A fines de febrero de 1989, Jorge González volvía a su casa en el barrio Beaucheff de unas vacaciones en Zapallar. Adentro, Claudio Narea llevaba horas en la penumbra esperando a su mejor amigo, el compañero de colegio con el que a los 18 años fundó la banda más importante del rock chileno. El mismo que lo había traicionado metiéndose en la cama con su esposa. González no alcanzó a sorprenderse con la presencia de Narea en su casa; antes, el guitarrista le mandó un puñetazo en el rostro que casi lo tiró al suelo. Jorge entendió lo que pasaba. "Me lo merezco", le dijo, y pidió que le siguiera pegando. Claudio se detuvo. Los Prisioneros estaban acabados.

Esa noche el grupo no terminó. Pasaría recién un año para que el guitarrista abandonara la banda. Uno de los años más trágicos de Narea. Así lo cuenta él mismo en su autobiografía, Mi vida como prisionero (Norma). Honesto, directo y detallista, el libro documenta el camino a la fama de un trío de sanmiguelinos en la opaca escena musical de los 80. Y también cuenta la historia del hombre que carga como una maldición haber sido uno de Los Prisioneros.

"Para que este libro llegue a sus manos yo he tenido que perderlo casi todo", dice Narea.

Pero, además, Mi vida como prisionero es el itinerario de la destructiva relación entre Narea y González. "Su presencia en mi vida fue devastadora, me humilló cuantas veces quiso, y por cada minuto de alegría tuve que llorar diez. No elegí ser su enemigo, al revés", dice el guitarrista.

"¿TE GUSTA KISS?"
A los 14 años Narea entró a cursar primer año medio en el Liceo A-94 Andrés Bello de San Miguel. En sus ratos libres se maquillaba al estilo de Kiss. Tenía una calcomanía del grupo en su cuaderno, igual que González, su nuevo compañero de curso. "¿Te gusta Kiss?", fue la pregunta que inició su amistad. Poco después pasaban tardes enteras escuchando a Supertramp; The Clash cambiaría su visión del mundo; luego darían sus primeros pasos compositivos con Los Pseudopillos, se les sumaría Miguel Tapia para armar Los Vinchukas y en 1983 nacerían Los Prisioneros. Debutaron el 1 de julio de ese año en el Festival de la Voz del Colegio Miguel León Prado.

Al poco tiempo, Carlos Fonseca era el mánager de Los Prisioneros. Y antes de que se metieran a grabar La voz de los 80, hacía su primera exigencia: sacar a Narea de la banda. "Pensaba que no tocaba bien", anota el guitarrista. Y agrega: "Es cierto, nunca sentí que tocara bien".

Se hicieron conocidos y aplaudidos en el circuito bohemio de Santiago antes de La voz de los 80 (1984), el disco que hizo explotar su fama en Chile. Al año siguiente conocieron los teclados y con Pateando piedras (1986) se lanzaron a las giras por Latinoamérica. "Algo perdió la banda con la llegada de la fama y el dinero", anota Narea. La cultura de la basura (1987), pese a las buenas críticas, vendió mal.

CLAUDIO, CLAUDIA y JORGE
Paralelamente, Narea se había casado con Claudia Carvajal, quien tenía 17 años. González también tenía esposa, Jacqueline Fresard. Todos eran felices. Pero en febrero de 1989, el guitarrista encontraría en un cajón de su dormitorio unas cartas que cambiarían todo y para siempre. Eran misivas de amor escritas por Jorge a Claudia: "Sólo hablaban de sexo. Cuando las leí, enloquecí", recuerda Narea. Pocos días después, le pegó a Jorge en su casa.

En adelante todo iría mal. El grupo se embarcó en una gira latinoamericana destinada a consagrarlos internacionalmente. Pero en México a Narea le detectaron una hepatitis. "Era nuevamente yo el que estaba entorpeciendo el ascenso. Al comienzo era porque no tocaba bien, ahora por estar enfermo", cuenta. Cancelaron fechas y volvieron a Chile. En Santiago, mientras Narea se recuperaba, Claudia y Jorge vivían su relación clandestina. Y se fueron a vivir juntos.

Les fue mal. González, relata Narea, consumía muchas drogas, especialmente LSD. Claudia volvió con su esposo. Y un par de semanas después, Jorge apareció por su casa. Traía una propuesta: "Yo acepto que ustedes se queden juntos, pero quiero pedirles que nos acostemos los tres". Cuando escuchó la negativa, Narea cuenta que explotó en insultos y se fue. Al día siguiente Jorge González intentó suicidarse tomando 16 tabletas de Valium y cortándose las venas.

La banda seguía viva. Jorge convenció a Claudio de dejar todo en el pasado y grabar Corazones. Le pasó un demo con las canciones: prácticamente todas estaban inspiradas en el amor con su esposa. "Me sentía podrido", recuerda Narea. A mediados de 1990 dejó Los Prisioneros, pero no pudo olvidarlos: el disco fue el más famoso del grupo y él lo escuchaba a todo volumen en todas partes. La gente solía preguntarle por qué había abandonado el grupo y lo miraban "como si yo fuera un imbécil, un perdedor".
 
Durante los 90, Narea sacó dos discos con Los Profetas y Frenéticos, lideró la Agrupación de Trabajadores del Rock (ATR) y echó a andar las Escuelas de Rock. Lo mantuvieron vigente, pero nada le dio mucho dinero. Incluso llegó a vivir de allegado con su familia. Quiso dejar la música y conseguir un empleo común que le diera un cheque todos los meses. Pero fue Los Prisioneros lo que lo sacó del hoyo.

Después de que Narea y González acercaron posiciones, sacaron el disco de rarezas Ni por la razón ni por la fuerza (1996). En 2001 el trío de juntó para una gira que los hizo llenar los estadios de Chile y sacaron un disco homónimo que Narea odió desde un principio. Ya no eran los mismos de los 80. Los Prisioneros se habían terminado hacia 12 años, esa noche en que Narea dio el puñetazo al rostro de su mejor amigo. "El golpe más fuerte que he dado en mi vida".