Cuando estudiaba antropología, una de mis mejores amigas era la Amalia. Una mujer increíble con la que nos hicimos muy cercanas. En tercer año de la carrera, un día aburridas en su casa, comenzamos a hablar de lo que nos gustaría encontrar en un hombre. Yo recién había terminado una relación, así que en esas típicas dinámicas entre amigas, ella me dijo que hiciera una lista con las cosas que quería de un hombre. Puse cuestiones bien específicas: que se dedicara a las ciencias exactas, que tocara guitarra, que fuera más alto que yo, y varias más. Eran puras cosas ridículas, porque era un juego. Cuando terminamos, ella me dijo que conocía al hombre perfecto, el Baque, su mejor amigo desde kinder. Lo conocía muy bien porque de verdad que eran muy buenos amigos y me insistió bastante con que estaba segura de que nos llevaríamos bien porque era exactamente lo que yo había puesto en esa lista. Le dije que me lo presentara pero no quiso. Dijo que lo iba a hacer, pero que aún no era el momento porque estábamos en etapas muy distintas. 

En los años que vinieron pasaron muchas cosas. Yo tuve a mi primera hija, salí de la universidad y me puse a trabajar, justamente con la Amalia, y aunque el papelito había sido un juego, el nombre de su amigo siempre me quedó dando vueltas . 
Un día terrible, a la Amalia la atropellaron. Iba en bicicleta. Nunca se supo bien cómo fue, pero murió inmediatamente. Yo estaba almorzando con una amigo en ese momento, me llamaron y me dijeron que teníamos que ir a Eliecer Parada con Echeñique, en Ñuñoa, porque nuestra amiga había tenido un accidente grave. Se demoraron mucho en llevarse el cuerpo y durante todo ese tiempo nos fuimos reuniendo todos sus cercanos. Fue una noticia tan inesperada y tan fuerte. 
Su muerte marcó nuestras vidas para siempre. La Amalia era una mujer tan desbordantemente destacada, en muchos aspectos, que generaba encuentros muy lindos, en vida y después de morir también. Por lo mismo, días después del accidente, entre sus conocidos nos organizamos y pusimos una bicicleta blanca en el lugar donde la atropellaron, como una especie de animita. También nos empezamos a juntar todos los fines de agosto para recordarla. Obviamente con pena por no tenerla, pero también se daban espacios de alegría porque todos los que estábamos ahí habíamos sido parte de su vida. 

En el tercer aniversario decidimos hacer una misa en el colegio de la Amalia. Su mamá -con quien yo me había hecho muy cercana, incluso trabajábamos juntas-  me dejó a cargo y me pidió que contactara a un compañero de curso para que me ayudara a conseguir los permisos en el colegio. Le dije que obvio, que feliz, que me mandara el contacto. Cuando me lo mandó, me dijo: este es su mail, le dicen Baque. Lo primero que pensé fue en ese papelito. 

Comenzamos a hablar por mail. Él fue muy cordial, me contó que iba a estar a cargo de la música, así que seguiríamos en contacto. Me acuerdo perfecto cuando entré a la misa y lo vi. Me puse nerviosa, y sí, me gustó inmediatamente. El plan era que después nos iríamos todos a la casa de otra amiga, pero yo tenía otro compromiso, así que estuve muy poco rato. No hablamos mucho, pero cuando nos despedimos me dio un abrazo y ese día a las 5 a.m. me agregó a Facebook. 

Los días que vinieron hablamos mucho por chat. Me encantaba conversar con él, pero no podía estar cien por ciento feliz porque en paralelo estaba pasando por una situación muy compleja con el papá de mi hija con el que no estábamos juntos hace años, pero manteníamos una relación complicada. Tanto, que uno de esos días sufrí una situación de violencia física con él. Fue muy dramático, yo quedé muy mal, muy dañada. Esto fue un martes y el viernes de esa semana con el Baque habíamos quedado de juntarnos a comer. Iba a ser nuestra primera cita.

Lo primero que pensé fue cancelarla, porque no estaba preparada para juntarme con un hombre. Pero la mamá de la Amalia, que a esta altura además de mi jefa era como mi mamá, me dijo que fuera igual. Recuerdo perfecto sus palabras: "Se viene un proceso muy difícil, de juicios y demandas con el papá de tu hija, para qué te vas a quedar encerrada con toda esa pena y rabia. Date la oportunidad de conocerlo, no es necesario que sean pareja, quizás pueden ser buenos amigos".  
Finalmente acepté. Quedamos en que él pasaría a comprar la comida y yo lo esperaría en mi casa. Cuando entró por esa puerta sentí una conexión. Como si lo hubiese conocido de toda la vida. Como si hubiésemos sido mejores amigos. No sé por qué. Él tampoco, pero se nos dio una confianza muy fuerte y muy instantánea. 
No nos separamos nunca más desde ese día. Él nos acompañó a mi y a mi hija en todo el proceso de sanación del trauma que vivimos con mi ex y así fuimos construyendo una familia. 
Esa primera noche juntos yo le conté lo del papelito. Le dio mucha risa. Ambos pensamos que obviamente la Amalia, donde estuviera, nos estaba juntando. Y es divertido, porque ahora que lo pienso, efectivamente nos conocimos en un momento en que los dos estábamos en la misma, con ganas de formar una familia, que era lo que la Amalia estaba esperando para presentarnos. Fue como si mi amiga me hubiese tirado un salvavidas. 
Hoy tenemos tres hijas y jamás habría pensado que uno puede vivir igual de enamorada que el primer día, todos los días, pero así es nuestra vida. Eso es difícil de encontrar y por eso se lo agradezco a Amalia siempre.