Tan sólo un año atrás, hablar del pueblo mapuche era consignar sus demandas inapelables y su presencia tutelar en la Convención. Hoy se habla de dirigentes derrotados con los votos de su propio pueblo, de sus reivindicaciones mal enfocadas y de una nueva Convención que no habrá de tropezar con la misma piedra. De tal impacto fue la caída, que discutir sus causas, recomponer el discurso, recuperar apoyos, evitar la fractura, parecen desafíos demasiado apremiantes para un movimiento político que apenas tendrá tiempo de levantarse, pues el proceso constituyente se reiniciará en breve. Y su temor primordial no carece de realismo: que esta vez decidan por ellos.

“La mayoría de las personas con quienes he conversado todavía están en el shock”, afirma Sergio Caniuqueo (46) desde Padre Las Casas, comuna donde reside. Egresado de la Universidad de La Frontera, en la que hoy cursa un doctorado, Caniuqueo es investigador adjunto del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), integrado por la PUC, la UDP y la Academia de Humanismo Cristiano. Pero nunca ha sido “académico de jornada completa”, según explica. “Tengo otra línea, hace ya 20 años, de trabajo en terreno con comunidades mapuche, como consultor en proyectos de desarrollo y culturales. Ahí es puro conocimiento práctico, no académico. Ahora tuve que suspenderlo porque el año pasado me enfermé grave de covid y la recuperación no es de un día para otro”.

Semanas antes del plebiscito, Caniuqueo presentó en el CEP –junto a Fernando Pairican y Emma de Ramón− el libro Para una historia futura. Censo de Archivos Mapuche (Ed. Saposcat), un formidable inventario de archivos históricos que catastró un equipo de investigadores bajo su dirección. Por esos días, el historiador mantenía la esperanza de que el Apruebo ganara “por una ventaja mínima”. Ahora retoma el análisis de la derrota:

“Buscar una racionalidad para explicar esto me parece erróneo. Porque en el fondo, lo que primó es el sentimiento de inseguridad, de que esto nos pudiera llevar a un risco. O sea, primó el sujeto conservador chileno, que hoy se siente amenazado porque hay una crisis económica y otras situaciones que producen temor. Eso te lleva a cerrarte, a protegerte en el corto plazo. Y una Constitución se diseña en perspectiva de futuro, pero no se supo explicar el texto en esa lógica. Mucha gente pensaba que aquí se definía todo altiro”.

La izquierda aportó lo suyo para instalar esa lectura.

Sí. Y ahí vemos que la izquierda no ha aprendido de sus derrotas: sigue pensando que todo tiene que ser refundacional. Lo refundacional asusta a las personas, porque las saca de lo que conocen. Otra cosa que golpeó mucho a la propuesta fue que se enunciaron conceptos sin definirlos con claridad, lo que impedía aclarar sus alcances operativos. A eso el Rechazo le sacó mucha punta. Si yo te digo “plurinacionalidad” y no lo defino, puede ser cualquier cosa. Pasó con varios conceptos del texto. Pero ojo: para el caso indígena, muchos de los elementos que se tomaron venían del Convenio 169, que ya está aprobado por Chile y tiene el rango de ley. Pero el Convenio es un marco general, son directrices. Entonces, lo interesante hubiera sido desarrollar y ajustar esos elementos para el caso chileno.

Vayamos al dato más duro: la paliza del Rechazo en las comunas con mayoría mapuche.

Bueno, aquí es donde muchos de los gurús de la política mapuche estaban perdidos. Y esto no lo digo ahora, lo vengo escribiendo hace tiempo: el movimiento mapuche, al igual que otros movimientos indígenas en Latinoamérica, ha generado una élite indígena. Y a veces es importante tener una vanguardia, pero hoy en día esa élite está enfrascada en su identidad y disociada de la realidad en la que vive el mapuche común y corriente.

¿Qué quieres decir con que está enfrascada en su identidad?

Mira, crecer con una identidad negada a ti te genera un impacto fuerte. Entonces, cuando te das cuenta y problematizas cuáles son tus derechos como indígena, te aferras a la identidad. Y construyes una visión de esa identidad que a lo mejor está en tu mente, pero que los demás no viven necesariamente de la misma manera. Y hoy tenemos una élite de investigadores y políticos que defiende mucho su identidad, pero se ha despreocupado de los intereses del resto. Estamos preocupados de la lengua, la historia, la cultura, etc. Y hemos generado un discurso político muy bien argumentado. Pero no nos preocupamos de conectar todo esto con las necesidades del mapuche común y corriente.

