"Terminé de rodar una película como actor en diciembre del año pasado y estoy rodando otra en estos meses. De autor a actor: ¡la felicidad de hablar con palabras de otros y ser completamente irresponsable!". Las palabras son, en efecto, el dominio del reconocido novelista Alan Pauls, también conductor en I-sat del programa Primer plano. Las palabras, pero también las imágenes conectadas a su oficio de espectador, a su pulsión viajera y a su ánimo de conocer y reconocer ciudades de distintas latitudes.

Porque el también crítico y guionista vuelve a Santiago en estos días, invitado por la UC, a hablar de ciudad y cine, lo que en este caso significa repensar espacios y reconsiderar formatos y lenguajes. "Ratificar la relación originaria, constitutiva, que hay entre cine y ciudad" es parte de su tema. También llevar una libretita allí adonde vaya, para tomar notas furtivas y, más tarde, reinventar urbes y seguir camino. "El cine nace en la ciudad y vive de la ciudad", afirma. "Toda la Nouvelle vague francesa sería inimaginable sin la consigna de salir del encierro de los estudios, 'bajar a la calle' y redescubrir el espacio urbano de París. No es casual que la primera película de Jacques Rivette se llame París nos pertenece. La modernidad de las películas de Godard (Sin aliento) o Rohmer (El signo del león) no es solo formal: es también una modernidad urbana, como si París recién reconociera su propio estatus de ciudad contemporánea una vez filmada por las cámaras livianas y montada por los cortes abruptos de esos –entonces– nuevos cineastas. Y Berlín fue cine puro desde fines de los 20, cuando se impone ese género específico que son las city symphonies (con Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de Walter Ruttmann), hasta Las alas del deseo, de Wenders, que a fines de los 80 descubre el duelo y la melancolía como los tonos propios de una ciudad vaciada, desertificada por las heridas de la historia".

¿Has visto Paris, je t'aime?

Es parte de una franquicia que ya dio pie a New York, I love you, para que luego sigan Río, Shanghai y otras. La vi, sí, y el resultado no me pareció muy feliz. De hecho, la película retoma una vieja fórmula (el Paris vu par… de 1965) sin renovarla y queda un poco librada a la suerte de su elenco dispar de directores. Mejor habrían hecho en llamar a Woody Allen, convertido desde hace unos años en publicista clown de las capitales europeas que le financian sus ejercicios de turismo cultural.

¿Pero le concederías a Allen el ser un retratista aventajado de Nueva York?

Por supuesto. Lo que me entristece es su declinación respecto de los estándares que él mismo fijó no hace tanto. Puedo decir que hoy es un publicista clown porque alguna vez fue el director de Manhattan o Hannah y sus hermanas, dos películas tan decisivas para la identidad cinematográfica de Nueva York como Taxi driver.

¿Qué aspectos urbanos te parecen mejor traducidos en el cine? ¿Cuáles, en la literatura?

El cine siempre ha capturado muy bien el movimiento, el tráfico, las velocidades, las dinámicas territoriales de la ciudad. Y, por supuesto, la luz: todo el siglo XX es el duelo entre la luminosidad urbana y la "sensibilidad" de la película cinematográfica. La literatura exploró más bien las dimensiones perceptivas de la experiencia urbana: cómo las ciudades inducen estados singulares de percepción sensorial, trances, visiones, montajes mentales.

¿Hay para ti ciudades más cinematográficas que literarias y viceversa?

Creo que Nueva York es una ciudad ciento por ciento de cine, aun cuando sea el escenario y a veces la protagonista de grandes ficciones literarias: el cine la ha moldeado hasta casi reinventarla. Gracias al cine, todo el mundo ha estado alguna vez en Nueva York. Y Trieste me parece una ciudad eminentemente literaria: una ciudad mental, abstracta.

¿Y en Latinoamérica? ¿Brasilia literaria? ¿México DF cinematográfico? ¿Qué lenguaje o formato se te hace más útil para traducir tus experiencias urbanas?

El diario es la forma perfecta. La anotación es el equivalente del encuadre y el recorte, las dos operaciones básicas con que el viajero se abre paso en la ciudad. Nunca escribo cuando viajo, pero siempre llevo un diario donde anoto los pequeños hallazgos.

¿Hay ciertos lugares que se te hacen más "densos", históricamente hablando?

Creo que siempre hay una dialéctica entre el espesor histórico de una ciudad y la propia historia del que la recorre y la mira. París, a veces, produce un poco ese efecto impositivo, con todo su empalagoso exhibicionismo histórico, pero también proporciona antídotos: zonas menos densas, más sociales, que dejan más espacio a la iniciativa del viajero. En ese sentido creo que ninguna ciudad ha encontrado una relación más original con la historia que Berlín, que aparece más como vacío que como monumento. Y en el vacío uno siempre puede meterse y meter su propia historia.