Cuando una madre no ve el abuso

Cuando una madre no ve el abuso

Hablar de abuso sexual infantil es difícil, sin embargo, es importante y necesario hacerlo porque el silenciamiento protege al agresor. En Paula quisimos compartir el relato de una de nuestras lectoras que fue abusada en su infancia, pero la develación de este abuso, ocurrió siendo adulta y ni su madre ni sus familiares le creyeron. A pesar de esto, y del horror que le tocó vivir, tuvo la valentía de hablar, para que su experiencia pueda servirle a otras, pues las y los adultos que sufrieron abuso sexual infantil tampoco pueden ser invisibilizados.




“Recién a mis 32 años fui consciente del abuso sexual que sufrí de niña durante años por parte del hijo mayor de mi madre, de su primera relación.

Dicen que el cerebro bloquea recuerdos para ‘defenderse’ del dolor y del trauma y así poder seguir viviendo. Seguro eso fue lo que hizo el mío por tantos años.

Era 1 de enero, mi hija de un año y medio y yo habíamos pasado la noche de año nuevo solas en casa de mi madre, donde nos estábamos quedando un par de meses en medio de una separación momentánea con su padre. Recuerdo que era mediodía y yo estaba en la cocina lavando la loza cuando el hijo mayor de mi madre entró a la casa. Su cara estaba rara y sus ojos desorbitados. Después supe que estaba bajo los efectos de droga. Entró gritando, dando pasos acelerados hacía mí. Yo lo saludé sin entender qué pasaba, pero sólo alcancé a decir hola antes de que me tomara del pelo y comenzara a golpearme.

No entendía qué estaba pasando, traté de arrancar, pero no pude. Me golpeaba y sostenía mi pelo muy fuerte. Oí a mi hija gritar y mi desesperación se hizo aún mayor. Traté de buscarla, pero no pude ver desde donde estaba. Traté de golpearlo, pero mi cuerpo no respondió. En medio de los golpes me preguntó por qué le hacía esto a mi mamá. Yo no tenía idea de qué me hablaba.

Fue durante esa escena que empezaron a aparecer en mi mente imágenes de una niña siendo abusada sexualmente; imágenes crudas y dolorosas. Me di cuenta que era yo, y que el agresor era él.

Así, en medio de la golpiza tuve la develación; supe que había sido víctima de abuso sexual en mi niñez, y que el abusador había sido el hijo de mi madre, diez años mayor que yo. El mismo que me golpeaba en ese momento.

No sé cómo después de unos minutos logré soltarme y correr por la casa buscando a mi hija. La encontré escondida debajo de la escalera, así que la tomé y corrí a escondernos en el baño. Desde ahí lo escuché reclamar que yo no le había respondido el teléfono a mi madre y que eso, según él, la hizo pensar lo peor: que había atentado en contra de mi vida y la de mi hija. Sinceramente, no sé de dónde sacó esa idea.

Cuando se fue, luego de calmar un poco a mi hija que lloraba aterrada, llamé a mi madre para contarle lo sucedido. Su respuesta fue: Quizás qué hiciste para que se enojara tanto.

En ese tiempo estaba en medio de una separación, sin trabajo, por lo que no tenía otro lugar donde vivir con mi hija. Pensé que si denunciaba a este tipo, me tendría que ir de esa casa de mi mamá, así que no lo hice. Y lo que es peor: tuve que seguir aguantando los reclamos de mi madre por lo que, supuestamente, le hice a su hijo para que reaccionara así.

Llamé al padre de mi hija y le pedí ayuda. Le conté de la golpiza y le conté también lo que había descubierto. Me entendió y me ayudó a salir de ahí. En dos semanas había arrendado un departamento donde nos fuimos a vivir juntos con nuestra hija.

Pasados unos días llamé a mis hermanas para contarles lo del abuso sexual. Una de ellas me colgó el teléfono sin decir nada. Su silencio me confirmó que también había sido víctima de abuso. Y después, supe que mi otra hermana había vivido lo mismo. Las tres fuimos abusadas por el hijo mayor de nuestra madre.

Crecí en un entorno muy pobre y violento, donde faltaba comida pero sobraban los gritos y las peleas. Después de la separación de mis padres nos fuimos a vivir a la casa de mis abuelos maternos, donde ya vivían los dos hijos de mi madre de su relación anterior. Ellos eran diez y siete años mayor que yo. También vivía una hermana de mi madre y una de sus primas. A veces me pregunto, con tantas personas adultas viviendo ahí, cómo nadie se dió cuenta de que tres niñas pequeñas estaban siendo abusadas sexualmente.

Si bien los abusos comenzaron cuando yo tenía dos o tres años y pasaban cuando mi madre nos dejaba al cuidado de este hijo mayor, al llegar a la casa de mis abuelos estos se incrementaron. Seguro tomaba las precauciones de no ser visto y nos amenazaba con golpes y para que no dijéramos nada.

¿Dónde estaba mi madre? Es una pregunta que a diario me hago. Ella en esos años estaba sumida en una depresión; pasaba días en cama llorando. Cuando se levantaba nos gritaba y golpeaba por cada cosa que hacíamos. Incluso cuando encontró trabajo, después de la separación con mi padre, muchas veces me mandaba a un teléfono público a llamar a su jefe para excusarse por no ir a trabajar. Todo esto hizo que pasaramos mucho tiempo solas a merced de este abusador.

Los años pasaron y yo, a diferencia de mis hermanas, bloqueé los recuerdos de los abusos. Nunca lo hablamos con mis hermanas, ellas seguro por miedo y yo, por mi falta de conciencia de los hechos.

Cuando recordé lo que me había pasado y nos reunimos con mis hermanas a decírselo a nuestra madre, ella nos reclamó que yo lo había inventado todo como venganza tras la golpiza; me dijo que había coludido a mis hermanas para inventar esta historia sobre su hijo.

Con una de mis hermanas fuimos a la PDI y a Carabineros para hacer la denuncia, pero la causa estaba prescripta y no fue admisible la denuncia. Fue terrible saber que ni la justicia ni nuestra propia madre harían algo por nosotras. No teníamos defensa. No teníamos voz. Nuestra propia madre no nos creía que habíamos sido abusadas por su hijo, por tantos años.

Creo que una de las peores cosas que he vivido, además del abuso por supuesto, es el hecho que nuestra madre y familia en general no nos crean lo que pasó. Han pasado más de diez años desde que develé lo del abuso y mi madre se niega a hablar sobre esto, se enoja cuando yo o mis hermanas decimos algo al respecto, o en contra de su hijo,

Los argumentos de ella, tíos y tías, son la típica y absurda frase ¿Y si fue verdad, por qué no hablaron antes?

He estado en terapia psicológica desde entonces, tratando de aprender a sobrellevar este dolor doble: el abuso y el que mi propia madre no me crea. Han sido años duros, de mucha pena, de mucho trabajo interno para poder lidiar con todo, porque no puedo quedarme a lamentar los hechos, debo avanzar, estar bien para cuidar a mi hija que hoy es adolescente, buscar la felicidad y sanarme”.

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