Cada cual tendrá su historia, pero es seguro que llegaría a una conclusión similar: el olor, efímero, imposible de registrar, difícil de conservar, evoca recuerdos con fuerza y gatilla emociones. Hace muchos años, entrevistando a un comediante que sufrió la muerte de su hijo recién nacido, me quedé con su historia: decía que no podía pasar por el pasillo de las cremas infantiles en el supermercado. El olor a aceite emulsionado, talco, pañales, lo destrozaba. Recordé eso cuando el periodista argentino Federico Kukso presentó “Odorama: Historia cultural del olor”, en 2019. En una época donde contamos cada vez con mejor tecnología para la creación y recreación de imágenes, en un mundo donde todo parece dominado por la visión, perdemos de vista -ahí está, otra vez- la importancia del olor. ¿Podemos realmente conocer algo sin conocer su olor?

“Cada uno tiene una biografía aromática propia”, comenta Kukso, conectado desde Buenos Aires. “Si hay 8 mil millones de personas en el planeta, hay 8 mil millones de biografías o recuerdos olfativos distintos ante los mismos estímulos”, agrega. “Mi padre es otorrino -laringólogo, mi mamá es obstetra y mi acercamiento a la literatura era esa biblioteca familiar; y en vez de orientarme a los úteros, o a los libros de úteros de mi madre, que es obstetra, me orienté más a las narices. Pero es algo que quedó ahí en mi inconsciente y yo como periodista siempre en cada artículo, cada vez que iba a un lugar, concebía al olor como un protagonista, como un personaje más, porque para mí ese es el enfoque que le quise dar al libro”.

Hablamos de olor, o de aroma, o hedor, o tufo, o fragancia. Cómo lo llamemos depende de cómo lo valoramos, apunta Kukso, quien en su libro presenta una exhaustiva investigación de cómo han olido las cosas desde el mismísimo Big Bang. Kukso llegará a Chile para presentarse en el Festival de Ciencia Puerto de Ideas Antofagasta 2024, que tendrá lugar del 18 al 21 de abril. Ahí expondrá sobre su fascinante investigación sobre la historia del olor (y el olor de la historia), pero también participará de una conversación con el geólogo chileno Manuel Suárez en torno a otro de los temas que ha investigado en profundidad: los dinosaurios que habitaron este rincón del planeta. Y que, por cierto, también desfilan con sus olores por “Odorama”.

Después de la publicación de “Odorama” sucedió algo que a todo el planeta hizo tomar conciencia sobre la importancia del olfato: el Covid19. En el libro habla de ese 5% de la población mundial que sufre de anosmia (incapacidad de oler), pero al menos temporalmente millones de personas más tuvieron esa experiencia…

Hay un antes y un después del estudio del olor con respecto a la pandemia de Covid. Antes de marzo de 2020, el olfato era considerado un sentido huérfano, un sentido olvidado, un sentido hasta científicamente olvidado. Incluso, por ejemplo, si yo le preguntaba a alguien, si alguien te dijese, bueno, si tuvieses que perder un sentido, ¿cuál eliges? Y la mayoría decía el olfato, que me importa, ¿no? Pero hasta que llegó la pandemia y muchas personas empezaron a vivenciar lo que es vivir sin olor, que no es solamente no oler, porque el gusto es 80 % olfato. No solo eso, hay muchos estudios hechos con personas anósmicas que tienen muchos problemas de autoestima porque no saben si en una cita huelen bien o mal, tienen problemas de seguridad en su casa, imagínate si hay fuego o la llave del gas está abierta, tiene muchos problemas también de dieta porque la gente que tiene problemas con el olfato tiene que comer más picante y comidas más calóricas. Pero a mí lo que me fascina del olfato en especial es el puente que nos ayuda a establecer con nuestros seres queridos. O sea, todos los que vivimos el confinamiento vivimos también una época de nostalgia olfativa, de olvidarnos de los olores de nuestros amigos, de las comidas, de los abrazos o de viajar, porque uno viaja también con la nariz. Y es un tema interesante porque el olor es un sentido de la presencia. Ahora estamos hablando por pantallas mediados por una cordillera de por medio y sería muy distinto si estuviéramos tomando un café. Con el libro también quise recuperar la importancia del cuerpo. Vivimos en una época donde hay una dictadura del ojo. ¿Cuál fue el gran discurso de internet? Que podemos viajar por el mundo con un click, lo cual es buenísimo, es verdad. Pero también es cierto que cuando una persona se encuentra cara a cara con otra o cuando transita el mundo, lo hace a través de sus sentidos. Entonces, el libro también es una reflexión en esta época de internet y de dominio visual. Es por esa dimensión invisible. Por eso me parece que a mí me gusta también pensar el olor como una especie de fantasma, que no ves, pero está.

