El Nacimiento de Una Nación: 100 años del filme que definió el cine moderno

La cinta de D.W. Griffith consolidó el uso del close up, las acciones paralelas y las tomas panorámicas.




El caos se ha apoderado del pueblo y la vieja corte está transformada en un territorio sólo apto para ebrios y comensales desaforados, todos negros recientemente liberados. En una cabaña cercana, una familia blanca se protege como puede ante el asedio de una turba de ex esclavos armados hasta los dientes y envalentonados por los unionistas del norte. El plano general muestra a los atacantes, un  inmediato close up refleja la cara angustiada de una joven blanca a punto de desfallecer, luego otra toma panorámica nos informa de que un grupo de jinetes del Ku Klux Klan se acercan  al rescate. Todo ocurre en menos de diez minutos, como nunca antes se vio en el cine. Es al mismo tiempo un prodigio técnico que sentará las bases del cine moderno y un flagrante caso de racismo cultural.

Las escenas finales de El nacimiento de una nación, una sucesión virtuosa de acciones paralelas, dieron origen a la gramática del cine moderno y le otorgaron una rara fama a su director David Wark Griffith: desde entonces ha sido venerado como uno de los padres de Hollywood y al mismo tiempo denostado por su miope visión de la historia. Hijo de un coronel confederado, este realizador sureño viviría el resto de sus días tratando de explicarle al mundo por qué había invertido su talento en una obra donde el Ku Klux Klan era el símbolo de los buenos viejos tiempos esclavistas. De nada serviría que su amigo Charles Chaplin o que el crítico James Agee difundieran y adularan las  innovaciones de Griffith. De nada ayudaría, tampoco, que el propio cineasta realizara un año después el largometraje Intolerancia, para muchos sólo un lavado de imagen a pesar de sus indudables logros narrativos.

Estrenada hace 100 años, el 3 de marzo de 1915 en Nueva York, El nacimiento de una nación  reunió con éxito una serie de técnicas cinematográficas, como el fundido a negro, los primeros planos, la contraposición de escenas, el travelling  o las  escenas en exteriores. También funcionó como negocio ideal: a pesar de su historia cargada de racismo y mistificación, fue el primer blockbuster de Hollywood, con una recaudación de 11 millones de dólares. Paralelamente, otro prohombre de Hollywood comenzó a nadar entre los peces gordos gracias a la obra de Griffith. Con las ganancias por exhibición en Boston, Luis B. Mayer creó la  Metro-Goldwyn-Mayer.

Protagonizada por Lilian Gish  y Ralph Lewis, este largometraje de tres horas tuvo entre sus actores a dos desconocidos que con los años serían protagonistas de la historia de Hollywood: el cineasta Raoul Walsh (High Sierra) interpretó al asesino de Lincoln y  su colega John Ford (La diligencia) hizo de un miembro del Ku Klux Klan. Su historia, épica y romántica, era la de dos familias del Norte y Sur antes, durante y después de la Guerra de Secesión.

La mancha de América

Incluida por el popular crítico Roger Ebert en el segundo volumen de su libro Grandes películas, El nacimiento de una nación es, como el Triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl, una obra maestra con moral de barro. Todo el talento de su autor sirve a la causa equivocada. Ebert lo pone en estas palabras: "Así como la esclavitud es el gran pecado de América, El nacimiento de una nación es el pecado que Griffith buscaría purgar toda su vida".

La película nació como la adaptación de la novela El miembro del clan (1905) del reverendo Thomas Dixon, un nativo de Carolina del Norte que en su niñez dice haber escuchado la historia de una mujer blanca violada por un negro. Aquel episodio, que además incluía el correspondiente ajusticiamiento del Ku Klux Klan, integró la novela y apareció en la película de Griffith.

A pesar de los intentos de la NACCP (Asociación para el Progreso de las Personas de Color) de prohibir la exhibición del largometraje, todas las grandes salas estadounidenses accedieron a la proyección. Antes del estreno, incluso,  David Wark Griffith logró su exhibición  en la Casa Blanca, donde el popular presidente demócrata Woodrow Wilson (sureño, como Griffith y Dixon) la alabó. Pasarían pocos días antes de que la cinta, que desató protestas entre las pequeñas comunidades negras del norte de EE.UU., fuera transformada en arma de lucha entre los sureños. Casi reducido a su mínima expresión en 1915, el Ku Klux Klan encontró en el filme de Griffith una razón para seguir justificando su existencia. Es más, utilizó a El nacimiento de una nación como arma de reclutamiento.

Algunas escenas de la película, proyectadas en sus primeras funciones con música de La Cabalgata de las Valquirias de Wagner, son difícilmente soportables hoy. Hace 100 años  un presidente de EE.UU., la admiró: sus innovaciones técnicas camuflaron el odio racial.

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