Sabemos poco de los mapuches. Estamos llenos de prejuicios y de información sesgada, proveniente en gran medida de los antiguos textos de historia, Frías Valenzuela, Villalobos, la propia Araucana, libros que más que comprender se muestran dispuestos a estigmatizar a un pueblo cuya cultura es distinta. Y de un tiempo a esta parte, la información remite a "la causa mapuche", algo así como un caldo en el que se cuecen a fuego lento la pobreza, el resentimiento y la violencia.

De pronto esto empieza a cambiar. Las instituciones -la justicia, la educación, los partidos- van más lento que la sociedad civil, siempre más libre, abierta y escéptica de los discursos oficiales. Esa puede ser una de las razones del éxito que tienen algunos libros que le sacan punta a episodios desconocidos, secretos o simplemente tergiversados de nuestra historia. Pero no quiero hablar de Jorge Baradit o de Felipe Portales, sino de libros como el de Ana Rodríguez y Pablo Vergara, La frontera, conjunto de crónicas sobre La Araucanía que deja pensando en la miopía del Estado ante un conflicto que intenta reducir a lo penal -robo de madera, fundos quemados-, cuando es histórico, social y cultural.

Aunque los textos escolares aborden aspectos de la religiosidad, la medicina o el significado de la muerte en los mapuches, la idea de una cosmovisión única y misteriosa se me reveló recién cuando leí La luz cae vertical, la antología de Leonel Lienlaf. Su poesía sortea la militancia o lo testimonial, para entregar un mundo en el que la naturaleza, el tiempo y los sueños operan de manera totalmente diferente a la nuestra. La relación es de continuidad absoluta: más que interpretar el canto de un pájaro o el sonido del trueno, los mapuches lo viven como realidad, en un diálogo permanente e imperecedero con la tierra y sus antepasados. Con justeza, Elvira Hernández ha dicho que Lienlaf abre "a un mundo que nos subyace", algo anterior y al mismo tiempo esencial.

Ahora acaba de salir Usos y costumbres de los araucanos, volumen que refleja una faceta menos conocida de Claudio Gay: el gran naturalista francés fue también un adelantado de la etnología y un narrador nato. Va deshilvanando la madeja por medio de historias que escuchó y episodios de los que fue testigo. Jamás cae en idolatrías o juicios drásticos. Sus observaciones, ricas en matices, contribuyen al conocimiento de un pueblo donde las nociones de autoridad, obediencia y propiedad tienen escaso valor.

Tras estas lecturas, intuyo que si la discusión sobre el conflicto mapuche se restringe a las ventas fraudulentas de tierra, es probable que sigamos rodando en banda. Lo que resuena hasta hoy no es otra cosa que el eco de la incomprensión.