La noche del 13 de octubre de 2015 no representa una fecha cualquiera para la Selección. Aquella noche en Lima, Jorge Sampaoli celebraría su última victoria con la Roja, en el recordado 3-4 ante Perú, en su fallido camino a Rusia 2018. Dos meses después, el casildense se despediría del combinado chileno de la peor manera, acusando a la Federación, ya sin Sergio Jadue a la cabeza, de mantenerlo como rehén en Chile y en medio de variadas críticas públicas por su comportamiento fuera de la cancha. Pero lo ocurrido dentro de la cancha resultaría anecdótico viendo lo que minutos más tarde ocurrió en el remozado Estadio Nacional. Lo que muchos calificaron como el rayado de la discordia, que a las puertas de un nuevo enfrentamiento entre ambas escuadras, este miércoles por las semifinales de la Copa América, cobra más vigencia que nunca.

En aquella jornada, la alegría lógica por el triunfo ante la escuadra dirigida por Ricardo Gareca se entremezcló con una sed de revancha que hasta ese momento había sido muy bien disimulada por los jugadores y algunos funcionarios de la Federación presentes en el lugar. La actuación del equipo había sido tan convincente, que muchos de los presentes en el recinto presumieron que esa había sido la mejor respuesta a todo lo que les había tocado vivir en su corta estadía en Lima. Sin embargo, estaban equivocados. Las bombas de estruendo que se escucharon en las afueras del hotel durante la madrugada, el hostigamiento al bus en su trayecto al estadio, pero principalmente la sonora pifiadera al himno desde la primera hasta la última estrofa, fueron situaciones que no pasaron desapercibidas para el plantel, que con la victoria en el bolsillo planificó la venganza.

Como solía ocurrir por aquel entonces, la voz de mando y la decisión corrió por cuenta de la hoy fenecida Banda Pitillo, que integraban Claudio Bravo, Gonzalo Jara, Jean Beausejour, Arturo Vidal, Gary Medel y Jorge Valdivia. A ellos, se les unió el gerente de selecciones, Felipe Correa. Luego de deliberar por algunos minutos la situación, se estableció que lo mejor era dejar un mensaje en el camarín. Varios se acordaron de lo que había sucedido en 2008, con la visita de Brasil a Santiago por las Eliminatorias a Sudáfrica, cuando los jugadores del Scratch escribieron en la pizarra tras vencer 0-3 a la Roja: "Hay que respetar a la mejor selección del mundo" y pegaron al lado una portada de un diario que se burlaba de Ronaldinho y Robinho.

Como no había pizarra en el camarín del estadio limeño, los azulejos fueron el lugar escogido por los futbolistas para dejar su particular recado. Felipe Correa, hoy director de Cruzados, le acercó el plumón rojo a Claudio Bravo, quien antes de abandonar el lugar dejó el escrito que provocaría tanto resquemor en Perú y que despertó un generalizado sentimiento de odio hacia la selección chilena en el resto de Sudamérica: "Respeto!!! Por aquí pasó el campeón de América!!!"

A partir de ahí, nada sería lo mismo para la Roja cada vez que jugó en el extranjero. Montevideo, Asunción, Buenos Aires, Quito, La Paz, entre otras ciudades, le enrostraron su soberbia cada vez que pudieron. Lo sucedido en Paraguay dos meses después de ganar la Copa Centenario fue quizás la mayor prueba de ellos. Con Vidal gritando a los cuatro vientos que aterrizaba el bicampeón del continente, la selección guaraní se aprovechaba de la siesta que suele regalar el éxito para clavarle a la selección chilena dos estocadas antes de los diez minutos.

De la rabia al perdón

Conocido el accionar de los jugadores chilenos en el estadio limeño, las reacciones no se dejaron esperar. La Federación peruana le envió un documento a la Conmebol donde se describió todo lo sucedido dentro y fuera de la cancha. El gerente de la Selección de Perú, Antonio García Pye mostró públicamente su molestia frente a la dedicatoria dejada por la Roja: "Exigen educación de modo maleducado. Como institución, se portaron mal", aseveró el directivo.

En el camarín chileno, en cambio, durante mucho tiempo se guardó silencio con lo ocurrido. Fue una especie de pacto que se selló entre cuatro paredes, viendo todo el revuelo que generó. Porque a diferencia de lo sucedido con Brasil años atrás, muchos le atribuyeron una alta cuota de soberbia al camarín de la Roja por su reacción. Incluso, muchos aseguraron que dicho accionar tenía que ver con la poca costumbre a estar en la cúspide.

Uno de los primeros apuntados como el responsable del escrito fue Jorge Valdivia. De acuerdo a un análisis hecho por el grafólogo Juan José Reveco, la letra que se exhibió en el camarín limeño correspondía a la misma que utilizaba el volante en sus autógrafos. La respuesta del Mago no se dejó esperar: "Está bien perdido el señor que descubrió o dedujo de la escritura que fui yo".

Dos años después del hecho, Arturo Vidal mostraría su arrepentimiento. "No se debió hacer eso. Son momentos que uno vive en el instante y no piensa. Cuando uno se pone a pensar es claramente un error. Pero ya está en el pasado, la selección peruana creció mucho con eso, tomaron rabia y fueron al Mundial. ¿Quién fue el autor? No fui yo, pero tampoco diría quién fue. Fuimos los 23 jugadores que estuvimos ahí", aseguró el volante de Barcelona en octubre pasado, en la previa al amistoso con Perú en Estados Unidos. Johnny Herrera siguió la misma línea: "A alguien se le ocurrió dejar esa estupidez en el camarín".

A casi cuatro años del episodio, Chile y Perú se vuelven a ver las caras. Esta vez en terreno neutral y por el paso a la final de la Copa América. La Roja, ahora en su carácter de bicampeón continental, asume un perfil más bajo que en años recientes. La lección de Lima parece estar aprendida. La soberbia terminó dejándolos fuera del Mundial de Rusia. Nunca es tarde para volver a las raíces del éxito, justo cuando Chile parece estar recuperando otra vez la admiración de la región más que su desprecio.