¿Cómo habría que hacer esa conexión?

Aquí hay un ejercicio que parece sencillo pero que cuesta hacer, a mí en terreno me cuesta mucho hacerlo: comunicar cómo los derechos –los del Convenio 169, por ejemplo− afectan en lo cotidiano. Pensemos que el Convenio 169 comenzó a socializarse entre las comunidades mapuche el año 88, antes incluso de ser aprobado por la OIT. Y desde entonces hasta hoy, ha habido una gran cantidad de capacitaciones del mundo mapuche sobre derechos indígenas. Pero muchos mapuche todavía no saben qué es el Convenio 169. Entonces, está bien que una élite pueda discutir con el Estado, en contextos académicos, etc. Pero si la señora mapuche que está vendiendo sopaipillas afuera de un metro no puede relacionar esos derechos con su vida cotidiana, es porque me he desconectado de ese sujeto. ¿Y por qué me desconecto? Porque la identidad es un imán tan fuerte, que finalmente se transforma en un polo que no te deja salir mucho de ahí. Te encapsula. Porque es un polo muy atractivo, además.

¿En qué sentido?

Porque tú como élite te puedes autorrepresentar, no necesitas del otro. ¿Te das cuenta? Es como que yo no necesito de esa señora que vende sopaipillas, porque puedo hacer alusión a la memoria de mi pueblo, a mi propio yo como víctima del Estado. En el fondo, estoy frente a la idea de un desagravio. Y como es un desagravio, el otro tiene que cumplir conmigo. En un aspecto ético, moral, eso funciona súper bien. Porque también tú, como sociedad civil no indígena, estás reconociendo que tu Estado me agravió. Y por tu sentimiento de culpa, vas a responder por ese agravio. Pero esto no le habla a la persona común y corriente. Y no porque esa persona ignore la historia, la sabe. Le fue transmitido oralmente que en un momento el Estado llegó y liquidó al mundo indígena; que su condición de migrante en Santiago no es porque quiso, sino porque el Estado nos dejó en una situación inviable. Pero cuando yo estoy en terreno conversando con un dirigente de comunidad, él dice: “Sí, pero eso de los derechos es para los que más saben”. Sienten que no está al alcance de ellos. Y creo que la élite no logra ver este fenómeno. No logra ver al “tercer estado”, en lenguaje de Revolución francesa.

¿Y eso se notó en la Convención?

Se notó desde antes, porque los constituyentes indígenas sumaron 260 mil votos y el padrón tenía un millón 200. Esto significaba que era esencial conectar con esa mayoría que prefirió votar por un constituyente no mapuche, para que al final del proceso votáramos como pueblo. Toda esa energía que se gastó en contestarle al convencional de derecha que dijo tal cosa, o en desmentir todos los días las fake news del Rechazo, se pudo gastar en trabajar con comunidades, en explicar los derechos. O en conversar sobre el racismo, pero no de tal persona de derecha, sino llevando la conversación a la convivencia cotidiana, para dotarla de un contenido que le hiciera sentido al sujeto corriente.

O sea, te pareció un error de los convencionales enfrascarse en peleas con sus pares de derecha.

Creo que ese fue el peor error. Y que en eso la derecha fue muy inteligente. En el fondo, te llevó a su cancha y te mantuvo ahí.

Tampoco era fácil salir a recorrer las comunidades desde la Convención.

No, pero faltó interés en recoger sus intereses. Y aquí hay una cuestión que se ignora mucho, también desde el Estado: hoy ya no se parte de cero. Hay un montón de insumos para generar políticas indígenas desde lo que opinan los dirigentes de base, y sé que son buenos porque he participado en esos procesos de consulta. O sea, hoy un constituyente no puede decir “no, es que no nos dan los tiempos para consultar”. Hay insumos metodológicos y de contenidos. Tampoco el gobierno de Boric puede decir que no ha fijado una política indígena porque había que partir de cero.

Pero cada nuevo gobierno parece asumirlo de esa manera.

