Mucho antes de convertirse en Velocirráptor, a Bryan Carrasco le asustaban los dinosaurios. Nada grave. Un pavor típicamente infantil. El mismo que compartía con la mayoría de los niños nacidos en los albores de los años 90 que habían tenido la posibilidad de visionar en algún momento de sus vidas Jurassic Park, la saga de ficción que recreaba las peripecias de aquellas criaturas prehistóricas. "Nosotros vivíamos en una población y éramos como cuatro familias en una casa, puros hermanos de mi mamá. Y en esa época estaba de moda esa película. Y me acuerdo que mi primo Juan Carlos, como era más grande, cuando nos portábamos mal nos decía: 'Me voy a transformar en dinosaurio'. Y hacía el velocirráptor".

Así, con este nítido recuerdo de infancia, arranca el relato vital que Carrasco, autor de cinco goles en lo que va de semestre (tres en el Transición y dos por Copa Chile) comparte con La Tercera, sentado en un costado de la cancha de entrenamiento del complejo Ciudad de Campeones de Audax y en vísperas de la visita del cuadro de colonia a Concepción. Pero aquella premonitoria fobia era, en rigor, su único temor, pues en su niñez, es decir, en su prehistoria, Bryan vivía en un lugar que no estaba hecho para timoratos.

Nacido el 21 de enero de 1991 en la estigmatizada y convulsa población José María Caro, situada en el sector sur de Santiago, el desequilibrante futbolista creció rodeado de inseguridad. Pero con una certeza clara; que algún día llegaría a convertirse en futbolista profesional. Era una cuestión de supervivencia. "Cuando veía a mi mamá que trabajaba de las 8 de la mañana a las 9 de la noche en una empresa de pegamento y que los sábados hacía aseo en otras casas; o cuando de repente mis amigos andaban con zapatillas de marca y ella se encalillaba para yo no ser menos con mis amigos; sabía que si algún día salía a una cancha de fútbol profesional podía cambiar mi vida". Porque en La Caro, la patria en donde el jugador pasó -asegura- "una infancia hermosa" ("me gustaría volver a ser chico e ir a la plaza a jugar fútbol con mis amigos") se respiraba un clima enrarecido. "Había un ambiente de drogadicción, de delincuencia, unas condiciones en las que es fácil que te desvíes. Pero creo que el barrio, en general, le da un plus al jugador, porque el futbolista de barrio juega para sacar a su familia de la pobreza y eso es una motivación extra. El jugador de barrio es más sufrido y se toma las cosas más en serio porque nunca ha tenido oportunidades", sentencia. Hasta que un día aparecen.

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Carrasco, dominando la pelota con la cabeza en la Ciudad de Campeones. Foto: Andrés Pérez.[/caption]

Tras aterrizar con 14 años en las series menores del cuadro itálico, Carrasco realizó su debut profesional en 2009, firmando un año más tarde su estreno goleador en Primera, precisamente en un duelo ante Universidad de Concepción. En 2011, en el Sudamericano Sub 20 de Perú, llegó su explosión definitiva. El volante hizo de todo en aquel certamen. Anotó tres goles, se convirtió definitivamente en Velocirráptor ("si marcas, celebra como dinosaurio", le había dicho su primo Juan Carlos, el día antes de que la Rojita enfrentara en Arequipa al Brasil de Neymar), y le quedó tiempo incluso para patentar una insólita artimaña que el mundo del fútbol jamás había presenciado: la autoagresión. "Yo siempre lo hacía en los entrenamientos, pero por bromear, por joder. Ese día estábamos jugando con Ecuador e iban ganando 1-0. Y el entrenador de ellos manda al delantero a aguantarla para hacer tiempo. Un delantero que medía como dos metros. Y yo dije: 'Ya, me voy a hacer el autofoul nomás para que cobren foul, no haga tiempo y quitarle el balón para ir a atacar'. Y el delantero me aguanta, me pone los brazos y sin pensarlo lo hice. Pero en beneficio del equipo. Con el VAR yo creo que me habrían expulsado por tratar de engañar al árbitro", asegura riendo.

Su gran desempeño en suelo incaico le abrió las puertas de Europa, pero su meteórica ascensión terminó nublando su futuro. "Llegué al Dínamo (de Zagreb), jugué Champions y dije: 'Ya, ya estoy'. Y me relajé. Y después, cuando volví, hubo un tiempo en que me dejé mucho. No me cuidaba, salía en la semana, descansaba poco en la noche. Se me fueron los humos a la cabeza y me la farreé un poco", reconoce.

Pero hoy, con 26 años y 200 partidos oficiales con la verde de Audax a su espalda, Bryan Carrasco asegura estar viviendo el mejor momento de su carrera: "Me costó volver, recuperar mi velocidad, mi agilidad, pero ahora estoy con otra mentalidad. Mi meta, jugando de volante, es hacer ocho ó nueve goles este torneo y poder emigrar a fin de año. Me gustaría volver a Europa, tener otra revancha allá. Y no renuncio tampoco a la Selección. Éste va a ser mi semestre".