Hoy además vivimos en la promesa-amenaza, de la inteligencia artificial y el metaverso. Pero si la experiencia no incorpora esta dimensión, el olor, es imposible que en muchos planos reemplace lo humano, ¿no?

Sí, fijate que históricamente el olfato fue y sigue siendo uno de las grandes límites de la tecnología. Lo puedes ver desde los 50 con los experimentos del cine olfativo. Hay experimentos con realidad virtual con cartuchos de olor, o también hay experimentos de teléfonos móviles y celulares que uno manda mensajes con olor. Pero sí, tienes razón. Es una dimensión a la que no prestamos mucha atención, pero constituye nuestra realidad. Si yo salgo a la calle y pregunto qué es un olor, mucha gente no sabe que en verdad son miles de miles de moléculas que como si fuesen un cardumen de repente nos envuelve y entra a nuestras narices y ahí dispara estímulos a nuestro cerebro. Pero cuando uno huele el olor a pan, o a chocolate, a café… es como una entidad que nos invade, que entra en tu cuerpo.

En su libro cita a un historiador de las sensibilidades, un tipo de la NASA que tiene que oler cada cosa que va a ir al espacio, una especialista en evolución olfativa, una artista olfativa, en fin, una selección de personas que parecen estar en constante rebelión contra esta naturaleza aparentemente inasible del olor.

Sí, de hecho mi libro es parte de una reacción, creo que lo veo como un movimiento, quizás desarticulado, pero es una reacción a este dominio de lo visual, en el sentido de que muchos tenemos esta preocupación por el olor. El olor de nuestra vida, el olor en la cultura, ¿por qué? Esto es lo que yo siempre pienso, si un antropólogo del siglo XXV tuviese que describir la sociedad argentina y no incluyera el olor a mate y el olor a asado, sería una descripción muy corta de la realidad. Por eso el concepto de los olores como parte del patrimonio intangible de una cultura es muy interesante porque, así como concebimos el patrimonio arquitectónico, o el patrimonio paleontológico, o el patrimonio artístico de una cultura, también están los olores. Los olores de Santiago de Chile en el siglo XVII, son distintos a Santiago de Chile en el siglo XXI, porque quizá cambió la flora, quizá cambiaron las costumbres, quizá cambiaron los hábitos higiénicos. Entonces, cuando me puse a abordar el tema de los olores, me di cuenta que tenía en frente de mi nariz un universo de historias. Y que más es interesante como periodista que tener historias para contar, en especial porque es como un punto de cruce entre cultura, ciencia, la evolución de la gastronomía, de la higiene del cuerpo, del arte. Para mí lo fascinante es que es incitar a la gente a que piense sobre los olores que conforman su realidad, que forman su biografía. O sea, qué olores marco en tu infancia, o cuáles son los olores de la identidad chilena. Me parece que eso también habla de la historia de un país.

Investigación identifica los olores que mejoran la memoria y capacidad cognitiva del cerebro.

También escribe sobre el “prejuicio olfativo”: Cómo se discrimina en función al olor a diferentes grupos de personas. Pero quizás sea esta dificultad de registrar más objetivamente el olor hace que por un lado ese criterio de discriminación no se pueda institucionalizar y que la misma conversación sobre el tema suela ser oculta, clandestina, acallada.