Yo creo que ahí hay una cuestión muy interesante de los latinoamericanos: por más que se critica lo refundacional como idea, cada gobierno se plantea en una lógica refundacional. Por ejemplo, tú ves que en Chile hay un anhelo de llegar al Primer Mundo, pero no una visión de cómo piensa el Primer Mundo. Cuando Alemania se pone metas para el 2035, para el alemán ese pensamiento de futuro es súper concreto, no es tan difícil entender que eso es necesario. En ese sentido, el chileno es menos progresista, más reactivo. Por eso nunca hemos tenido una política indígena de largo plazo. Noruega, país monárquico, la tiene. Los sami tienen su parlamento y su autonomía territorial, porque los noruegos dijeron: a ver, para convivir con los sami necesitamos que ellos también se organicen como sociedad, para negociar con ellos. Pero no están pensando cómo convivir con ellos durante el gobierno que viene, sino por décadas, siglos. En Latinoamérica cada gobierno se relaciona como quiere, amor libre.

¿Esperaban que este gobierno llegara con un plan más delineado, por su afinidad con la causa?

Es que en el tema indígena, como en varios otros, el gobierno apostó a armar su agenda a partir del triunfo del Apruebo. Por eso hoy no tenemos agenda. Y se equivocaron mucho al pensar que las comunidades en conflicto iban a correr a conversar con ellos por ser un gobierno progresista. Además, si tú haces política para el mundo indígena a partir de las comunidades en conflicto, ese es el primer indicador de que no tienes una agenda indígena. Son un grupo muy pequeño.

Pero la prioridad de un gobierno es siempre apagar los incendios.

Pero si tú hablas de “pueblo mapuche”, significa que vas a relacionarte con ese pueblo. Por supuesto que hay situaciones críticas que deben tener su agenda, pero son agendas separadas.

A los propios voceros del mundo mapuche, desde dirigentes a intelectuales, les ha costado harto separar aguas con esos grupos.

Bueno, eso también tiene que ver un poco con la identidad.

¿Cómo así?

Si tú te fijas, la mayoría de los militantes mapuche han sido militantes de izquierda. Por lo tanto, asumen una identidad desde la resistencia. Y quién más resistente que las comunidades en conflicto. Entonces se generan ciertos lazos. Y esa identidad es sumamente seductora, porque en el fondo te da una ventaja moral, del sujeto que resiste, que ha sido victimizado pero se vuelve a parar. Hay una situación muy de conveniencia y creo que en muchos casos ni siquiera se dan cuenta, porque no se han cuestionado cómo sustentan su identidad. Pero esa identidad hoy día yo la tengo que cuestionar, porque encuentro que no es sana.

¿Por qué?

Porque termina siendo una identidad por oposición, donde yo soy el sujeto bueno y por lo tanto no me obligo a ninguna autocrítica. Y si el otro me quiere hacer críticas, yo digo “no, pero es que nosotros hemos sido un pueblo diezmado”. Me voy a la víctima y me acorazo ahí. Otro tipo de identidad no te permite tanto hacer eso, te tienes que sustentar desde otra cosa. Y yo veo que en esta élite mapuche todos se refugian en esa identidad por oposición, pero no así el mapuche común y corriente, ese que sabe que es mapuche porque porta un apellido, o porque creció en una comunidad, o porque tuvo una abuela mapuche y eso siempre se valoró en su casa. Hay una diversidad de identidades mapuche, un universo al cual yo me tengo que dirigir. Pero claro, eso me obliga a trabajar más. Tengo que pensar, por ejemplo, cómo puedo trabajar con organizaciones donde hay mapuche de derecha. Decirles “mire, ¿sabe qué?, esto de los derechos no es una cosa de la izquierda, es transversal”. Por eso te decía que los noruegos piensan a muchos años: puede haber samis de derecha y de izquierda, pero están obligados a llegar a acuerdos en su parlamento para relacionarse con un otro.

El voto mapuche por la derecha siempre ha sido un asunto incómodo porque se remonta en buena parte a la dictadura, tema que has investigado.

Sí, porque estos procesos hay que verlos. Cuando Pinochet va terminando la fase dura de la represión, el año 76-77, dice “bueno, ahora tenemos que relacionarnos de nuevo con los civiles”. Y en el caso de la Novena Región, se crearon consejos mapuche que asesoraban al Estado a nivel regional, luego provincial y finalmente comunal. ¿Por qué? Porque los militares entendieron que estos dirigentes locales les podían generar una buena relación con el mundo indígena. Y aquí viene lo interesante: estos consejos generaron una modernización de la Araucanía. Esto significó desarrollo de infraestructura vial, luz eléctrica, vivienda rural. O sea, estos sujetos mapuche, al estar en instancias de poder, pudieron resolver aspiraciones de su gente. También resolvieron conflictos al interior de comunidades, con la subdivisión de las tierras. Entonces uno dice “chuta, con razón los mapuche comenzaron a confiar en la dictadura”. Vieron preocupación por ellos después de mucho tiempo de marginación. Yo mismo, cuando niño, si iba a las comunidades tenía que bajarme donde vivía un parcelero chileno, porque hasta ahí nomás había camino. Entonces, cuando alguien me dice “oye, los escaños reservados son un privilegio”, yo respondo que Pinochet usó instrumentos muy parecidos para resolver problemas políticos y de desarrollo regional. Y esa relación que generó Pinochet con el mundo mapuche fue muy fuerte.

