"Como hacer (casi) cualquier cosa". Con esa frase, Neil Gershenfeld, director del Centro de Bits y átomos del Massachusetts Institute of Technology (MIT), quiso despertar la curiosidad de los alumnos. La idea era que se inscribieran en un nuevo curso donde enseñaría cómo utilizar las máquinas de alta tecnología como las impresoras 3D o las cortadoras con láser que estaban construyendo en su centro. Gershenfeld pensó que un puñado de estudiantes se interesaría pero se quedó corto en su pronóstico: el curso se llenó. Incluso llegaron estudiantes de áreas no relacionadas con la ingeniería.

Eso ocurrió en 2001 y ese taller electivo fue la semilla de lo que hoy se conoce como fab lab (abreviación de fabrication laboratory), un espacio para la fabricación digital a través de pasos simples: diseño en tres dimensiones de algo nuevo o que ya existe por medio de programas de código abierto, libre acceso a máquinas de última generación que convierten el diseño en algo físico y el convencimiento de que, uniendo el diseño en computador y las máquinas, se puede hacer cualquier cosa. O casi.

Por eso la portada de la revista The Economist planteó hace dos años que esta nueva forma de producción individualizada será como una tercera revolución industrial y el presidente Obama, cuando fue a inaugurar uno de estos laboratorios en Youngstown, Ohio, dijo que estas tecnologías podrían cambiar completamente la forma en que hacemos las cosas.

La impresión en tres dimensiones es la punta de lanza de la fabricación digital y los fab labs. Esta tecnología elabora objetos mediante el depósito de material, capa por capa, igual como un pastelero va armando una torta de milhojas, pero con un altísimo nivel de detalle y cuidado en las terminaciones. ¿Qué se puede hacer? Las investigaciones están desarrollando la impresión de células para crear órganos, materiales de edificios a escala e incluso comida. Uno de los proyectos más avanzados en esta línea es de la empresa estadounidense Organovo, que el año pasado anunció que había conseguido recrear pequeñas muestras de minihígados de unas 20 capas de células superpuestas de espesor para estudiar su resistencia fuera del organismo.

Pero también hay ejemplos mucho más domésticos: "Hasta antes de tener una impresora, no entendía cómo la tecnología podía imprimir en volumen. Después de tener en mi mano una figura que vi en el computador, entendí todo", comenta Loreto Jeria (26, publicista), quien junto al diseñador Rodrigo Alonso formó Aldeo, una microempresa de anillos y accesorios en 3D. "Siempre encontré que el diseño en Chile era poco accesible y carísimo. Con esta tecnología no sólo accedes, sino que eres dueña", agrega. En una pieza de su departamento, en Providencia, tiene una impresora 3D uPrint SE Plus que le costó 14 millones de pesos. La máquina trabaja con ABS, un plástico como el de los juguetes infantiles, muy resistente y que se derrite para darle formas.

El académico del diplomado en Fabricación Digital de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica Arturo Lyon cuenta que se le quebró una pieza de su cafetera. La buscó en internet y tuvo que pagar 20 dólares para comprarla, además de los costos de envío. En vez de eso, podría haberla buscado en páginas como www.thingiverse.com o www.shapeways.com, donde los usuarios comparten archivos de código abierto imprimibles en tres dimensiones. "En una tarde la habría modelado e impreso", cuenta.

El paradigma detrás de la fabricación digital es que cualquier persona puede ser dueña de los objetos y de las innovaciones que va creando. "Es democratizar las oportunidades de desarrollo", explica Lyon. Ese es, de hecho, uno de los principios del MIT. Tomás Diez, coordinador de la red de fab labs en el mundo, dice que los laboratorios que cuentan con estas máquinas podrían convertirse en una fuente de proyectos e innovación ciudadana al alcance de cualquiera para dar soluciones a nivel global o casero (¿por qué comprar la pieza de una cafetera en una multitienda si, en un futuro cercano, se puede conseguir en un taller que tenga una impresora 3D?).

La tecnología detrás la fabricación digital es asombrosa y las expectativas son altas, pero esta revolución recién empieza en Chile. "La gente cree que la impresión digital es instantánea o que de aquí a 10 años van a tener una impresora digital en su casa. Pero para eso tienen que pasar muchas cosas", explica Carla Roasenda, creadora de www.fabricame.com, un fab lab digital que funciona como una especie de Páginas Amarillas y reúne a los proveedores de la fabricación digital (fab labs o no) y manuales de uso. "No veo que en 10 años estemos todos vestidos con ropa que imprimamos en la casa. Pero para crear, esto te da oportunidades increíbles", concluye Arturo Lyon.

