roberto Pérez (PR), cuenta que hace varios años que tenían conocimiento de la existencia de estas comunidades en el fundo El Toyo. Todos sabían que habitaban en los terrenos de Pedro Guillón, conocido en la zona, pero que nunca habían dado problemas. Más bien se caracterizaban por recibir a turistas, vender snacks para las expediciones y limpiar el estero El Sauce. Hoy día, dice Pérez, esa impresión ha cambiado.

-No he querido mandar a los funcionarios municipales porque es riesgoso. Nunca pensamos que esto podría pasar, pero puede que haya ido cambiando el estilo de la gente y lo que era una comunidad ecológica ahora se transformara en una secta. No se puede descartar nada.

De todos modos, quienes conocen la investigación aclaran que para llamar secta a un grupo de personas en general se deben cumplir dos requisitos: tener un líder espiritual que esté por sobre el resto del grupo y que existan situaciones abusivas de connotación sexual.

Rodrigo Silva tiene claras dos cosas. Una, que esta no era una secta. Y la otra, que después de la muerte de Leufú, la mayoría de los que vivían ahí bajaron. Hoy, dice Silva, no quedan más de cinco personas.

Eso, para Marta Guillón puede ser algo positivo:

-Nosotros ya estamos rendidos, pero quizás esto sirva para que no vuelvan más.

A Silva, en cambio, le preocupa otra cosa. Que después de la golpiza que sufrió Yerko Moya, ahora vengan por él. No es paranoia, repite mientras se toma un café: ya ha recibido amenazas.

-Hoy temo por mi vida y por las represalias que pueda recibir por defender a mi comunidad.

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