Después de una represión inicial durísima.

Exacto. O sea, la dictadura no quiso a los mapuche porque los veía como buenos salvajes, al contrario: los veía como un potencial enemigo interno. Y uno peligroso, porque tenemos mapuche a ambos lados de la cordillera, había geopolítica de por medio. Entonces, ojo con el pehuenche: coloquemos posta, escuela, retén, para que se sientan chilenos. Pero antes de eso exterminaron a muchos mapuche, con o sin militancia política, simplemente por ser líderes de sus comunidades. O sea, no pensemos que el tatita Pinochet fue el buena onda, esto fue una política estratégica: exterminio de los disidentes, para después relacionarse con los sobrevivientes. Entonces, este encapsulamiento del movimiento indígena también es entendible, porque la élite que hoy tenemos viene de la resistencia a ese proceso.

En su balance del plebiscito, Fernando Pairican hizo notar que “un sector del movimiento mapuche, luego del año 2012, ha puesto dentro de sus objetivos la quema de iglesias”. ¿Crees que el factor religioso también pesó en la votación?

La quema de iglesias no tanto, porque fue algo muy circunscrito a Padre Las Casas y un par de casos aislados en Ercilla. Lo difícil era que el mapuche evangélico se viera representado por nuestra dirigencia. Y a mí me toca visitar comunidades donde hoy tenemos un 80% de mapuche evangélicos.

¿Y por qué el mundo evangélico enganchó tan bien con el mapuche?

Bueno, este proceso también se remonta a la dictadura. Como mejoró la conectividad de las comunidades, comenzó a llegar el mundo evangélico y sobre todo los pentecostales, que son sumamente conservadores. Y yo te hablé del conservadurismo chileno, pero la sociedad mapuche también es conservadora. De hecho, tiene una estructura patriarcal. A muchos les molesta que yo diga eso, pero es así. El propio mapuche kimün, la sabiduría mapuche, tiene elementos que se transmiten bajo la línea paterna. Y esta estructura conservadora convergió, primero, con los militares, que son otro mundo conservador. Estamos hablando del mundo de los señores.

¿Cómo?

Ahí se volvió a recrear ese mundo señorial que uno ve en las crónicas, con esos loncos poderosos, pero ahora a escala más pequeña. Y a este conservadurismo potenciado se sumó el de la iglesia pentecostal. O sea, acá tenemos varios conservadurismos que se fueron entroncando. Y este proceso ocurre cuando en la sociedad mapuche hay muchos sentimientos de desarticulación, ya sea por la migración o porque ciertos elementos de la cultura han dejado de convocar. Por ejemplo, en muchos nguillatún hay ingesta alcohólica, terminan en pelea y eso a mucha gente ya no le agrada. Entonces llegan los pentecostales que tienen un sentido de comunidad muy fuerte. Se tratan de hermanos, para empezar. Y en muchas comunidades, a diferencia del mundo urbano, si se convierte el jefe de familia todos pasan a ser creyentes y toda la familia va a la iglesia. Entonces, lo que permite la iglesia evangélica es una rearticulación de la comunidad. Pero también la reformula. El mundo evangélico es encapsulador también, genera un nosotros y un otro.

Así como lo describes, era difícil disputarle esos votos al Rechazo.