Los principales fab labs, aquí en Chile, los están desarrollando algunas universidades. Los laboratorios de la Escuela de Diseño de la Universidad Adolfo Ibáñez y de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile ya están andando. La Universidad Católica está armando el suyo: el edificio del Centro de Innovación UC Anacleto Angelini está en su etapa final y se están importando las máquinas. "Queremos participar de esta red global y formar parte de esta revolución de prototipado rápido y fabricación digital personalizada", dice Alfonso Gómez, presidente ejecutivo de ese centro. Además, existen talleres y cursos de fabricación digital, privados y de universidades, tales como Santiago Makerspace, un espacio abierto donde se puede aprender y tener acceso a máquinas en pleno barrio Italia, en Providencia.

Lo importante, destacan quienes están trabajando en esta área, es que la impresión 3D digital no se convierta en un chiche o una sofisticación, sino que esté vinculada a ofrecer soluciones baratas y masivas a problemas cotidianos. Según Tomás Vivanco, arquitecto y colaborador del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña, es clave que estos laboratorios estén asociados a las ciudades y a la comunidad. Vivanco, que estudió y trabajó en el Fab Lab Barcelona, explica que el foco de este laboratorio pionero en el mundo está puesto en aportar a la comunidad. "Por ejemplo, en el barrio donde hay más hospitales hay un fab lab que trabaja en la fabricación de prótesis".

Vivanco volvió a Chile para crear FabLab Santiago junto con el arquitecto Andrés Briceño, profesor de la Escuela de Diseño de la Universidad Católica. Su motivación nació de un caso puntual: un grupo de doctores en Diseño que crearon un perchero para colgar dos chaquetas a la vez. "Ya, ok, súper bueno, pero ¿a quién le sirve eso? Los fab labs deberían responder preguntas relevantes. Por ejemplo, si estamos en Chile, preguntémonos cómo ayudamos a resolver los problemas de escasez o de carencias de la gente".

A Ángela Ampuero (24 años, ingeniera comercial) también le preocupaba hacer algo relevante cuando entró a cursar el Magíster en Diseño de la Universidad Adolfo Ibáñez, el primer fab lab en Chile. Ángela apenas sabía encender el computador y no tenía idea de cómo bajar películas de internet. Nunca había visto un cortador láser. Ahora, en cambio, lo utiliza con soltura. "Los alumnos tienen que aprender a usar las máquinas como hace años diseñaban con un lápiz", apunta Sergio Araya, director del Design Lab de la Universidad Adolfo Ibáñez.

Ángela quería aprovechar su magíster para realizar un proyecto que tuviera una utilidad para alguien. "¿Por qué no vas a la Fundación Alter Ego a preguntar si necesitan algo?", le comentó su mamá, que trabaja cerca de ahí. Junto a su compañera Constanza Guzmán acudieron a la organización que trabaja con niños con parálisis cerebral y terminaron creando un dispositivo que permite que los niños manejen el cursor de un computador moviendo la retina del ojo. Así pueden comunicarse y jugar. Con la impresora 3D, creó una carcasa en plástico ABS que sujeta la cámara que apunta a la retina de los niños. "Una tecnología similar nos costó 1.900 euros", cuenta Ignacio Camarda, coordinador del área de Fonoaudiología de Alter Ego. "Con este dispositivo, ellas unieron la ingeniería y la fonoaudiología, dos mundos que están muy disociados en la rehabilitación", agrega.

Joakin Ugalde (22, estudiante de Ingeniería Civil Mecánica de la Universidad de Chile), en cambio, necesitaba un regalo para su polola, pero no es bueno con las manualidades y quería hacerle algo. Entonces, diseñó la figura de un pingüino de una historieta y la imprimió en el Fab Lab de la Universidad de Chile. Para hacerlo, utilizó PLA, un plástico biodegradable parecido al lego que también es muy utilizado en la impresión en 3D. Se demoró 20 minutos. "Me quedó bonito. Lo tiene en su escritorio", y explica que no pidió permiso para hacerlo. Juan Cristóbal Zagal, profesor y creador de ese fab lab, lo escucha e interrumpe: "Está bien que lo haga. No tiene que pedir permiso", comenta. Una característica de este laboratorio es que es abierto a cualquiera que quiera desarrollar un proyecto de open hardware. "La idea es que venga, trabaje y que su diseño quede a disposición de otros", explica Zagal. Por eso a este fab lab han llegado hasta estudiantes de universidades extranjeras. No es menor: es una de las condiciones del MIT para certificarse como fab lab. Este laboratorio, además, ha ido un paso más lejos y además de objetos está creando máquinas como la Fab@Home, una impresora 3D construida por los mismos estudiantes, y una impresora personal de alta resolución llamada BeamMaker.

Todas estas iniciativas muestran que hay interés en los fab labs, pero tal como comenta Carla Roasenda, aunque "es un buen inicio queda mucho espacio para que se involucre más gente".