Los resultados que se dieron a conocer recientemente sobre las pruebas Simce de Lenguaje y Matemáticas han generado controversia, porque en ellas no sólo parece reflejarse un cierto estancamiento en el aprendizaje, sino que en el caso de los alumnos de segundo medio, particularmente en lo que toca a Lenguaje, se observa un fuerte retroceso, sobre todo en colegios particulares pagados. El fenómeno es más acentuado en hombres que en el caso de las mujeres.

Los expertos debaten ahora si estos resultados son efectivamente consecuencia de un debilitamiento en los procesos de enseñanza, o bien responderían a posibles deficiencias técnicas de la medición. En el caso de Lenguaje, el año pasado también se produjo una controversia similar debido a una notoria baja en el puntaje, lo que se viene haciendo evidente desde 2013; de allí que a juicio de algunos investigadores estas caídas tan abruptas podrían deberse a que el test aumentó su nivel de dificultad, o a algún otro problema metodológico no bien diagnosticado.

Parece razonable que este tipo de cuestionamientos sean prontamente despejados, porque el Simce constituye una valiosa herramienta para medir logros en el aprendizaje. Sus resultados son ampliamente incidentes en políticas públicas y también es utilizado como referencia por las familias al momento de elegir un establecimiento educacional para sus hijos. De allí que la confiabilidad de los datos -que en general han sido muy valorados- no debería ser motivo de duda. Si en definitiva el fenómeno no tiene que ver con la prueba misma, sino con problemas de aprendizaje al interior de las salas de clase, ello debería motivar la adopción de medidas urgentes, porque indicaría que estas dificultades han emergido de manera abrupta, donde no podría descartarse de plano que las extensas movilizaciones y paros que han afectado al sector estudiantil tengan algún grado de incidencia.

Los resultados del Simce en general han mostrado que en la última década se han producido progresos evidentes en la enseñanza de matemáticas y lenguaje, si bien aún es posible identificar fuertes diferencias según estrato socioeconómico. Estos logros también se han reflejado en las pruebas PISA de la OCDE, donde no obstante que Chile está por debajo de los países más desarrollados, muestra en cambio un buen desempeño a nivel latinoamericano. Ese estándar, sin embargo, no resulta suficiente para asegurar que los alumnos logren competencias aceptables para enfrentar los desafíos de la economía del siglo XXI.

Pese a los logros reflejados en el Simce, parece evidente que el país aún arrastra indicadores poco satisfactorios en materia de lectura, tanto en la cantidad de libros consumidos como en la comprensión de los textos. A nivel regional Chile es uno de los países donde menos se lee, y a nivel OCDE se ha podido detectar que alrededor de un tercio de los estudiantes chilenos no alcanza las competencias mínimas que hoy se requieren en lectura, lo que contrasta con el 19% que en promedio registra el bloque. Al haber dificultades en la comprensión de lectura es evidente que se afecta el rendimiento tanto académico como laboral, y disminuyen las posibilidades de continuar estudios superiores; de allí que el debate debería enfocarse en mejorar sustancialmente los hábitos de lectura en la población.