Son comunidades que ya estaban un poco parapetadas desde el 18 de octubre, primero por la convulsión social y luego por la pandemia. Y ahora vieron que llegaba una Convención a decirles “oye, vamos a transformar el país”, con mucho tema progresista. Las radios evangélicas estaban todo el rato haciendo publicidad contra el Apruebo, porque sentían que su forma de vida estaba en riesgo. El problema es que la élite mapuche no considera esta diversidad. Los mapuche de derecha y los evangélicos debieron ser convocados, para aclarar sus dudas y recoger también sus intereses, para que esta fuera una discusión de pueblo. El mundo de la ciudad también es muy diverso. Alguien me decía “pero oye, cómo puede haber vínculos con el narcotráfico”. A ver, ¿dónde está viviendo la mayoría de los mapuche? En Cerro Navia, en Pudahuel, comunas donde el narco está fuerte. Tarde o temprano algún chico iba a ver la posibilidad de hacer su negocio en el sur. Lo que tenemos que discutir es la situación estructural que lleva a eso, porque no es simplemente delincuencia.

El riesgo ahí, desde la posición del dirigente, es igualar las necesidades del mapuche con las de su vecino, y por lo tanto no poder justificar que uno reciba más ayuda que el otro.

Es que ahí uno tiene que hacer la diferencia: ambos tienen derecho a que el Estado vele por su calidad de vida, pero las soluciones son distintas porque mi vecino no está resolviendo un problema de identidad. Y las fake news aquí hicieron mucho daño, porque el texto sí establecía el principio de equidad. No es que un chileno iba a recibir menos por ser chileno, ambos podían recibir lo mismo. Pero la orientación es distinta por el derecho del mapuche a mantener su identidad en virtud una deuda histórica: nosotros fuimos incorporados a la fuerza y empobrecidos como pueblo. A mí me pareció complejo que el texto no estableciera que los pueblos originarios no decidimos pertenecer a Chile, nos obligaron.

¿Tú te sientes mapuche y chileno, o sólo mapuche?

Me siento sólo mapuche. Pero no tendría problema, por ejemplo, en que mi pasaporte dijera “nacionalidad chilena” y “etnia mapuche”, o “pueblo mapuche”. Y además de la deuda histórica, yo habría incluido en el texto constitucional la noción de diáspora, para que la gente que vive en Santiago y otras ciudades también tenga derecho a desarrollar su identidad. En muchos casos, por ejemplo, a los mapuche de la tercera edad les gustaría volver a su comunidad de origen. Y quizás a los más jóvenes les va a convenir quedarse en Santiago, pero también les interesa desarrollar su mapuchicidad ahí. Tenemos que pensar que la identidad no es algo sólo privado, también se refuerza en el ámbito público.

¿De qué maneras, por ejemplo?

La legitimidad pública, por ejemplo, es lo que hoy permite a muchos indígenas sentirse seguros para recuperar sus lenguas, que habían sido despreciadas y en varios casos prohibidas. O sea, el sujeto no recupera sólo su cultura, sino también su autoestima. Esto tiene un peso muy fuerte en el largo plazo, porque a partir de eso podemos ir erradicando el racismo, o las prácticas clasistas con la morenidad, que se ven tanto en Santiago. Entonces, cuando hablamos de plurinacionalidad, también estamos hablando de esa persona que va a saber que su hijo va a crecer con una mejor autoestima que él, que va a poder proponerse cosas y tener confianza para desarrollarlas. Si hubiéramos colocado estos marcos, la plurinacionalidad nos podría haber llevado a discusiones maravillosas como esa, y sacarnos de esta cosa tan minúscula del privilegio.

A Mapuche woman votes at a polling station during a referendum on a new Chilean constitution, in Temuco, Chile, September 4, 2022. REUTERS/Juan Gonzalez

Es improbable que el próximo órgano constituyente se arriesgue a considerar la plurinacionalidad. ¿Ustedes tendrán que resignar esa bandera y priorizar otros avances?

Yo, por lo menos, no me voy a resignar. Sigo creyendo que lo plurinacional es un gran instrumento si planteamos bien la pregunta: cómo queremos convivir y cómo le damos un marco a eso para que funcione. La plurinacionalidad es eso: una estructura de convivencia, de instancias de diálogo, que se va desgranando desde lo macro a lo micro. Te permite, por ejemplo, pensar en un futuro parlamento mapuche para dialogar con el Estado y construir acuerdos a largo plazo. O para focalizar mejor la inversión estatal, al nivel regional. O afrontar problemas mucho más concretos a nivel comunal. No es un enunciado antojadizo que quiere emular a Ecuador o Bolivia, es una necesidad para llegar a algo. El para es lo importante, pero en términos ontológicos, porque el país necesita plantearse cuál es el ser ideal que nos gustaría ser. O sea, yo lo veo como un elemento necesario para el proceso de crecimiento y de madurez que enfrenta Chile, no sólo para los pueblos indígenas.