A mí siempre me fascinó cómo una cultura determina qué es un olor bueno y un olor malo. De hecho, fíjate que históricamente la palabra “olor” tiene una carga de negatividad: “hay olor”. Y se inventaron otras palabras como aroma, fragancia o perfume, por la industria. Cuando en realidad es todo lo mismo, son moléculas que llegan a nuestras narices. Pero sí, me parece que esa es la pregunta: ¿Cómo una sociedad enseña esto? ¿cómo nos educan? No tenemos una “educación olfativa”, ¿cómo determinamos qué olor es bueno y cuál olor es malo? Hay una serie de olores -como ha sido estudiado por antropólogos y por biólogos- que el ser humano detesta, porque tiene que ver con una cuestión evolutiva, por supervivencia. O sea, cuando uno huele comida podrida, cuando uno huele excremento, un cuerpo en descomposición, es como que tu cuerpo te dice, “no lo consumas porque si lo consumes te mueres”. O sea, uno cuando abre la heladera y tiene el sachet de leche, ¿qué hace uno? Se lo lleva a la nariz, como un instinto de supervivencia para no tomar eso porque te puede hacer mal a la salud.

De hecho se ha identificado eso como “el paisaje del disgusto”.

Claro. Y fijate que también hay olores agradables, como el olor a bebé, que tiene que ver con un instinto de protección. Hay estudios que son muy interesantes que dicen que el olor de un bebé hacía que a los machos no les dieran ganas de matarlo. Pero más allá de eso, existe lo que se llama diversidad olfativa. Dos individuos no tienen la misma nariz ni los mismos genes exactos. Y también hay una diversidad muy fuerte entre hombres y mujeres. Y también hay una diversidad cultural: las distintas culturas determinan cuáles son los olores buenos y cuáles no. Por ejemplo, en China el olor de coche nuevo, olor de auto nuevo es despreciado. Cuando en occidente todo lo que hemos comprado en un auto sabemos que es un elemento central en la compra, ¿no? Pero

Es incluso una variedad de desodorante ambiental.

Exacto. Y además hay una diversidad histórica: la manera en que olemos ahora no es la misma que olíamos hace doscientos años. Imagínate un mundo donde la gente se bañaba quizá una vez por semana, donde no había agua potable, donde las calles estaban sucias. Entonces no conocían otro mundo. A eso voy: no olemos el mundo de la misma manera. Una de las películas que yo siempre cito, donde se ven estos prejuicios olfativos, es la película surcoreana Parasite, que trata de una familia rica y una familia pobre. Y la familia rica denosta a la familia pobre por el olor. Si uno empieza a analizar los discursos de odio, está en los registros de la Segunda Guerra Mundial cómo se construye esa narrativa del “olor al judío”: es una manera de “animalizar” al otro, señalarlo como sucio. Se establece como una especie de frontera invisible para marcar entre “ellos” y “nosotros”. En la Primera Guerra Mundial, se decía que los alemanes olían a salchicha. Como dices, muchas veces no es políticamente correcto hablar de eso, pero me parece que estas conversaciones sirven para, al menos, entender, desnaturalizar lo que tomamos por natural.

Usted describe cómo hemos ido enmascarando olores, hablas de un futuro con un mundo desodorizado. Sin embargo, por ejemplo en lo sexual, sabemos lo importante que es el olor, por lo instintivo.

Sí, pero fíjate, y es lo que me preguntabas antes, son conversaciones casi clandestinas, como si uno fuese un pervertido al hablar de estos temas. Yo siempre digo lo mismo, todos conocemos nuestros olores íntimos. Vengo de una familia de médicos y una de las cosas que me acuerdo de chico cuando escuchaba, es que cuando un cirujano hace una incisión en el cuerpo o el estómago, por ejemplo, hay un mal olor, todos por dentro olemos mal, aunque llevemos por fuera el perfume más caro del mundo. En lo sexual, sí, los olores nos conectan a las personas, el olor es un protagonista muy importante en nuestro deseo. A mí una de las dimensiones que más me gusta del olor es el hecho de que el olor sobreviva a la muerte de las personas. Cuando un ser querido fallece y uno va a la casa, abre un cajón y hay un suéter, una ropa y lo hueles, es como si esa persona estuviese ahí, ¿no? Esa es la otra dimensión fantasmal.

Pero uno sabe al mismo tiempo que ese olor se va a extinguir y siente impotencia con eso.

Claro, no hay tecnología ni hay dinero que te pueda reproducir ese olor tal cual es. Entonces, por eso muchos de los recuerdos olfativos que uno tiene, por ejemplo, de mi abuela, es a través de la comida. Porque es irrepetible, por la manera en que lo hacía. En la infancia hay un momento en que un olor es asociado a un recuerdo, a una memoria. Por eso los olores son como máquinas del tiempo.