Columna de Carlos Altamirano C.: La manía chilena de ser conejillos de indias


Por Carlos Altamirano Celis, consultor y gestor cultural.

Es lamentable reconocer (voté a favor en el plebiscito de entrada) que la creación de la Convención Constitucional fue un experimento fallido. Por definición, el objetivo de una constitución democrática representativa es unificar la nación bajo un estado de derecho que represente al conjunto del país. Sin embargo, el resultado de nuestro experimento está a la vista: el país se encuentra polarizado. Es una de las razones del por qué una alternativa como esta no ha sido practicada por las democracias occidentales desde la revolución francesa. Lo concreto, es que estamos a punto de iniciar un experimento, el cual intenta refundar nuestro país.

En el pasado, experimentamos con la llamada “Vía chilena al socialismo”, proceso que lamentablemente terminó en tragedia (lo viví personalmente) Posteriormente, el país fue transformado en conejillo de indias ensayando con el modelo neoliberal. El resultado de imponer este modelo autoritariamente -en su forma más extrema y dogmática- nos tiene donde estamos. Pues bien, ahora tenemos la propuesta de una nueva Constitución, la cual nos propone embarcarnos en un experimento político e institucional sin precedente histórico. Es un texto conformado por una amalgama de diferentes modelos constitucionales y formas de organización del Estado. Contiene artículos, normas y derechos que, o bien se contradicen, o se superponen entre sí. La regionalización, más que una descentralización, refleja el intento de crear una república cuasifederal o de regionalismos autonómicos. La propuesta del Congreso unicameral -que existe en otros países, pero con historias políticas distintas de la nuestra- también representa un peligro. Me pregunto, ¿qué ocurrirá en el futuro, cuando la centro-derecha tenga mayoría parlamentaria, y quieran pasar una aplanadora, sin un Senado para contrapesar ese poder? No es casualidad, entonces, que el propio conglomerado político por el Apruebo ahora prometa hacer cambios al texto.

La alternativa de votar Apruebo, para luego “cambiar” la Constitución, es dar un salto al vacío. No cabe duda, revisando nuestra historia, que viviremos un escenario caótico intentando corregir la Constitución, o bien tratando de implementarla. Habrá disputas de poder entre las diferentes instituciones del estado, cada una de ellas defendiendo facultades que se contraponen. En esta suerte de vacío de poder, la polarización política y social afectará inevitablemente el crecimiento económico. Entonces, me pregunto: ¿cómo el Estado podrá financiar los derechos sociales comprometidos con una economía con crecimiento nulo? Aún más, estamos viviendo una de las peores crisis mundiales. ¿Es el momento para embarcarse en aventuras con un futuro incierto?

Por cierto, si gana el Rechazo, debe ser respetada la decisión mayoritaria que tomó el país de tener una nueva Constitución. Aún más, deben estar incorporados una parte importante de los derechos sociales que contiene el texto actual. Lo sensato es rechazar e iniciar un nuevo proceso, con reglas simples y plazos acotados (6 meses). Se trata de generar un texto con sentido común, consensuado, realista, que sea ampliamente representativo, con un estado social y democrático que garantice un desarrollo sustentable, donde los escaños parlamentarios se ganen electoralmente como en toda democracia verdadera, y seamos todos iguales frente a la ley. De aprobarse la propuesta en un nuevo plebiscito, nuestro país estará en condiciones de implementar la Nueva Constitución, sin enfrentar polarizaciones que ponen en peligro la convivencia y la paz social.

No es necesario inventar la rueda para dar con un texto como ese. Basta con seguir alguno de los mecanismos ocupados por las democracias occidentales cuando han tenido que modificar sus constituciones. Por ejemplo, crear una Convención Constituyente que represente la diversidad del país. Este organismo debiera incluir especialistas, personas idóneas, rigurosamente escogidos, las cuales son propuestas al Congreso Nacional por las diferentes organizaciones de la sociedad civil. Por cierto, la selección de los constituyentes que conformarían la agrupación dedicada a redactar el nuevo texto debiera ser discutida y consensuada en el Parlamento. En eso consiste la democracia representativa, con sus vicios y debilidades. Finalmente, la legitimidad de una Constitución democrática se funda en la aprobación final que le otorga el pronunciamiento del pueblo en un plebiscito nacional.

Muchos amigos por el Apruebo, dirán que estoy siendo tremendista, y defendiendo los intereses de la derecha. Simplemente estoy siendo realista y pragmático. Votar Apruebo, por el simple hecho de oponerse a la derecha, sabiendo que el texto constitucional tiene problemas de fondo y forma, es lo que llamaríamos un infantilismo de izquierda. Aquí está en juego los intereses del país en su conjunto. Dejar interpelarnos por el voluntarismo idealista es una irresponsabilidad, pues en última instancia, en estos experimentos refundacionales, es el pueblo el que siempre termina pagando los platos rotos. Más vale dar un paso adelante con sentido común, que dar dos pasos atrás dejándose arrastrar por viejas utopías, y por el resentimiento contra la derecha.

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