Se está instalando la idea de una nueva Convención con escaños reservados, pero esta vez proporcionales a la votación del padrón indígena.

Pucha, serían muchos menos… Pero si gana esa propuesta, uno tampoco se puede poner los moños, como dicen los mexicanos. Porque si votó por ti la quinta parte del padrón, y si en las comunas de mayor población mapuche ganó el Rechazo, hoy no tenemos espaldas políticas como para exigir mucho. Perder representación te pasa la cuenta, es así. Y los movimientos sociales tienen que asumir la misma lección que nosotros. Si queremos ampliar nuestra base de apoyo, hay que aprender a dialogar con sujetos conservadores.

El resquemor es que “dialogar con ellos” signifique aceptar que ellos pongan los límites.

No lo veo así. Para mí, significa saber llevarlos a la pregunta de si quieren seguir siendo conservadores en estas condiciones o quieren algo distinto para ellos y sus hijos. Pero que el sujeto vea que en esta transformación él no se diluye. Los sujetos no quieren diluirse, pero sí pueden pensar en avanzar a cierto punto. En vez de burlarse de las personas que votan Rechazo y después quieren educación y salud gratis, tenemos que comprender bajo qué condiciones quieren eso. Y ahí empezar a construir los consensos. Lo que pasa es que, en el fondo, tenemos un progresismo muy falso.

¿Por qué falso?

Porque el progresista discursea que es tolerante, que es comprensivo, pero yo me he fijado que eso no es tal. Incluso veo un conservadurismo que nada le puede envidiar a la derecha. Hay que reivindicar que el progresismo no es un actitud discursiva, se construye a partir de acciones concretas. Y esas acciones se dan en la coexistencia. Si no hay coexistencia, yo termino mirando al otro como algo de lo cual no soy parte, que no me debe acompañar en el proceso. Entonces el mapuche de derecha, o el evangélico, para el progresista es como un no mapuche. Y fue ahí donde la derecha pegó más fuerte. Se agarró de este progresismo que tiene una identidad por oposición para decir “no, queremos la casa de todos”. Y al sujeto conservador eso le hizo sentido, porque en su imaginario “la casa de todos” significa la casa de mi familia, donde nos tratamos de llevar bien. Entonces, a mí no me sirve que me digan “oye, yo estuve en Temucuicui, yo estuve en Ercilla”, no. Lo que me mueve como mapuche a escribir, a investigar, a trabajar con las comunidades, es pensar cómo construimos un nuevo tipo de convivencia. Por lo tanto, ¿cómo estamos viendo al otro? Esa es una primera cuestión que el progresismo se tiene que preguntar. ¿Cómo nuestra representación del otro está jugando en nuestros discursos?

Dado lo que ganaban los pueblos indígenas con la Constitución rechazada, ¿sienten que la oportunidad perdida es irrecuperable?

No lo veo en términos tan dicotómicos, como que se pierde todo. Pero vamos a tener que entrar a tallar fino y la dirigencia tiene que cambiar la estrategia. De hecho, hay que levantar una nueva dirigencia que pueda apelar a una noción más diversa de pueblo. Y desde ahí ponernos a pensar cómo avanzar en los intereses de todos. ¿Cuáles son los derechos urgentes a salvaguardar? ¿Cuáles son los elementos que más nos hacen converger como pueblo, que nos permitan instalar un piso mínimo? Y al mismo tiempo, plantear que se quiere una nueva relación con el chileno, que no es nuestro sujeto antagónico, sino nuestro sujeto de convivencia cotidiana. Pero esto tiene que comenzar ya, para volver a pararnos luego. O sea, el peor escenario es que los constituyentes y los intelectuales mapuche se queden callados, porque sin esta discusión no vamos a llegar preparados al proceso constituyente que viene. Esto de que la derecha se lleve toda la discusión al Congreso me parece peligroso. No olvidemos que los partidos se escondieron durante el proceso. ¿Y ahora aparecen como los victoriosos y se llevan la pelota para la casa? Creo que eso no hay que dejarlo pasar.

¿Qué les dirías a las personas de derecha que van a simpatizar con varias de las críticas que has hecho acá?

Que mis críticas tienen sustento si es que estamos hablando de un pueblo al que debemos reconocer en términos políticos. Y hasta ahora, la única derecha que se ha abierto a esta idea es la liberal, que es bien chica. La conservadora, simplemente se cierra.