Señor director:

Hace pocos días fue publicado el Índice de Democracia 2017 de la revista "The Economist". La conclusión principal del informe es desoladora: hay un declive de la democracia a nivel global y solo 20 países califican como "democracias plenas" en el mundo. Los 10 primeros son países europeos, Australia y Canadá. Sorprendentemente, Estados Unidos no califica en este rango y en América Latina solo Uruguay es considerado un país con "democracia plena". Nuestro país no alcanza a integrar este primer grupo; está en el rango (aunque en el nivel superior) de "democracia defectuosa". Ojalá fuese tan fácil, entonces, pensar que los problemas de ausencia y deficiencias democráticas en la región se limitan a casos como los de Cuba y Venezuela. No es así. En la mayoría de los países de América Latina vemos una serie de fenómenos que han generado un debilitamiento de las instituciones y creciente escepticismo con la democracia. El destape de escandalosos casos de corrupción es uno de los más importantes. Si a ello agregamos las amenazas a la libertad de expresión o la concentración de la información que hay en América Latina, la expansión del narcotráfico, los problemas de seguridad pública, la polarización política creciente o la pugna entre poderes del Estado, no es de extrañar que la valoración pública de la democracia esté en declive y se encuentre en un momento delicado.

No se trata de un problema de derecha o izquierda. Cualquier análisis imparcial revela que las prácticas antidemocráticas se encuentran en todo el espectro político. Los organismos regionales deben tener una mirada de largo plazo y sin sesgos ideológicos respecto al deterioro de la democracia en nuestro continente. Porque al final, sigue muy vigente la frase que alguna vez dijo Winston Churchill: "La democracia es el peor sistema de gobierno inventado por el hombre, con excepción de todos los demás".

Boris Yopo H.

Analista internacional